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Los discos internacionales favoritos de la redacción del 2025



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El 2025 ha vuelto a confirmar el excelente momento que atraviesa la música internacional. A lo largo del año hemos asistido a una avalancha de lanzamientos que han ampliado los límites creativos, consolidado trayectorias y abierto nuevas vías de exploración sonora. Desde propuestas consolidadas hasta voces emergentes, el panorama musical ha sido tan estimulante como diverso. En este artículo reunimos los 60 discos internacionales favoritos de la redacción de Mindies en 2025, donde hemos participado en esta ocasión Anna, Javier, Judit, Noé y Rubén. Una selección amplia que busca reflejar la pluralidad de miradas, sensibilidades y gustos que conviven en nuestro equipo, y que complementa otras listas publicadas a lo largo del año. No se trata solo de destacar lo más celebrado o influyente, sino también de poner en valor álbumes que han dejado huella por su personalidad, riesgo o capacidad de emocionar. La variedad de géneros, la experimentación constante y las propuestas más audaces conviven aquí con trabajos más accesibles pero igualmente inspirados. El resultado es un retrato colectivo de un año especialmente fértil, un recorrido por algunos de los discos que mejor han definido nuestro 2025 musical y que, por distintos motivos, han merecido un lugar destacado en esta lista.

‘Blue Reminder’ muestra cómo Hand Habits convierte escenas cotidianas en pequeñas corrientes que avanzan con suavidad. Desde ‘More Today’, la voz guía un recorrido que combina calma y tensión con un equilibrio preciso. Temas como ‘Wheel of Change’ o ‘Nubble’ aportan un brillo leve que contrasta con el tono recogido de ‘Dead Rat’. Cuando el álbum se abre hacia piezas más amplias, como ‘Beauty 62’ o ‘Jasmine Blossoms’, surge una claridad que ilumina el conjunto sin romper su delicadeza. El cierre con ‘Living Proof’ deja la impresión de un trayecto que se sostiene en matices, siempre atento a cómo una mínima variación puede transformar el paisaje. El resultado conserva una coherencia serena que invita a regresar.

Forth Wanderers alcanzan en 'The Longer This Goes On' una etapa definida por la reconstrucción íntima entre sus integrantes tras un periodo de silencio prolongado que reordena afectos y perspectivas. Las canciones surgen desde un terreno común donde el cansancio compartido se transforma en aceptación, y la escritura de Trilling adopta un tono que observa las relaciones sin dramatismo, sosteniéndose en frases que capturan la permanencia de ciertos vínculos. En 'To Know Me / To Love Me' y 'Call You Back' se percibe una calma que acompaña la renuncia a la urgencia, mientras 'Honey' y '7 Months' desarrollan esa sensación de espera continua. Los temas avanzan sobre estructuras que favorecen la repetición como modo de resistencia, entre líneas vocales que se deslizan con un aire distraído. En 'Bluff', la sentencia “I’d rather leave you lonely / Than have to call my bluff” fija la distancia como forma de honestidad. 'Don’t Go Looking' cierra con un adiós sereno. El grupo mantiene un pulso medio constante, cercano a la melancolía controlada de proyectos como Bedhead, donde el detalle se convierte en hilo conductor entre lo cotidiano y lo persistente.

Con ‘Glory’, Perfume Genius despliega un conjunto de escenas donde lo íntimo y lo ceremonial conviven sin buscar grandilocuencia. Temas como ‘It’s a Mirror’ o ‘Capezio’ alternan impulsos eléctricos con pasajes serenos, dejando que cada imagen aparezca sin esfuerzo aparente. La voz se mueve entre susurros y estallidos breves, siempre atenta a los detalles que sostienen cada atmósfera. En ‘No Front Teeth’, la irrupción de Aldous Harding amplía el registro del álbum, aportando un contraste que refuerza su carácter cambiante. El cierre con ‘Glory’ recoge todo ese movimiento interior y lo lleva hacia un espacio más tranquilo. El disco avanza con naturalidad, como si cada canción fuese un pequeño rito personal que encuentra su forma a medida que suena.

Martin Luke Brown alcanza con ‘man oh man!’ una etapa marcada por la calma tras años de actividad incesante. Su propuesta parte del deseo de detener el ritmo y observar lo cotidiano con atención, componiendo cada pieza en un solo día junto al productor Matt Zara, con quien comparte una afinidad que favorece la naturalidad de las grabaciones. Las canciones funcionan como retratos domésticos donde la voz se sitúa en primer plano, enlazando reflexiones sobre la vida urbana y los vínculos personales. En ‘hello!’ se proyecta una mirada hacia la autoconciencia con un tono ligero, mientras ‘animal’ acelera el pulso para describir el vértigo de la ciudad. ‘chew u up’ contrapone deseo y pérdida a través de armonías suaves que refuerzan la tensión afectiva. La segunda mitad se adentra en un clima más reservado con ‘losing me’ y ‘this love’s gonna go nowhere’, donde el tiempo parece dilatarse. La calidez analógica y la claridad de la voz otorgan cohesión a un conjunto que se sostiene en la sencillez y en la búsqueda de equilibrio entre quietud y movimiento.

Mogwai son capaces de lograr en ‘The Bad Fire’ una síntesis entre persistencia creativa y madurez expresiva que consolida su trayectoria de tres décadas. El álbum se concibe en un momento atravesado por la fragilidad personal, marcada por la enfermedad de un familiar cercano, lo que impregna las composiciones de un tono contenido y lúcido. Las piezas combinan expansiones sonoras con pausas prolongadas, creando una secuencia que avanza entre tensión y calma. En ‘God Gets You Back’ la distorsión vocal se integra como textura más que como discurso, mientras ‘Hi Chaos’ desarrolla un ascenso progresivo sustentado por percusiones firmes. ‘Pale Vegan Hip Pain’ propone un espacio casi vacío, donde el silencio adquiere protagonismo, y ‘18 Volcanoes’ proyecta una melancolía envolvente sostenida por capas de guitarra densas. Los contrastes se intensifican en ‘Fanzine Made of Flesh’ y ‘Lion Rumpus’, que insinúan una energía vital bajo la superficie. El cierre con ‘Fact Boy’ resume la idea de persistencia y tránsito interior, como si cada sonido intentara capturar el instante previo a la desaparición. La producción de John Congleton realza esa claridad sin artificios, permitiendo que Mogwai continúen explorando la capacidad del sonido para sugerir movimiento dentro de la quietud.

