Cupio Dissolvi. Y los deseos se hacen órdenes. De repente ya no estás donde antes. El paisaje es nuevo y los sonidos envolventes. ¿Qué es lo que te rodea? ¿Es verde, es azul, blanco y negro o carmesí? ¿Es líquido, gaseoso o sólido? ¿Puedes respirar, lo necesitas? ¿Habrá más personas alrededor? Por delante hay un sendero, no te queda de otra más que caminar. Caminar y adentrarte en el diseño de Steve Hauschildt, en su madriguera de matices, sintetizadores, loops y colaboraciones. Dicen que el número 7 trae consigo cosas que no se pueden explicar, es el séptimo trabajo de estudio del músico estadounidense y es verdad que algo hay de inefable en lo que hace.  

En la vida hay etapas. Emeralds fue una de ellas para Steve Hauschildt. Un trío con experimentación que dejó grandes discos en los que se podía distinguir una personalidad definida. Duró lo que tenía que durar. Es posible que los horizontes se estuvieran estrechando y para alguien como Steve, las fronteras sientan mejor si no existen. Por ello, el pertenecer a una agrupación no le impidió lanzar material como solista y así, el proceso fue natural cuando Emeralds se terminó.  

Un estudio sin ventanas. Enclaustrado. A veces en Chicago, a veces en Nueva York. El trabajo parece una fragmentación que carece de referencias hacia el verano, invierno, otoño o primavera. Es la creación de Steve, su diseño, su madriguera. El enfoque está en la mezcla, en la incorporación de nuevos instrumentos. Es el abanico infinito cuando se trabaja con lo digital. Si antes, una sala con los instrumentos bien microfoneados era lo indispensable para la toma final, cuando se trabaja en lo digital, se puede tener control hasta de lo más mínimo. Un diseño quasi-generative, dice Hauschildt. Brian Eno estaría orgulloso.  

‘M Path’ es el transporte y ‘Phantox’ la confirmación de la transición. Sutilezas en un armado ambicioso que con cada escucha se va enriqueciendo. Algo hay de Emeralds pero pacificado, como si lo cinético se transformara en energía potencial. ‘Saccade’ tiene a Julianna Barwick en las voces. Al fin alguien más. Pero no es algo satisfactorio. Es algo omnipresente, por momentos intangible y que, según Steve, carga con la ansiedad de la perpetua vigilancia moderna. ‘Alienself’ te hace mover una parte de tu cuerpo. Es curioso como Steve Hauschildt no hace música que se podría considerar como bailable, pero algo hay en el beat que te impide mantenerte estático. Un hipnótico vaivén que va despegando hasta aquello que Lovecraft llamaba el éter.  

Fanático de los aparatos portátiles para hacer música, no es difícil imaginar una escena que muchos considerarían deprimente, ser pintada por la imaginación potenciada por audífonos. Un cuarto sin ventanas que, sin embargo, es capaz de ampliarse en lontananza.  

‘Syncope’ tiene a GABI en colaboración en lo que parece un punto alto del mapa. Acelera un poco el ritmo y la ensoñación. Es la fusión perfecta de talentos. Una voz que parece perder su humanidad entre el eco y la reverberación, pero que bien funciona como un himno hacia la noche ideal. La noche en donde epifanías tuvieron lugar, donde se resignificó tu lugar en el mundo gracias al valor que te inyectó el mensaje indescifrable de una canción.

‘Lyngr’ continúa con esa atmósfera extraña. Es casi como si algún fragmento de los Cocteau Twins fuera ultrajado de su perfección, para ir más allá. Sacándolo de los planos convencionales de los escoceses y generando así, otra pieza inmaculada, con sonidos computarizados y la mano educada de su creador. Y cuando parece que tu alrededor es amigable, festivo y reflexivo, se regresa al principio. Cupio Dissolvi. Y los deseos se hacen órdenes. La canción que da nombre al álbum regresa a la extrañeza de no sentirse en ningún lugar conocido, texturas rasposas, una creciente incorporación de instrumentos y el aura inefable de todo el trayecto recorrido. Es el cierre que condensa todo y completa el círculo. Hasta que todo se disuelve con una nota en el olvido. 

Reseña a cargo de Alan Luna.