Cine y series

En un confín del mundo

Dome Karukoski

2025



Por -

No hay paisajes más inhóspitos que aquellos donde la fe comienza a tambalearse. El frío seco de Hurmevaara, ese rincón blanco y quieto del mapa, no sólo congela las manos: embalsama también las certezas. Allí, donde el tiempo parece dar vueltas sobre sí mismo como una brújula mareada, cae un meteorito. No lo hace con grandeza ni estruendo simbólico. Apenas irrumpe, atravesando el techo de un coche, como si el cielo susurrara algo apenas audible, pero profundo en su perturbación. La vida, hasta entonces adormecida en su letargo doméstico, se agita no por la roca en sí, sino por la posibilidad de que algo externo tenga valor. Algo que justifique mirar más allá de la ventana empañada.

Ese meteorito es, al mismo tiempo, excusa y detonante. Marca una intrusión, un cambio de frecuencia, en una comunidad donde todos conocen los secretos de todos —o eso creen—, y donde cualquier novedad corre el riesgo de convertirse en reliquia o amenaza. En este contexto de solemnidad quebradiza y rumores congelados, el pastor Joel, figura central de la película, se descompone lentamente ante un conflicto que lo excede: su esposa está embarazada, pero él, lo sabe en silencio, no puede engendrar. El meteorito se convierte en un segundo objeto de vigilancia: mientras cuida la piedra, intenta también vigilar el relato que le han contado sobre su vida.

Dome Karukoski presenta este relato sin adornos ni grandilocuencia. La nieve que envuelve cada escena no es sólo decorado; es una forma de encierro mental, de eco emocional. La película camina con paso irregular entre lo absurdo y lo trágico, deslizándose por momentos hacia una sátira costumbrista que no teme retratar a sus personajes desde el borde de la caricatura. Hay algo en el ritmo —inestable, vacilante, casi temeroso de sí mismo— que acentúa la incomodidad del protagonista, interpretado por Eero Ritala, cuyo rostro se convierte en un mapa de titubeos, muecas nerviosas y resignaciones mal contenidas. Su Joel no se alza nunca como héroe, ni siquiera como víctima: es una figura en proceso de descomposición moral, que transita el duelo de sus ideales sin palabras.

La narrativa, aunque sostenida por una tensión latente, no opta por una evolución clara. Los acontecimientos se suceden con un cierto azar controlado, como si el propio guion estuviera tanteando el terreno. Hay incursiones al terreno criminal, persecuciones torpes, amenazas veladas y hasta una suerte de violencia cómica que coquetea con lo grotesco. Pero lo que persiste, por debajo de esos desvíos de tono, es el retrato de una masculinidad quebrada, desconcertada ante la imposibilidad de controlar lo que considera suyo. Joel no investiga; espía. No confronta; duda. No ama; vigila.

Krista, su esposa, aparece como un personaje en fuga. Su embarazo —que debería ser motivo de celebración— se vuelve objeto de sospecha, casi de vigilancia ideológica. Pero el guion no le da demasiado espacio: su presencia es más simbólica que efectiva, lo que refuerza esa sensación de que, en esta historia, lo femenino sólo existe en tanto que catalizador de una crisis ajena. Esa ausencia pesa. Es un hueco que desdibuja uno de los conflictos centrales, volviéndolo más mecánico que afectivo.

Los secundarios de ‘En un confín del mundo’ caminan entre el esperpento y la melancolía. El ex piloto ebrio, la camarera seductora, los delincuentes de medio pelo o el gigante de mirada opaca que recita plegarias mientras describe torturas: todos parecen formar parte de una aldea que hace tiempo dejó de esperar algo y se entretiene en la repetición. La fotografía, con sus contrastes entre la claridad cegadora del exterior y los interiores opacos y sombríos, acentúa esta dualidad: fuera todo parece detenido, adentro todo es sospecha.

Karukoski, sin embargo, no se entrega del todo a la sátira ni a la tragedia. Hay un intento deliberado por contener la narración en un lugar ambiguo, donde el absurdo convive con la desorientación emocional. Esto tiene efectos irregulares: a ratos, la película parece deslizarse hacia la ligereza y, de pronto, recae en una seriedad que no termina de cuajar. Esa indecisión tonal no siempre juega a su favor, pero logra evitar la previsibilidad.

La música, con sus percusiones desconcertantes y cuerdas que chirrían en los momentos menos esperados, actúa como un recordatorio constante de que nada es del todo real, ni del todo fingido. Las escenas de acción —más cercanas a una coreografía torpe que a un combate— refuerzan esa idea de que lo importante no es tanto el conflicto, sino la forma errática en que se lo enfrenta. Hay en todo ello una especie de cinismo que no termina de explotar.

‘En un confín del mundo’ no pretende emocionar ni conmover. Más bien parece observar con distancia las ruinas de algo que alguna vez funcionó: una vocación, un matrimonio, una comunidad, una creencia. No hay redención, tampoco condena. Sólo el lento deshielo de una estructura interna que se creía firme. Como el meteorito que llega del cielo sin aviso ni lógica, la crisis que atraviesa a sus personajes es menos un evento y más una grieta: se abre, se expande, y nadie sabe si alguna vez dejará de crecer.

'En un confín del mundo' ya está disponible en Netflix

Redacción Mindies

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