Skegss atraviesan en ‘Pacific Highway Music’ una etapa de reajuste tras la marcha de Toby Cregan, que redefine su dinámica interna y amplía su marco sonoro. Convertidos en dúo, Benny Reed y Jonny Lani reformulan su identidad manteniendo la energía que los caracteriza, pero incorporando matices electrónicos que modifican el equilibrio habitual entre guitarras y percusión. El inicio con ‘Tradewinds’ marca esa intención de renovación mediante un sintetizador que introduce una textura diferente, aunque las raíces del grupo continúan vinculadas al garaje y al surf rock. En ‘High Beginning’ la inmediatez se convierte en motivo conductor, mientras ‘Out Of My Head’ retoma esa vitalidad despreocupada con un enfoque casi lúdico. ‘I Think I Can Fly’ resume el impulso de mezclar ideas sin jerarquías, como si la intuición guiara el resultado final. ‘Stuck In The Cheyyenne’ muestra la tensión entre el riesgo y la saturación, aunque sin romper la coherencia del conjunto. Skegss logran un álbum luminoso que privilegia la espontaneidad frente a la solemnidad, consolidando su capacidad para proyectar alegría desde estructuras sencillas y efectivas.

PinkPantheress desarrolla en ‘Fancy That’ un universo donde la ironía, la velocidad y la memoria cultural confluyen en un mismo plano. Su nueva entrega se concibe como un mosaico sonoro que revisita la herencia del garage británico y el drum’n’bass desde una mirada contemporánea que rehúye la nostalgia. Las canciones surgen de una energía inmediata, casi cinematográfica, donde la voz funciona como anclaje dentro del torbellino rítmico. En ‘Illegal’, los sintetizadores adaptan un motivo de Underworld para construir una entrada frenética, mientras ‘Girl Like Me’ amplifica un eco de Basement Jaxx transformado en una celebración del movimiento. ‘Stars’ y ‘Romeo’ revelan su capacidad para combinar deseo, humor y desencanto en líneas que equilibran sarcasmo y ternura. ‘Tonight’ condensa la tensión entre atracción y autoparodia con un pulso constante. PinkPantheress consolida así una identidad que mezcla ligereza y precisión conceptual, proyectando una narrativa donde la cultura digital y los afectos urbanos se reescriben a ritmo de baile.

Desde el inicio de ‘Lay down’, el disco invita a seguir un recorrido que se mueve entre susurros y atmósferas que avanzan con calma medida. Jenny Hval despliega escenas donde los objetos cotidianos adquieren un brillo inesperado, como ocurre en ‘To be a rose’, transformando imágenes sencillas en pequeñas mutaciones poéticas. En ‘I want to start at the beginning’ aparece una sensación de recomposición constante, mientras que ‘All night long’ va extendiendo un pulso cambiante que abraza transiciones suaves. Los interludios aportan breves desvíos que alteran la percepción del conjunto. El resultado mantiene una coherencia envolvente y confirma la capacidad de la artista para crear un mundo propio basado en matices que se entrelazan sin esfuerzo.

Deftones logran en ‘private music’ una consolidación que reafirma su singularidad dentro del rock contemporáneo. El grupo asume el control absoluto de un lenguaje que ha depurado durante tres décadas, donde la agresividad se funde con una sensualidad densa y calculada. Cada canción actúa como una expansión de ese equilibrio entre lo físico y lo etéreo, desplegado en capas que oscilan entre la abrasión y la calma. ‘cXz’ encadena un estribillo nebuloso con una percusión que interrumpe su ascenso, mientras ‘locked club’ propone un riff que alterna fuerza y contención mediante un toque casi táctil. En ‘cut hands’, Chino Moreno se aproxima al rap con un tono provocador que recupera su faceta más frontal, y ‘milk of the madonna’ fluye con una elegancia gélida. ‘departing the body’ cierra el conjunto con un pulso hipnótico que sugiere disolución más que conclusión. La producción enfatiza la textura y el contraste, permitiendo que la tensión permanezca suspendida. ‘private music’ muestra a Deftones como artesanos de la intensidad, transformando la oscuridad en un estado de contemplación activa.

En ‘Lost & Found’, Free Range despliega un conjunto que avanza con calma y deja que cada escena respire. Canciones como ‘Tilt’ o ‘Chase’ muestran voces que rozan el susurro mientras las guitarras abren un espacio de duda y deseo entre líneas. ‘Lost & Found’ ofrece uno de los momentos más claros del disco, con versos que plantean una entrega frágil sin dramatismo. También destacan ‘Service Light’ y ‘Big Star’, que combinan imágenes directas con una calidez tenue. En el tramo final, ‘Faith’ y ‘Storm’ introducen atmósferas más difusas, antes de que ‘Ringing’ cierre con un eco persistente que se queda flotando. Un álbum que invita a entrar sin prisa y seguir el hilo de cada mínima variación.

Metal Bubble Trio establecen con ‘Cucumber’ un punto de encuentro entre el jazz contemporáneo y la delicadeza melódica del pop artesanal. Andrew Dost concibe este proyecto como una extensión de su faceta más íntima, alejándose del brillo expansivo de su etapa anterior para centrarse en una sonoridad cálida, marcada por arreglos de viento suaves y percusiones ligeras que evocan atmósferas hogareñas. Las composiciones fluyen con naturalidad, alternando pasajes rítmicos de bossa nova con momentos de introspección luminosa, donde la voz y el piano dialogan con una serenidad inusual. En ‘Love Please Don’t Be Long’, la frase “You, me and the dog: It’s like we found a four-leaf clover in the lawn” sintetiza la ternura cotidiana que atraviesa todo el álbum. Cada pieza parece guiada por una gratitud silenciosa, como si la música surgiera del vínculo entre calma y afecto. ‘Cucumber’ funciona así como un refugio emocional, un registro donde la sencillez se convierte en forma de claridad creativa.

FKA twigs formula en ‘EUSEXUA’ una investigación sobre el cuerpo y el deseo que traza un territorio entre la entrega, la identidad y la autonomía. La artista utiliza el lenguaje del club y la electrónica experimental para crear un espacio donde lo carnal y lo espiritual conviven sin fronteras nítidas. Desde la pista inicial, la voz se desliza entre texturas digitales que evocan un ritual futurista, mientras versos como “If they ask you, say you feel it, but don’t call it love” articulan una disociación entre placer y afecto. En ‘Girl Feels Good’, la celebración de la autoafirmación femenina adquiere un carácter casi mecánico, en contraste con la suavidad de ‘Room of Fools’, donde el anonimato se transforma en liberación. ‘Sticky’ y ‘24hr Dog’ profundizan en la exposición emocional desde la tensión entre vulnerabilidad y control. El cierre con ‘Wanderlust’ sugiere continuidad más que conclusión, planteando el deseo como impulso vital que rehúye la quietud. ‘EUSEXUA’ se erige así como una síntesis de introspección y ritmo, donde la corporalidad se convierte en vehículo de autoconocimiento.

