Siempre resulta difícil lograr un trabajo cargado de tanta personalidad cuando las influencias mostradas resultan tan marcadas. Este es el caso de Choir Boy con su segundo LP, dejando huella a través de todas esas influencias ochenteras que nos conducen hacia una amalgama de pop gótico, new wave melancólica y post punk contemplativo, todo ello con un particular nihilismo que impregna cada uno de los cortes de este trabajo. Si hace cuatro años Adam Klopp en su debut Passive with Desire nos dejó ante unas canciones donde jugar con la languidez más extrema y reflejar simbolismos celestiales, en esta ocasión sigue desarrollando esta línea con un mayor acierto, creyéndose de buena forma como su proyecto puede despegar de nuevo imprimiendo aún una mayor vulnerabilidad y tono compungido.
Aunque en un primer acercamiento siempre nos quede la duda de estar ante un claro revival, a medida que nos introducimos en el trabajo podemos comprobar como el grupo logra imprimir unas señas de identidad bien marcadas a través de toda la ornamentación que rodea los temas. Solo así será posible conducirnos a estados de ánimo precisos donde el abatimiento y la esperanza se van dando la mano, dejándonos ante romances lacónicos, soledad asumida y unas buenas dosis de dramatismo donde lo irónico también está presente. Quizás esta fina línea que separa los relatos puramente afrontados desde la sinceridad, pero también siendo conscientes de la forma en la que las estampas más rocambolescas juegan su papel, es lo que hace que en todo el momento del disco se aleje de todo tipo de emociones impostadas.
Desde la inicial ‘It’s Over’ nos vamos a encontrar ante esos momentos de sintetizadores rebajados, jugando con una aureola sonora que nos remite directamente a esa forma en la que The Smiths deambulaban a través de los temas con el corazón en la mano. Sin perder cara a los ambientes más más intimistas donde logran siempre pequeñas melodías que logren destacar sobre las líneas sintéticas más graves, temas como ‘Nites Like This’ encuentran acomodo en los recuerdos más difusos y las escenas de ociosidad un tanto depresivas. Estos rasgos sin lugar a dudas son los más predominantes en la primera cara del disco, dejándose arrastrar a través de la voz interior donde el ego y la ausencia de autocompasión acaban contrarrestándose como bien ocurre en ‘Complain’.
A medida que el disco va avanzando, parece que las canciones se van tornando un poco más retorcidas, traduciendo los efectos de la ansiedad en unos ritmos más nerviosos, encontrando al mismo tiempo más profundidad en el apartado guitarrero como bien nos muestra ‘Eat The Frog’. Sin embargo todo el poder de las estampas más oscuras no se acentúa de lleno hasta que no llega ‘Happy To Be Bad’, una canción donde realmente se transmite esa situación crítica en la que parece que pocas cosas se pueden cambiar en el transcurso de la vida.
De esta forma sentimientos como la frustración afloran a través de voces fantasmagóricas, redondeando la estética más tenebrosa del disco. Como perfecto cierre nos encontramos el tema que da título al disco, recogiendo algo así como el día después del completo hundimiento, pero al mismo tiempo dejándonos ante escenas tan potentes como las descritas a través de ese “like angels we’ll fly” que resulta realmente hermoso. Así es como logra cerrar su particular historia en la que ve pasar la vida por delante de sus ojos, intentando crear una bonita obra de romanticismo marchito.
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