Un puente que se alarga en la bruma, una voz que busca su reflejo en la niña que alguna vez fue. ‘Si abro los ojos no es real’ no es solo una declaración de intenciones, sino la atmósfera que define cada una de sus canciones. Amaia habita el borde de la vigilia, en un espacio donde los recuerdos se diluyen y las emociones encuentran su eco en la fragilidad de lo cotidiano. Hay algo de ritual en este tercer disco, un acompasado ir y venir entre lo que fue y lo que sigue siendo, entre la protección de lo familiar y el desconcierto de la adultez.
El disco se despliega con ‘Visión’, una introducción etérea que marca el tono de lo que está por venir. En ella, la artista se enfrenta a un umbral: “Voy a cruzar un puente largo, no sé si hay alguien esperando”. Es una línea que se expande como un eco a lo largo de todo el trabajo, donde la incertidumbre y la evocación tejen una trama musical donde el piano y las cuerdas flotan en un acompasado vaivén. ‘Tocotó’ refuerza esta sensación de viaje temporal, con su guiño a Marisol y una melodía que evoca el galope de una niñez que se aleja en la distancia.
Pero en este juego de espejos, también hay espacio para la confrontación. ‘M.A.P.S.’ y ‘Auxiliar’ funcionan como una conversación entre madre e hija, dos caras de una misma historia. La primera, enmarcada en un sonido desenfadado, recoge el reclamo de quien busca su independencia: “Date cuenta, mamá, que no vas a cambiarme”. La segunda, con tintes de bachata, devuelve el golpe con una ternura dolida: “Cada día te pareces más a mí”. La relación materno-filial se desdobla en estos temas con una honestidad que los convierte en el núcleo emocional del álbum.
La voz de Amaia se mueve entre el susurro y la certeza a lo largo de las canciones, cediendo protagonismo a la instrumentación en piezas como ‘Magia en Benidorm’ y ‘C’est la vie’, donde el costumbrismo se entrelaza con una atmósfera de ensueño. En ‘Tengo un pensamiento’, el grupo despliega uno de los momentos más directos del disco, una declaración de amor sin adornos innecesarios, mientras que ‘Giratutto’ se introduce en el duelo desde una perspectiva que alterna la melancolía y la reconstrucción.
El cierre de ‘Si abro los ojos no es real’ es un descenso pausado hacia la aceptación. ‘Despedida’ y ‘Fantasma’ exploran la pérdida sin dramatismos, con un acercamiento casi lúdico a la memoria de los que ya no están. La idea de la transmigración toma forma en ‘Ya está’, que deja flotando la imagen de un cuerpo que podría convertirse en cualquier otra cosa: “Podría ser un animal, un pez espada o una paloma”.
Con este trabajo, Amaia no busca reflejar lo inamovible del paso del tiempo, sino retratar el estado de ensoñación en el que la niñez y la adultez se solapan, donde la memoria y la realidad se confunden en una melodía que nunca deja de sonar. ‘Si abro los ojos no es real’ es, en definitiva, el eco de algo que se resiste a desaparecer.
Conclusión
‘Si abro los ojos no es real’, Amaia da forma a un universo donde los lazos familiares, el deseo y la incertidumbre sobre el futuro conviven en armonía. A través de una instrumentación cuidada y letras precisas, logra capturar el paso del tiempo con un equilibrio entre dulzura y desencanto.