Franz Ferdinand alcanzan en ‘The Human Fear’ una madurez que les permite observar el paso del tiempo sin renunciar a la urgencia que siempre los caracterizó. El álbum utiliza el miedo como hilo conductor, entendido no como amenaza, sino como impulso que sostiene la voluntad de continuar creando. En ‘Audacious’, la banda formula una declaración de resistencia que asocia riesgo y persistencia mediante un estribillo luminoso. ‘Build It Up’ refuerza ese planteamiento con un ritmo sostenido que sugiere crecimiento frente a la incertidumbre. A lo largo del conjunto, las texturas electrónicas se combinan con su energía habitual, generando una tensión entre contención y dinamismo. ‘Bar Lonely’ introduce una dimensión narrativa que convierte la soledad en escenario emocional, mientras ‘Hooked’ disfraza la obsesión bajo una superficie vibrante. En ‘Black Eyelashes’, los matices mediterráneos aportan una cercanía inesperada, y ‘The Birds’ clausura el recorrido con un impulso crudo que evoca sus inicios. ‘The Human Fear’ plasma la convivencia entre vulnerabilidad y determinación, reafirmando a Franz Ferdinand como un grupo capaz de transformar la inquietud en motor creativo.

Micah P. Hinson muestra en ‘The Tomorrow Man’ un punto de inflexión en su trayectoria, al transformar la melancolía que definió su obra anterior en una forma de serenidad que no reniega del pasado. La colaboración con Alessandro Stefana y Zeno De Rossi confiere al disco una cohesión inédita, donde las orquestaciones aportan amplitud sin diluir la aspereza de su voz. ‘Oh, Sleepyhead’, dedicada a su hijo, inaugura un tono de ternura que sustituye la desesperanza por un afecto reposado. En ‘The Last Train To Texas’, los metales introducen un aire fronterizo que expande su registro habitual, mientras ‘I Don’t Know God’ representa una ruptura simbólica con la culpa que había impregnado sus letras anteriores. ‘Hallow’ y ‘Walls’ aportan densidad y tensión, recordando su pasado más sombrío, pero el conjunto mantiene una claridad emocional que sugiere reconciliación. ‘The Tomorrow Man’ muestra a Hinson reencontrado con la posibilidad de futuro, habitando el presente sin rendirse al dolor.

Con ‘Doga’, Juana Molina se adentra en un universo de texturas que respiran con paciencia: capas de sonido se superponen con delicadeza, y la voz emerge como parte de un paisaje sonoro que crece con calma. Temas como ‘Uno es árbol’ o ‘Siestas ahí’ muestran su capacidad para transformar el silencio en pulso, con secuencias que laten sin prisa. La mezcla de atmósferas orgánicas y electrónicas genera un equilibrio que no busca impacto inmediato sino un efecto que se instala poco a poco. El disco atrapa justamente por su sutileza, dejando espacio para escuchar con calma y redescubrir matices cada vez distintos.

Maruja condensan en ‘Pain to Power’ la intensidad de su directo dentro de un conjunto que oscila entre el caos controlado y la búsqueda de cohesión. El grupo articula un discurso que une rabia política y experimentación sonora, fusionando hardcore, hip-hop, jazz libre y rock alternativo con una energía casi ritual. En ‘Bloodsport’, las percusiones tensas y el fraseo de Harry Wilkinson convierten la violencia en herramienta expresiva, mientras ‘Break the Tension’ despliega un crescendo que alterna agresión y trance. La improvisación domina la estructura de las canciones, reflejando la naturaleza espontánea de su proceso creativo. ‘Look Down on Us’ se erige como manifiesto contra el poder económico y sus jerarquías, en contraste con la vulnerabilidad expuesta en ‘Saorise’, donde la banda se aproxima a una emotividad menos feroz. El saxofón de Joseph Carroll actúa como puente entre géneros, otorgando al conjunto una identidad mutante. ‘Pain to Power’ muestra a Maruja en plena exploración, entre convicción política y catarsis sonora.

Desde los primeros segundos de ‘Ghost’, Joanne Robertson introduce un clima denso que sostiene todo ‘Blurrr’. La guitarra avanza con calma y la voz surge como un hilo que guía escenas donde cada detalle parece surgir sin preparación. En ‘Why Me’ y ‘Friendly’, la repetición de patrones crea un flujo continuo que permite que las imágenes se acumulen sin esfuerzo. La presencia de Oliver Coates refuerza la profundidad de piezas como ‘Always Were’ y ‘Gown’, añadiendo capas de cuerdas que envuelven la interpretación. ‘Exit Vendor’ y ‘Peaceful’ muestran un brillo más abierto dentro del conjunto. El cierre con ‘Last Hay’ mantiene esa sensación de inmediatez que define el álbum, dejando un eco que prolonga su atmósfera más allá de la última nota.

Superchunk encaran en ‘Songs in the Key of Yikes’ su madurez con una energía contenida que combina inquietud y vitalidad. El grupo regresa a la estructura esencial de guitarras, bajo y batería tras el carácter expansivo de su trabajo anterior, recuperando el pulso inmediato del punk y la claridad melódica del power pop. La llegada de Laura King aporta una dinámica distinta, más controlada pero igual de firme, que acompaña las letras de Mac McCaughan, donde la ansiedad cotidiana se mezcla con una necesidad persistente de conexión. En ‘Is It Making You Feel Something’ el impulso emocional se erige como refugio frente al desencanto, mientras ‘Everybody Dies’ y ‘Stuck in a Dream’ canalizan una urgencia que roza la liberación. El cierre, ‘Some Green’, asume el desgaste con serenidad, transformando la frustración en búsqueda. ‘Songs in the Key of Yikes’ reafirma la complicidad de una banda veterana que sigue encontrando sentido en la persistencia y en el ruido compartido.

‘Danger in Fives’ revela un terreno donde todo se desplaza y se rehace sin aviso. Wombo moldean cada pieza a partir de patrones que avanzan y se quiebran, dejando que voces e imágenes aparezcan como destellos que nunca buscan un sentido fijo. En ‘Cloud 36’ y ‘A Dog Says’, las escenas surgen como señales que se estiran y se disipan, mientras ‘S.T. Tilted’ y ‘Slab’ apuestan por un pulso que empuja las frases hacia el límite. La sensación de encierro en ‘Ugly Room’ y el brillo extraño de ‘Neon Bog’ completan un recorrido que nunca se estabiliza. Cada corte abre otra vía, como si el disco respirara por fragmentos móviles.

Con ‘Mark William Lewis’ se abre una ventana hacia un Londres gris teñido de luces tenues y guitarras que respiran. ‘Tomorrow Is Perfect’ golpea con imágenes urbanas narradas con voz grave, mientras ‘Skeletons Coupling’ desliza nostalgia en una atmósfera que parece suspendida sobre el río Támesis. ‘Seventeen’ retrata juventud y dudas con honestidad sin artificios, y ‘Still Above’ modula ese clima con delicadeza. La presencia insistente de armónica y ecos reverberantes envuelve cada pieza en un aire melancólico y profundo. El conjunto construye un retrato sonoro que logra capturar el lado poético de lo cotidiano, con un pulso que no deja de crecer de Mark William Lewis.

