Cine y series

Respira - temporada 2

Carlos Montero

2025



Por -

Entre pasillos asépticos, miradas cansadas y la sensación de que algo se descompone lentamente en las estructuras del sistema, 'Respira' regresa con una segunda temporada que retoma el pulso del hospital Joaquín Sorolla, ahora inmerso en un proceso de privatización que desata tensiones entre sus profesionales y los nuevos gestores. Carlos Montero, junto a un equipo de dirección compuesto por David Pinillos, Marta Font y Abril Zamora, mantiene el foco en los entresijos de la sanidad valenciana y en las grietas morales que atraviesan a quienes intentan sostener un orden que se derrumba. El relato se desarrolla con ritmo constante, sin precipitación ni artificios, para sumergir al espectador en un entorno donde las decisiones se mezclan con intereses económicos y emociones contenidas. Cada episodio amplía la mirada sobre el equilibrio entre vocación y supervivencia, sin abandonar la intención de mostrar la tensión que acompaña a los cuerpos agotados por la urgencia.

El argumento gira en torno a la transformación del hospital en un centro privado, un cambio que convierte cada planta en un campo de batalla donde los valores profesionales se enfrentan a la burocracia y al cálculo financiero. Patricia, interpretada por Najwa Nimri, se encuentra en el núcleo de esa transformación, desgastada por la enfermedad y por la necesidad de mantener su autoridad frente a un entorno que la observa con recelo. Su figura concentra los dilemas éticos de la temporada, una mujer que intenta sostener la eficiencia sin perder la humanidad que impregna su oficio. A su alrededor orbitan personajes que representan distintas respuestas ante el mismo conflicto: Pilar (Aitana Sánchez-Gijón), símbolo de una generación que se resiste a la pérdida de principios; Jésica (Blanca Suárez), atrapada entre la lealtad y la necesidad de continuar; Biel (Manu Ríos), un joven que ve cómo su entusiasmo se convierte en duda; y Jon (Pablo Alborán), incorporación que introduce nuevas dinámicas y revela la tensión entre apariencia y fondo dentro del equipo médico. La serie propone una lectura coral, donde cada rostro encarna una idea distinta de resistencia, ambición o renuncia.

El guion construye sus tramas sin aspavientos, a través de conflictos que se entrelazan con la naturalidad de un sistema en colapso. Las historias personales, lejos de funcionar como simple adorno melodramático, sirven para ilustrar cómo el poder atraviesa lo cotidiano y contamina las relaciones entre compañeros. La privatización del Sorolla se presenta como un proceso de despersonalización que obliga a los personajes a redefinir su papel dentro del engranaje hospitalario. Lo político adquiere aquí una dimensión tangible: los recortes, los despidos, las decisiones administrativas se traducen en cuerpos agotados y pasillos saturados. En ese terreno, la dirección opta por una cámara cercana, con iluminación cruda y encuadres que reflejan la presión constante, pero sin convertir el hospital en un espectáculo. Cada plano refuerza la sensación de encierro y rutina, un clima donde la vida profesional se confunde con la íntima.

Pablo Alborán, en su debut interpretativo, asume el papel de un cirujano cuya presencia altera el equilibrio del equipo. Su personaje encarna la ambigüedad del éxito dentro de un entorno que premia la eficiencia sobre la empatía. A través de él, la serie examina cómo el prestigio profesional puede funcionar como refugio frente a la vulnerabilidad personal. Frente a su figura se alzan las trayectorias más asentadas de Sánchez-Gijón o Nimri, cuya autoridad y contención marcan el tono de los enfrentamientos. Las escenas compartidas entre ellos adquieren una fuerza particular, pues revelan la imposibilidad de separar las convicciones éticas de las emociones reprimidas. Montero y su equipo logran construir, a partir de esas interacciones, una reflexión sobre el poder institucional y la responsabilidad individual, que se siente más eficaz cuando el diálogo se reduce al mínimo y la mirada sustituye a la palabra.

