Ya os avancé en el anterior CQNOD mi firme decisión de celebrar la reapertura de las tiendas de discos, momento que tuvo lugar el mismo lunes por la tarde y que se saldó con la adquisición de la obra maestra de Nick Lowe, Jesus of cool; publicado originalmente en 1978 y del que me hice con una copia inglesa en perfecto estado.
Por cierto, ¿alguien sabe cómo sacar las dichosas pegatinas de los precios de Revolver Records? Llevo comprando allí quince años y aún me peleo con ellas. Pero entrando en materia, respecto a Lowe, no os voy a hablar de sus anteriores bandas ni de su increíble faceta como productor (aunque cuenta en su nómina con haber producido los primeros trabajos de Elvis Costello, The Damned y el debú de The Pretenders , ahí es nada); prefiero centrarme en este infalible y directo manual de pop rock, jalonado con piezas de la talla de ‘I love the sound of breaking glass’, ‘Tonight’, ‘So it goes’ o ‘Little Hitler’, os invito a que lo (re) descubráis y si no estáis dispuestos a apoquinar, suele estar en la mayoría de plataformas de streaming.
Cambiando de tercio, este confinamiento me ha dejado espacio para visionar algunos documentales musicales importantes, como Beastie Boys Story, realizado por Spike Jonze y Shot! The Psycho-Spiritual Mantra of Rock, firmado por Barnaby Clay.
El primero revisa –como su nombre indica- la historia del popular trío de Nueva York, apostando por el formato en vivo, rodado en un teatro y con público, a medio camino entre El Club de la Comedia y la presentación del nuevo Iphone. Y no termina de funcionar.
Si bien intentan dar una imagen directa y cercana –haciendo, en ocasiones, partícipe al público allí presente- , esta veracidad renquea y tropieza con cierta torpeza en su ejecución: los chistes parecen impostados y hasta las lágrimas de Adam Horovitz, cuando rememora la muerte de su compañero Adam Yauch, tienen regusto a cartón.
Mucho mejor es el documental dedicado a Mick Rock, apodado el ‘fotógrafo de las estrellas’, que usa la coartada de una experiencia cercana a la muerte cuando tenía 40 años para repasar su trayectoria y vida. Para quienes no lo conozcan, él fue el arquitecto de la imagen de Ziggy Stardust y puso en lo alto de la ola a un casi desconocido Bowie; suyas son portadas tan icónicas como la del Transformer, de Lou Reed, del segundo trabajo de Queen, del debú de Syd Barrett The madcap laughs (¡esa tarima en primer plano!) o la eterna imagen de Iggy pop estampado en la cubierta de Raw Power. Pero el plato fuerte del documental es ver cómo comenta con detalles y chascarrillos muchas anécdotas relacionadas con la confección de las instantáneas, aquí es donde está el tomate, y del bueno.
En esta semana también recordamos el cuarenta aniversario de la muerte de Ian Curtis, cuarenta años desde que una soga finiquitara una de las bandas más influyentes de todos los tiempos y abriera las puertas a otra que revalidaría su leyenda: New Order. No vamos a hablar de las bondades de los de Manchester, pero sí recalcar que pocas bandas con apenas dos discos oficiales han dejado una huella tan honda: desde anticipar el post-punk (con permiso de Bowie en el debut de la Iguana) hasta proferir una esquela tan indeleble a modo de manifiesto pop en la imagen de Peter Saville en Unknown Pleasures.
Gracias a esas maravillosas casualidades, me he topado con el estupendo trabajo del cantautor JW Francis; un veinteañero empadronado en Nueva York que factura un delicado pop de alcoba en clave lo-fi. Sin álbum publicado hasta la fecha, podemos atisbar lo que podría ser su primer largo en las bonitas ‘Gold’, ‘Lofi’ o ‘Everything’; de nuevo, acudan a alguna plataforma de streaming para su disfrute.
Fruto de mi divagar por la red, me dejo seducir por la tórrida propuesta de Cape Weather, pop delicado que transitan las mismas carreteras que Tennis, Best Coast o Alvvays; si queréis un granizado de endorfinas y con sabor a verano, escuchad tan solo ‘Try harder’ y veréis.
No querría acabar este CQNOD sin recomendaros el primer largo del colectivo Pantayo, formado por cinco chicas de origen filipino pero afincadas en Toronto que practican una suerte de world music combinando instrumentos de su tierra natal y toques de electrónica, vamos, una apuesta cuanto menos, original. Especialmente interesantes cuando se adentran en piezas instrumentales como ‘Heto Na’ o ‘Bahala Na’, rastread, rastread.
Nos leemos dentro de siete días.
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