Jens Lekman aborda en ‘Songs for Other People’s Weddings’ una reflexión sobre el papel del músico como narrador de vidas ajenas. A partir de la figura de J, intérprete contratado para ceremonias, el sueco construye un relato donde ficción y biografía se entrelazan en torno al ciclo sentimental de una pareja. Cada composición funciona como escena independiente dentro de una historia que alterna humor, desencanto y observación social. En ‘The First Lovesong’ el tono solemne convive con la ironía de ‘A Tuxedo Sewn for Two’, mientras ‘Candy From a Stranger’ y ‘Two Little Pigs’ exploran los momentos de intimidad y celebración. La diversidad de arreglos entre cuerdas orquestales, metales y bases electrónicas acompaña los cambios de perspectiva emocional. La narración culmina en ‘Wedding in Leipzig’, donde el brillo inicial se disuelve en una confesión melancólica. ‘Songs for Other People’s Weddings’ convierte el rito colectivo en una metáfora de la memoria compartida y de las canciones que sobreviven al vínculo que las originó.

‘Different Talking’ revela un clima cercano que crece mediante detalles cotidianos convertidos en pequeñas escenas. ‘Pressed Flower’ abre el conjunto con una voz que avanza sin dramatismo, mientras ‘One of Each’ insiste en un bucle que acompaña el vaivén interior del disco. ‘Porcelain’ aporta un quiebre ruidoso que amplía el recorrido antes de que ‘Vanity’ introduzca un pulso más claro. A medida que avanza la secuencia, aparecen imágenes urbanas, objetos mínimos y frases que fijan sensaciones cambiantes sin necesidad de completarlas. ‘Pothole’ cierra con una mirada que mezcla humor y serenidad, sellando un trabajo que observa lo cotidiano con precisión y ligereza de Frankie Cosmos.

Desde ‘Echoes’, Sorry plantean un viaje que juega con máscaras sonoras y cambios de enfoque constantes. El grupo combina capas sugerentes y ritmos precisos para crear escenarios donde lo familiar adopta nuevas formas, algo evidente en ‘Jetplane’ o ‘Waxwing’. La banda despliega contrastes que se intensifican en ‘Love Posture’ y ‘Life In This Body’, piezas que aportan una calma inquieta. Cuando llega ‘Today Might Be The Hit’, el pulso se acelera y abre paso a un tramo final donde ‘Candle’, ‘Magic’ y ‘JIVE’ consolidan una identidad mutable que nunca pierde dirección. ‘COSPLAY’ destaca por su habilidad para transformar cada idea en un espacio cambiante que invita a seguir descubriendo matices.

Racing Mount Pleasant presentan en ‘Racing Mount Pleasant’ un debut que aspira a la épica sin desprenderse de la impronta estudiantil de sus orígenes. El septeto convierte cada arreglo en una demostración de ambición formal, con guitarras que se abren hacia el post-rock y una emotividad heredada del emo del Medio Oeste. ‘Your New Place’ establece el tono mediante crescendos orquestales y percusión militar que anticipan la estructura circular del disco, cerrada en ‘Your Old Place’. Las referencias a Arcade Fire o Black Country, New Road se perciben tanto en los coros colectivos como en la teatralidad de los pasajes instrumentales. Sin embargo, la narrativa romántica que atraviesa canciones como ‘Emily’ o ‘You Pt. 2’ se diluye en imágenes vagas, incapaces de sostener la intensidad sonora que la rodea. ‘Racing Mount Pleasant’ es un ejercicio de estilo que demuestra oficio y visión, aunque todavía busca una identidad propia dentro del marco que homenajea.

Desde el primer instante en ‘Portrait Of My Heart’ se percibe cómo SPELLLING avanza con una mezcla de impulso y delicadeza que sostiene todo el recorrido. ‘Keep It Alive’ introduce una sensación de movimiento circular que marca el tono, mientras ‘Alibi’ revela un enfoque más punzante que contrasta con la amplitud de ‘Waterfall’. La colaboración con Chaz Bear en ‘Mount Analogue’ abre un espacio suspendido que aporta respiro antes de que piezas como ‘Satisfaction’ eleven la intensidad. Cada canción amplía un mismo núcleo expresivo sin perder cohesión, alternando pasajes brillantes con otros más densos. El resultado muestra a Chrystia Cabral en un punto de claridad creativa, capaz de transformar inquietud en un viaje sonoro cautivador.

Al empezar ‘You Are The Morning’ uno se adentra en un paisaje donde las sombras se iluminan con delicadeza. ‘Kitchen’ abre con una guitarra sencilla y una voz que no se esconde, estableciendo un tono directo y envolvente. Más adelante, ‘Skin on Skin’ combina texturas crudas con emoción contenida, mientras ‘Breaking In Reverse’ inyecta urgencia y tensión. Hay contrastes potentes: ‘New Shoes’ equilibra melancolía y decisión, y ‘Elephant’ emerge con intensidad sin sacrificar la sutileza. El cierre, ‘Woman’, retoma fuerza colectiva con coros que invocan identidad y presencia. Jasmine 4 T convencen por su honestidad, su capacidad para transitar estados diversos con coherencia y por momentos en los que cada canción deja huella.

Al adentrarse en ‘Who Will Look After the Dogs?’, PUP dejan claro que su energía sigue intacta. ‘No Hope’ abre con una sacudida inmediata que marca el tono general, seguido por ‘Olive Garden’ y ‘Four Chords’, donde la banda transforma frustraciones acumuladas en descargas directas. La producción de John Congleton potencia un sonido que conserva fallos y bordes ásperos, especialmente en ‘Paranoid’ y ‘Get Dumber’, piezas que muestran al grupo en su estado más impulsivo. En la parte final destacan ‘Concrete’ y ‘Hallways’, que añaden variaciones rítmicas y un enfoque más pausado sin perder tensión. El cierre con ‘Shut Up’ prolonga un eco que mantiene viva la fuerza del recorrido.

En ‘Goodbyehouse’, snuggle despliegan un clima que combina calma y tensión, siempre marcado por una cercanía palpable entre quienes lo interpretan. ‘Sun Tan’ captura un verano fugaz con guitarras ásperas que sostienen una imagen luminosa, mientras que ‘Woman Lake’ convierte un recuerdo ajeno en un paisaje compartido lleno de detalle sugerente. Más adelante, ‘Dust’ introduce un pulso electrónico que insinúa un mundo al borde del caos, y ‘Water in a Pond’ abraza una despedida envuelta en sombras suaves. El disco crece sobre improvisaciones y decisiones instintivas, dejando que cada textura respire. snuggle logran un conjunto que acompaña, sorprende y mantiene siempre un brillo inquietante.

