John Andrews continúa con su buen hacer creativo, entregándonos su segundo trabajo en menos de dos años y confirmando que su forma de hacer canciones resulta totalmente asentada e inconfundible a estas alturas. Su cuarto trabajo da buena cuenta de ello, logrando una referencia donde los pequeños detalles cuentan más que nunca. Poniendo todo su empeño para que estas canciones funcionen tanto en distancias cortas, donde las melodías con gancho dejan un buen sabor de boca, como dentro de esas características que propician que este disco deje huella en la memoria, el artista logra reflejar una filosofía vital de lo más serena. Para ello, ha tirado de un perfecto compendio de historias que reflejan lo que es vivir en una ciudad mastodóntica como Nueva York en plena adultez, todo ello sin perder la calidez y el entusiasmo que deja el descubrimiento de las primeras veces. Parece que esa curiosidad por documentar cualquier anécdota agradable y de tintes cotidianos sobrevuela toda la referencia, logrando adaptarse al carácter de unos temas que tratan los asuntos más importantes por la vía de la sencillez.
En este disco no vamos a encontrar ideas enrevesadas en cuanto a la búsqueda de momentos épicos, frases lapidarias o narrativas que desprendan cualquier tipo de moraleja. Lo que sí estará presente en este Love For The Underdog es la necesidad de poder relatar aquellos pequeños destellos de la realidad que nos hacen avanzar en nuestra forma de estar a gusto con nosotros mismos, de manera casi imperceptible, pero notándolo con el paso del tiempo. Quizás en todo esto tenga mucho que ver lo acertado que resulta su enfoque en entender cómo nuestra memoria tiende a completar de forma edulcorada todas aquellas experiencias que quizás en su momento no fueron tan positivas. Partiendo de este principio, resulta sencillo embarcarse en temas cumbre del disco como 'Fourth Wall', comprendiendo fielmente aquello de cómo en muchas ocasiones no nos damos cuenta de lo que hemos evolucionado hasta que precisamente ya somos otra versión completamente distinta de nosotros mismos.
Sin perder el ritmo en todo lo que implica sobrevivir en el día a día dentro de la vorágine de estrés, presiones económicas e incertidumbre que nos rodea, John Andrews nos invita en muchas ocasiones a encontrar nuestros pequeños momentos de confort, huyendo de las pretensiones exageradas. Esto propicia que el espacio de escapismo presente en esta referencia pueda convivir perfectamente con la realidad más palpable, manifestándose de forma clara en canciones como 'Checks in the Mail' o 'Walking Under My Love's Ladders', dos composiciones que nos recuerdan el tono más clásico del músico y su pasión por el formato de pop candente al más puro estilo de los piano bares americanos menos serios y más embriagadores. Con la vista puesta también en la necesidad de sentir cómo muchas veces es preciso introducirnos en nuestra propia realidad paralela con la que relativizarlo todo, los guiños al mundo del cine también son constantes. No solo la portada nos da buenas pistas de cómo John se queda con lo mejor de cada personaje que aparece en nuestras vidas, sino también en esa capacidad que reside dentro de los temas a la hora de creer que podemos vernos inmersos en cualquier historia apasionante que aún está por escribir. De hecho, la final ‘I Want To Believe’ es toda una declaración de intenciones de cómo en este disco, ante todo, prima la fe en que nunca hay nada preestablecido en nuestras vidas.
Deja una respuesta