Los años pasan y M. Ward sigue facturando unos trabajos en los que mantiene sus señas de identidad intactas, al mismo tiempo de lograr un inherente atractivo que siempre viene derivado de su permanente estado de inspiración melódico. Si en su anterior What a Wonderful Industry, que fue publicado por sorpresa, se permitía jugar con las guitarras de mayor corte eléctrico para destripar desde dentro situaciones poco agradables en el sector musical, en esta ocasión el mensaje llega en una dirección bien diferente. Encontrándonos ante lo más parecido a una captura de diferentes historias de gente que ha tenido que emigrar de forma forzosa, el músico es capaz de desarrollar a través de su sonido hogareño unas canciones de tintes cinematográficos y corazón caliente pese a la adversidad de las situaciones.
A medida que avanza el disco, vamos a poder sentir como el músico por momentos parece echar mano de su cara más blues, dejándonos ante cortes tan impecables como una ‘Heaven's Nail and Hammer’ donde los paisajes invernales se entremezclan con recuerdos de personas que han quedado atrás. Este homenaje será una constante a lo largo del trabajo, intentando poner voz a personas que bien tuvieron que desistir o bien las circunstancias truncaron todo tipo de esperanzas. A pesar de estar moviéndose en todo momento dentro de este contenido, M. Ward no afronta los temas desde una perspectiva glorificadora y dramática, sino que su habitual templanza propicia unos retratos profundamente sentimentales pero con un espectro de lo más sobrio.
Con un cierto halo de soledad que se hace patente a medida que avanza el disco, temas como ‘Independant Man’, poco a poco se van adentrando en un carácter atmosférico más relacionado con el space rock de baja fidelidad. A través de encontrar pequeños elementos de carácter cíclico, logra enarbolar un ambiente sobre el que añade los matices precisos de su guitarra, sintiendo como su forma de estratificar los temas resulta una vez más muy acertada. Mención especial merece ‘Unreal City’, la canción que buenamente podría sintetizar en contenido el trabajo, hablándonos de la paz eterna y la sensación de no pertenecer a ninguna parte. Del mismo modo, este tema parece afrontado desde una perspectiva más ligera, intentando que el tono sombrío no acabe poblándolo todo.
Sobrepasando el ecuador del disco, las canciones donde los matices sureños llegan de una forma ciertamente edulcorada con temas como la bonita ‘Along the Santa Fe Trail’, encontrándose perfectamente secuenciada como una road movie con un destino que parece bien definido en lo geográfico pero que ciertamente guarda una gran incertidumbre. A medida que el final del disco se va acercando, nos queda esa cierta sensación de que el músico trata de encontrar una mayor amabilidad en su sonido, intentando que las canciones posean un ritmo más ligero pero sin perder el ambiente amenazante que rodea todas estas historias de pérdida. Este puede ser el caso de una ‘Torch’ que posee unos coros profundos con los que queda adornada a las mil maravillas y nos recuerda una vez más la importancia de los pequeños detalles en sus composiciones.


Deja una respuesta
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.