A medida que avanza ‘Big city life’, Smerz construyen un paisaje marcado por impulsos breves, voces que se deslizan y ritmos que se doblan sobre sí mismos. Temas como ‘Roll the dice’ y ‘Feisty’ muestran cómo el dúo convierte gestos mínimos en atmósferas inciertas, mientras que ‘Close’ y ‘You got time and I got money’ introducen un juego de contrastes entre frialdad y deseo. El tramo final, con ‘Imagine this’ y ‘Dreams’, recupera sombras de su pasado electrónico, ahora filtradas por una mirada más contenida. Todo el álbum funciona como un mosaico urbano donde cada detalle altera el rumbo, creando un recorrido que invita a escuchar con atención cada pliegue.

Youth Lagoon concibe en ‘Rarely Do I Dream’ un retrato del pasado como territorio incierto, donde los recuerdos se mezclan con la invención hasta disolver toda frontera. Trevor Powers utiliza grabaciones domésticas de su infancia como eje narrativo, intercalando la voz de aquel niño con la del adulto que intenta reinterpretar su propia historia. Desde ‘Neighborhood Scene’, el disco proyecta un espacio intermedio entre la ensoñación y la reconstrucción, guiado por una producción que oscila entre el ruido electrónico y la delicadeza acústica. ‘Speed Freak’ expone la tensión entre impulso y fragilidad, mientras ‘My Beautiful Girl’ revela el reverso más íntimo de esa búsqueda. En ‘Lucy Takes a Picture’, las voces del pasado se confunden con un piano que avanza como si tratara de descifrar su propia melodía. El cierre, ‘Home Movies (1989-1993)’, condensa esta mirada: el tiempo no se recuerda, se reescribe. ‘Rarely Do I Dream’ convierte la memoria en materia sonora en perpetua mutación.

Entre capas suaves y relatos que avanzan sin prisa, ‘Patience, Moonbeam’ muestra a Great Grandpa reencontrándose desde una calma recién adquirida. Las voces de Al, Pat y Carrie se alternan para construir escenas que se apoyan en lo cotidiano, como ocurre en ‘Junior’ o ‘Ephemera’, donde pequeñas imágenes terminan guiando el movimiento de cada corte. ‘Kid’ actúa como centro emocional al reunir duelo y afecto sin ornamentos, mientras ‘Emma’ y ‘Doom’ se enlazan por repeticiones que funcionan como hilo tenue entre ambas. La banda trabaja cada pieza con un cuidado que privilegia el paso del tiempo compartido, dando lugar a un conjunto que respira cambio, distancia y un tipo de compañía construida desde la escucha mutua.

Saint Etienne se despiden con ‘International’, un último disco que celebra la esencia de su trayectoria: la unión entre la pista de baile y la melancolía. Bob Stanley, Pete Wiggs y Sarah Cracknell recuperan los elementos que definieron su sonido, la elegancia del pop electrónico y la nostalgia teñida de optimismo, para construir un cierre más festivo que conclusivo. Canciones como ‘Glad’ y ‘Brand New Me’ irradian energía y brillo, mientras Cracknell alterna ternura e ironía en letras que oscilan entre la euforia y el desencanto. Sin embargo, el álbum se mueve entre el homenaje y la repetición: ‘He’s Gone’ o ‘Save It for a Rainy Day’ replican con solvencia fórmulas del pasado sin aportar una nueva perspectiva. En su tramo final, piezas como ‘Two Lovers’ o ‘The Last Time’ revelan una mirada más contenida, observando la vida desde cierta distancia. ‘International’ no busca reinventar nada, sino despedirse con dignidad y gratitud, reafirmando la idea de que la música de Saint Etienne siempre fue una forma de detener el tiempo.

Bon Iver lleva al extremo su voluntad de desintegración en ‘SABLE, fABLE’, un álbum que parece construido a partir del colapso deliberado de toda forma reconocible. Justin Vernon se sumerge en un proceso de borrado donde la voz, la melodía y la estructura se deshacen antes de consolidarse, como si cada canción temiera ser comprendida. Desde ‘i/o’ hasta ‘crux’, el disco adopta la opacidad como principio: frases truncadas, capas electrónicas que se anulan entre sí, ritmos desplazados que mantienen al oyente en un estado de confusión controlada. Lo que antes era búsqueda de trascendencia se convierte aquí en retraimiento; la emoción no se expresa, se esconde. La textura sonora funciona como un muro más que como un puente. ‘SABLE, fABLE’ no busca conmover ni dialogar, sino afirmar la imposibilidad de hacerlo. En lugar de abrir un nuevo territorio, Bon Iver se repliega en su propio lenguaje hasta convertirlo en una forma de silencio.

En ‘Dan’s Boogie’, Destroyer despliega un juego de reflejos donde cada tema parece perseguir una forma que nunca termina de fijarse. Desde ‘The Same Thing as Nothing at All’, el álbum avanza con frases que se cortan antes de asentarse y melodías que se insinúan sin imponerse. ‘Hydroplaning Off the Edge of the World’ acentúa esa deriva con teclados que se expanden como si buscaran un horizonte incierto. En piezas como ‘Bologna’ o ‘Cataract Time’, la voz se mueve entre escenas que se deshacen al rozarse entre sí. El tramo final, con la pista homónima y ‘Travel Light’, mantiene esa sensación de inestabilidad calculada que define el trabajo. El resultado propone un recorrido inquietante y lleno de ángulos inesperados.

Entre los sonidos de ‘Michelangelo Dying’ surge un recorrido en el que cada pieza parece moldeada desde una calma tensa. ‘Jerome’ abre con un paisaje escaso donde la voz se impone sobre guitarras tratadas y un saxofón lejano. Más adelante, ‘Love Unrehearsed’ añade un pulso inquieto que convive con frases cargadas de deseo y fricción. ‘Mothers of Riches’ y ‘Pieces of My Heart’ avanzan con movimientos circulares que revelan cambios internos sin recurrir a dramatismos. La aparición de John Cale en ‘Ride’ aporta un contraste elegante en plena vorágine. El cierre con ‘I Know What’s Nice’ deja una última estela mínima que prolonga la sensación de suspensión que guía todo el álbum.

C Duncan regresa con ‘It’s Only A Love Song’, un álbum que despliega su particular sensibilidad para retratar los matices del afecto. En su quinto trabajo, el escocés combina arreglos orquestales, armonías de cámara y una producción minuciosa que oscila entre la calidez y la introspección. Desde la apertura homónima hasta el cierre con ‘Time And Again’, las canciones funcionan como viñetas emocionales que capturan momentos de amor, pérdida y reconciliación sin caer en lo melodramático. Duncan trabaja con un lenguaje sonoro que parece provenir de otro tiempo, pianos, cuerdas y arpas, pero que mantiene una resonancia contemporánea gracias a su precisión y contención. Piezas como ‘Lucky Today’ o ‘Triste Clair De Lune’ demuestran su dominio para equilibrar luz y sombra, mientras ‘Sadness’ y ‘The Space Between Us’ exponen la fragilidad que subyace incluso en la belleza. En conjunto, el disco consolida a Duncan como un artesano del detalle y del sentimiento, un compositor capaz de convertir lo cotidiano en algo casi sagrado.