La serie explora también la dimensión moral de la medicina contemporánea, entendida como terreno de tensión entre la vocación de cuidar y la presión por cumplir objetivos de rentabilidad. Los episodios más sólidos se centran en los momentos en que los personajes enfrentan la contradicción entre sus principios y la orden jerárquica que los contradice. Las escenas de quirófano o urgencias funcionan como metáforas de un sistema donde la vida humana se convierte en dato estadístico. En ese sentido, 'Respira' prolonga la tradición del drama médico, pero con una particularidad: aquí los héroes no emergen del sacrificio, sino del desgaste silencioso. La mirada de Montero evita idealizar a sus personajes; los muestra atrapados en su propia necesidad de seguir adelante, sin que esa perseverancia signifique redención.

La puesta en escena combina ritmo televisivo con cierta contención teatral. La fotografía utiliza luces frías y reflejos metálicos que subrayan el carácter impersonal de los espacios, mientras los silencios entre los personajes generan una tensión sostenida. La dirección parece interesarse menos por la espectacularidad de los casos clínicos que por la mecánica del trabajo diario, ese esfuerzo repetido que mantiene viva la institución. En varios momentos, la cámara acompaña los desplazamientos de enfermeras y médicos con una fluidez que recuerda al realismo de producciones europeas más austeras, donde la verosimilitud se impone sobre el artificio. Esa decisión estética refuerza la idea de que el hospital no es un escenario heroico, sino una maquinaria que se sostiene por la inercia y la obstinación de quienes la habitan.

Las implicaciones sociales de la serie son evidentes y directas. 'Respira' utiliza su argumento para señalar los efectos de la mercantilización de la salud pública, pero evita caer en discursos didácticos. El espectador asiste a un retrato del agotamiento colectivo, de la precariedad emocional y de la pérdida de fe en las instituciones. Cada diálogo, cada cruce de miradas o pausa en los pasillos, revela una sociedad que delega en unos pocos la carga de mantener el equilibrio entre la eficiencia y la compasión. En ese terreno, la serie encuentra su identidad: ni como panfleto ni como mero entretenimiento, sino como relato sobre el desgaste moral de un sistema que se sostiene por la costumbre más que por la convicción. Montero se aproxima al universo laboral con una frialdad casi documental, aunque su mirada se detiene en las grietas del comportamiento humano que surgen cuando la rutina se convierte en estrategia de supervivencia.

El tramo final de la temporada amplía el conflicto hacia el ámbito personal, entrelazando historias de amor, enfermedad y pérdida sin abandonar la dimensión política que sostiene el conjunto. Las decisiones de Patricia, la fragilidad de Jésica, la desconfianza de Biel o la irrupción de Sophie, la oncóloga francesa, configuran un mosaico donde cada elemento contribuye a definir la idea de responsabilidad colectiva. El relato insiste en la fragilidad de los vínculos dentro de un entorno competitivo, pero lo hace con una serenidad que evita el sentimentalismo. El resultado ofrece una reflexión sobre la dignidad del trabajo en circunstancias extremas, sobre la delgada línea que separa la vocación del sacrificio y sobre la resistencia silenciosa de quienes permanecen al pie del cañón cuando todo alrededor parece desmoronarse.

'Respira' segunda temporada confirma la voluntad de su creador de continuar explorando la relación entre poder y cuidado desde una perspectiva cercana al costumbrismo crítico. Su estructura narrativa apuesta por la coralidad, su ritmo se sostiene en la repetición del esfuerzo y su discurso apunta a la crisis de valores que atraviesa la sanidad pública española. A través de sus personajes, la serie plantea una observación sobre cómo la ética profesional se erosiona ante la presión de los intereses políticos y económicos. En ese punto, la obra encuentra su verdadero centro: la representación de un país que debate entre conservar su ideal de servicio público o rendirse al pragmatismo del beneficio.

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