A medida que avanza ‘into a pretty room’, se revela un recorrido que juega con contrastes entre calma y explosiones digitales. ‘alive’ abre con pianos difusos que pronto conviven con capas sintéticas, mientras ‘barnyard’ introduce imágenes rurales sostenidas por guitarras que parecen respirar. El dúo despliega su faceta más vibrante en ‘Rosie’ y ‘backseat 30’, donde la energía rítmica impulsa melodías que avanzan con soltura. En un terreno más sereno, ‘in b tween’ y ‘the rain’ emplean texturas suaves para capturar escenas que parecen surgir de recuerdos que cambian al volver a mirarlos. El cierre con ‘Helen’s Song’ aporta una claridad que sintetiza la intención del disco: Lots of Hands convierten instantes fugaces en algo que perdura.

Pulp regresan con ‘More’, un disco que evita el gesto nostálgico para centrarse en la observación lúcida del presente. Jarvis Cocker y compañía no buscan repetir fórmulas ni corregir el pasado, sino explorar lo que significa persistir con el cuerpo, la edad y el deseo como materiales visibles. Desde ‘Spike Island’, el álbum establece un tono de introspección sin solemnidad, donde la ironía convive con la ternura. Canciones como ‘Got To Have Love’ y ‘Slow Jam’ revelan una escritura más contenida, menos performativa, que se apoya en una producción sobria de James Ford para mantener el equilibrio entre emoción y distancia. En ‘Farmers Market’ y ‘Grown Ups’, Pulp reflexionan sobre el paso del tiempo y la rutina con una mezcla de humor y vulnerabilidad, mientras ‘The Hymn of the North’ y ‘A Sunset’ cierran el conjunto con un aire de plegaria laica, suspendida entre aceptación y duda. ‘More’ no celebra el regreso de Pulp, sino su capacidad de seguir mirando el mundo con una ironía compasiva que nunca se agota.

Al girar el primer surco de ‘Headlights’, se abre un paisaje en el que Alex G mezcla delicadeza y tensión con medida. ‘June Guitar’ marca el tono con una guitarra clara y un pulso contenido, mientras ‘Afterlife’ dibuja un vaivén entre anhelo y ruido. En ‘Beam Me Up’ asoma una melancolía en capas sonoras, y ‘Oranges’ desliza un sosiego que contrasta con la carga previa. A mitad del recorrido aparecen fragmentos ásperos, ecos distorsionados y voces procesadas que renuevan la atmósfera. El cierre con ‘Logan Hotel’ deja una huella persistente, insinuando dudas y certezas que permanecen más allá del último acorde.

Wet Leg regresan con ‘Moisturizer’, un segundo álbum que elude la repetición y opta por una exploración más introspectiva de su propio territorio emocional. El dúo convertido en quinteto amplía su sonido sin perder identidad, desplazando su ironía hacia formas más ambiguas y menos inmediatas. Desde ‘CPR’, donde el romanticismo se confunde con urgencia vital, hasta ‘Catch These Fists’, que convierte el asco y el hartazgo en gesto afirmativo, el disco mantiene una tensión constante entre el sarcasmo y la vulnerabilidad. La crudeza lírica de ‘Pillow Talk’ y la melancolía luminosa de ‘Davina McCall’ muestran la amplitud de su registro emocional, mientras ‘Mangetout’ condensa su espíritu combativo en una frase seca y definitiva. Entre lo industrial y lo melódico, Wet Leg juegan con los límites del deseo, del cansancio y de la ironía cotidiana, construyendo canciones que no buscan impactar, sino permanecer. ‘U and Me at Home’ cierra el álbum con un tono doméstico y afectuoso, casi un anticlímax deliberado que resalta la madurez del conjunto.

Beirut regresa con ‘A Study of Losses’, un disco que encuentra a Zach Condon revitalizado por un contexto insólito: la creación de música para una compañía de circo contemporáneo sueca. Lo que podría haber sido un ejercicio forzado de autoimitación termina convirtiéndose en su trabajo más fluido y curioso en años. Dividido entre canciones y piezas instrumentales, el álbum equilibra la calidez orquestal de los primeros Beirut con un renovado interés por la electrónica, logrando un diálogo entre el pasado y una experimentación luminosa. Temas como ‘Villa Sacchetti’ y ‘The Moonwalker’ evocan el espíritu de Gulag Orkestar sin recurrir a la nostalgia, mientras ‘Ghost Train’ y ‘Guericke’s Unicorn’ incorporan sintetizadores que expanden el paisaje sonoro hacia un terreno cercano al pop sintético y la escuela de Tangerine Dream. Condon mantiene su timbre melancólico como ancla emocional, pero deja que las canciones respiren, permitiendo que la instrumentación y los arreglos narren tanto como su voz. ‘Mare Nectaris’, casi un mantra, resume el enfoque del disco: un intento de reconciliar la pérdida con el impulso de creación.

Men I Trust ralentizan el tiempo en ‘Equus Asinus’, un álbum donde la quietud se convierte en método y el minimalismo en forma de expresión. El trío canadiense abandona las pulsaciones electrónicas más reconocibles de su sonido para centrarse en guitarras acústicas, bajos envolventes y un tempo que parece dilatar cada respiración. No hay intención de ruptura ni de reinvención radical, sino un desplazamiento hacia la introspección y la permanencia. Desde ‘I Come With Mud’, el disco establece un tono hipnótico, guiado por la voz etérea de Emma Proulx, que flota sobre líneas melódicas contenidas. Canciones como ‘Bethlehem’ y ‘Frost Bite’ condensan la esencia del grupo: sencillez, claridad y una melancolía que nunca se impone. En ‘The Landkeeper’ y ‘Purple Box’ emerge una narrativa sutil sobre la memoria y la relación con el entorno, mientras ‘Burrow’ y ‘Unlike Anything’ profundizan en un registro más oscuro y despojado. El cierre con ‘I Don’t Like Music’ funciona como una reflexión sobre el propio acto de crear, dejando abierta la duda entre el amor y el agotamiento por el sonido.

Bajo la luz tenue que sugiere ‘Raspberry Moon’, Hotline TNT muestran un sonido más abierto y colaborativo sin perder su intensidad habitual. ‘Was I Wrong?’ inaugura el viaje con guitarras densas que dejan entrever nuevas capas de claridad, mientras ‘Break Right’ introduce un ritmo pausado que revela una faceta más cercana. Piezas como ‘Candle’ o ‘Where U Been?’ combinan frases directas con melodías que avanzan sin dramatismo, sosteniendo una tensión que nunca se desborda. El conjunto oscila entre energía cruda y momentos de calma inesperada, permitiendo que cada instrumento ocupe su lugar sin opacar al resto. El cierre reafirma esa sensación de persistencia que define al disco de principio a fin.

Stella Donnelly alcanza en ‘Love and Fortune’ un punto de equilibrio entre madurez y vulnerabilidad, firmando su trabajo más sereno hasta la fecha. Lejos del sarcasmo afilado de sus inicios, la australiana adopta una mirada más introspectiva y reposada, donde el humor se convierte en herramienta de análisis y no de defensa. Las canciones, pequeñas viñetas sobre rupturas, cansancio y reconstrucción, avanzan con calma, sin buscar dramatismo ni catarsis inmediata. Desde ‘Standing Ovation’, que abre el disco con una sobriedad contenida, hasta ‘Laying Low’, que lo cierra con la aceptación tranquila del paso del tiempo, Donnelly articula un recorrido emocional que encuentra belleza en lo simple. En ‘Being Nice’ y ‘Please Everyone’, la artista disecciona las tensiones entre autenticidad y complacencia, mientras ‘Feel It Change’ y ‘Baths’ destilan una intimidad casi terapéutica. La producción, discreta y precisa, deja espacio a la voz y a los silencios, reforzando la sensación de cercanía y claridad.

‘Instant Holograms on Metal Film’ vuelve con la sutileza característica de Stereolab: capas de sintetizador y matices de percusión construyen atmósferas que flotan sin necesidad de urgencia. En ‘Aerial Troubles’ o ‘Melodie is a Wound’ las frases se deslizan con serenidad sobre texturas que se mueven con lentitud, invitando a escuchar con calma. El álbum no busca sacudir el presente: propone un terreno donde cada detalle puede reaparecer distinto en cada escucha. Su fuerza radica en la persistencia de sonidos que se extienden sin alardes, y en una coherencia sonora que seduce por su sobriedad.

Con cada paso de ‘For Melancholy Brunettes (& Sad Women)’, Michelle Zauner construye un paisaje donde la delicadeza convive con impulsos luminosos. Desde la energía de ‘Mega Circuit’ hasta el clima más recogido de ‘Orlando in Love’, el disco avanza con una mezcla de intensidad y claridad que sostiene todo el recorrido. Las melodías se expanden con arreglos cuidados que elevan momentos como ‘Be Sweet’ y matizan pasajes más umbríos como ‘Tactics’. El álbum fluye con soltura entre contrastes y confirma la facilidad de Japanese Breakfast para convertir imágenes personales en escenas que resuenan con fuerza. El resultado invita a seguir cada giro, atrapando tanto en los pasajes radiantes como en los más sombríos.

Desde su inicio, ‘Burnover’ se despliega como un recorrido donde Greg Freeman convierte lugares e historias locales en escenas que avanzan con impulso narrativo. ‘Point and Shoot’ arranca con tensión inmediata, mientras ‘Curtain’ introduce un contraste entre piano ligero y guitarras que cambian el rumbo del tema. En ‘Rome, New York’ surge un paisaje urbano que revela el desgaste de una ciudad atravesada por rutinas nocturnas. El tramo final con ‘Wolf Pine’ amplía el mapa del disco, entre referencias naturales y momentos de observación cercana. Cada canción encuentra una forma distinta de enlazar símbolos, voces y espacios, componiendo un conjunto que se mueve con soltura entre lo íntimo y lo exterior.

Bad Bunny convierte en ‘Debí Tirar Más Fotos’ la nostalgia en punto de partida para explorar la memoria, la identidad y la pérdida desde una mirada introspectiva. Lejos de la inmediatez de sus grandes éxitos, el álbum propone un viaje más conceptual y disperso, donde el artista intenta reconciliar su figura global con sus raíces puertorriqueñas. En este intento, la ambición supera a veces la cohesión: hay momentos de gran belleza y otros que quedan atrapados entre el homenaje y la indecisión estética. Canciones como ‘Nuevayol’ y ‘Café con Ron’ evocan la riqueza musical del Caribe con arreglos vivos y colaboraciones locales, mientras ‘Debí Tirar Más Fotos’ condensa el tono melancólico del disco en una confesión sencilla y efectiva. Sin embargo, otras piezas como ‘Pitorro de Coco’ o ‘Turista’ pierden fuerza entre lo conceptual y lo genérico. La producción, detallada y ambiciosa, no siempre logra equilibrar la carga emocional y el comentario social que atraviesan temas como ‘Lo que le pasó a Hawaii’.

Bajo una calma que se abre poco a poco, ‘Double Infinity’ despliega un recorrido donde Big Thief juegan con cambios de ritmo y atmósferas que se expanden sin aviso. ‘Incomprehensible’ marca el punto de partida con guitarras que serpentean sobre imágenes que avanzan con suavidad. En ‘Words’, el grupo introduce un quiebro eléctrico que altera el pulso general y muestra otra faceta del conjunto. ‘Los Angeles’ incorpora risas y percusión ligera antes de crecer hacia un estribillo cargado de eco. La secuencia avanza con piezas que se elevan y repliegan sin prisa, cerrando con ‘How Could I Have Known’, un tema donde conviven despedida y apertura en un mismo movimiento.

‘Internal Drone Infinity’ revela cómo Living Hour convierten escenas cotidianas en imágenes que avanzan con calma. ‘Stainless Steel Dream’ abre con detalles domésticos que se enlazan como si formaran una secuencia continua. Después, ‘Wheel’ introduce un movimiento constante que refleja la dificultad de mantener el rumbo. En ‘Waiter’, la repetición crea un estado de espera prolongada que define el pulso del disco. Más adelante, ‘Firetrap’ muestra una atmósfera densa desde la que se intenta crear distancia. El cierre con ‘Things Will Remain’ deja una sensación de permanencia apoyada en objetos y lugares que resisten al paso del tiempo. El conjunto transmite una observación precisa del entorno y propone un recorrido sereno.

Desde los primeros instantes de ‘I Let the Wind Push Down On Me’ se percibe una búsqueda de equilibrio entre quietud y tensión. ‘How I Used to Dance’ abre con un aire casi suspendido donde voz y bajo ocupan extremos que no chocan, sino que se observan. Más adelante, ‘Starry Eyed’ introduce un impulso que crece desde pequeños detalles y se expande sin romper el clima general. ‘Crushed’ mantiene un pulso firme que deja entrever una carga física contenida, mientras que ‘Anymore’ se apoya en repeticiones que sostienen el avance. El tramo final con ‘Let Me Be’ ofrece una despedida serena que no cierra caminos, sino que prolonga la sensación de movimiento interno que atraviesa el álbum de Moontype.

‘Sinister Grift’ sorprende por cómo Panda Bear combina calidez y desasosiego sin forzar equilibrios. ‘Praise’ abre con un impulso radiante que pronto se inclina hacia sombras que atraviesan piezas como ‘Anywhere But Here’, donde la voz de Nadja añade un contraste inesperado. ‘Elegy for Noah Lu’ actúa como un punto de quiebre al reducir la mezcla a lo esencial, mientras que ‘Defense’ cierra con un giro que invita a seguir avanzando. El disco se sostiene en un dinamismo que alterna claridad y turbulencia, reforzado por colaboraciones que aportan matices sin diluir la identidad del proyecto. El resultado es un recorrido donde cada canción parece iluminar una esquina distinta del mismo paisaje.

El nuevo disco de Emily Sprague, ‘Jellywish’, propone una escucha que avanza entre escenas breves donde cada elemento aparece y se desvanece sin aviso. ‘Levitate’ introduce un clima tenso que se sostiene más por sugerencias que por desarrollo, mientras que ‘Moon, Sea, Devil’ condensa símbolos contrastados en una imagen que actúa como impulso. En ‘Have Heaven’, la combinación de timbres aporta un movimiento suave que nunca llega a estabilizarse. Las piezas más luminosas, como ‘Sparkle Song’, abren un respiro dentro de un conjunto que insiste en observar lo cotidiano desde ángulos inesperados. El cierre con ‘Gloom Designs’ enlaza recuerdos y detalles mínimos para construir una despedida que mantiene la inquietud inicial. El disco funciona como un continuo de escenas vinculadas por una energía tenue de Florist.

‘Bleeds’ muestra cómo Wednesday convierten situaciones cotidianas en relatos intensos que avanzan con imágenes afiladas. ‘Reality TV Argument Bleeds’ abre el conjunto con una tensión doméstica que se amplifica hasta el desorden. Más adelante, ‘Townies’ mezcla recuerdos incómodos con un regreso al hogar cargado de sombras. El grupo alterna crudeza y calma en piezas como ‘Elderberry Wine’, donde aparece un contraste entre ternura y duda. La electricidad vuelve a imponerse en ‘Candy Breath’ y ‘Pick Up That Knife’, ambas llenas de inestables destellos narrativos. El cierre con ‘Gary’s II’ introduce humor oscuro sin perder la sensación de inquietud que une todo el álbum. ‘Bleeds’ confirma un lenguaje propio basado en escenas que permanecen.

Desde el inicio, ‘Never Enough’ marca un impulso que avanza sin fijarse límites. Turnstile entrelazan golpes rítmicos, giros electrónicos y cambios de color que amplían su estilo sin perder pegada. ‘Sole’ y ‘Birds’ concentran la vertiente más acelerada, mientras ‘I Care’ abre un espacio donde las texturas se expanden. ‘Seein’ Stars’ invita al cuerpo con un pulso cercano al funk y ‘Look Out For Me’ estira la forma hasta disolver la energía en una deriva casi club. También brillan colaboraciones que encajan con naturalidad, reforzando un recorrido lleno de contrastes. El grupo pone en juego un movimiento continuo que deja cada tema vibrando incluso cuando termina.

Nada más arrancar ‘Straight Line Was A Lie’ se percibe cómo The Beths transforman inquietudes cotidianas en melodías llenas de impulso. El tema inicial marca el tono del álbum, combinando giros rápidos y frases que muestran una mirada sincera sobre avances que nunca son lineales. ‘No Joy’ captura la sensación de estancamiento con un contraste entre riffs densos y voces claras, mientras ‘Metal’ aporta un aire más luminoso sin perder firmeza. En ‘Mosquitoes’, la calma inicial se expande hacia una escena que evoca paisajes arrasados, y ‘Take’ irrumpe con una energía que crece hasta el estribillo final. Cada pista aporta un matiz distinto y confirma la habilidad del grupo para construir una obra cohesionada y directa.

Mei Semones propone un recorrido donde la cercanía entre voz e instrumentos marca cada escena de ‘Animaru’. El disco se mueve entre momentos serenos y pasajes de ritmo ágil, con piezas como ‘Tora Moyo’ o ‘Dangomushi’ que destacan por su calidez y precisión. Semones combina idiomas y colores sonoros sin forzar contrastes, permitiendo que cada composición crezca con suavidad. En ‘Zarigani’ aflora una delicadeza especialmente luminosa, mientras ‘Rat With Wings’ introduce una intensidad que amplía el paisaje del álbum. El cierre reafirma un enfoque claro: captar instantes que brillan por su sencillez y su sentido de cercanía. ‘Animaru’ invita a sumergirse en detalles que revelan una forma de crear directa y muy cuidada.

Desde el arranque con ‘Sincerely’, el disco presenta un camino marcado por decisiones que dejan huella y escenas que se tensan sin previo aviso. ‘I Want You (Fever)’ aporta un impulso directo donde el deseo se muestra sin filtros, mientras que ‘Rodeo’ cambia la perspectiva para señalar las consecuencias de ciertos actos. En ‘New Friend’, la calma aparente convive con una inquietud latente que se filtra entre acordes suaves. Más adelante, ‘Ohio All The Time’ captura un recuerdo que se escapa incluso mientras se intenta retenerlo, y ‘How to Breathe’ revela una búsqueda personal descrita desde la sombra. El cierre con ‘My Old Street’ fija la mirada en un pasado que permanece, completando un recorrido lleno de contrastes de Momma.

En ‘Phonetics On and On’, Horsegirl despliegan un lenguaje donde cada sonido parece pensado para resonar más allá de su forma mínima. ‘Where’d You Go?’ establece una entrada luminosa basada en sílabas repetidas, mientras ‘2468’ apuesta por un juego rítmico que avanza con soltura. En temas como ‘Julie’, los acordes flotan con una calma que invita a detenerse, y ‘Frontrunner’ aporta un contraste más sobrio sin perder coherencia. La producción de Cate Le Bon impulsa un enfoque que prioriza la claridad, permitiendo que cada instrumento respire sin saturar el conjunto. El cierre con ‘I Can’t Stand to See You’ resume la dinámica del disco, alternando tensión suave y variaciones que mantienen viva la atención.

Nada más escuchar ‘One Small Step’, el nuevo disco de Nate y Rachel se expande como un mecanismo que arranca con aspereza y abre la puerta a un territorio lleno de choques y destellos. ‘Life Signs’ confirma esa sensación, combinando frases afiladas con guitarras que avanzan en oleadas densas. ‘Nights in Armor’ y ‘Born 2’ refuerzan la impresión de estar dentro de un entorno que no deja de vibrar, donde las capas se mueven como placas que colisionan. En el centro aparece ‘Rocket’, que irrumpe con un giro psicodélico antes de que ‘Spaceship’ desoriente con ritmos irregulares. Hacia el cierre, ‘Blood on the Dollar’ aporta un respiro tenso que prepara el retorno de ‘For Mankind’, un eco final que cierra el círculo de Water From Your Eyes.

Redacción Mindies

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