Crónica

Radiohead

Movistar Arena

04/11/2025



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Radiohead ha seguido siempre un camino irregular, lleno de giros que en cada etapa han desafiado las expectativas de quienes tratan de encasillar su sonido. Su concierto en Madrid mostró a un grupo que ha aprendido a convivir con la contradicción como si fuera un método. Las luces, la disposición del escenario en círculo y la ausencia de discursos marcaron desde el principio un mensaje muy claro: ellos se enfrentan al mundo sin filtros, con la intención de exponer sus contradicciones frente a un público que ya forma parte de ellas. Desde el arranque con ‘Let Down’ hasta los últimos acordes de ‘Karma Police’, el concierto se desarrolló como un relato sobre la confusión contemporánea y sobre la necesidad de buscar sentido en un contexto global que se desmorona. Lo político y lo íntimo se cruzaron en cada tema, como si Radiohead quisieran recordar que la desorientación también tiene sonido.

‘Let Down’ funcionó como un aviso emocional. Las voces se fundieron con el eco del recinto mientras la letra “transport, motorways and tramlines” sonaba como un retrato de un mundo donde la rutina sustituye la esperanza. A partir de ahí, cada canción fue configurando una radiografía del presente. ‘2+2=5’ agitó el ambiente con su mensaje sobre la manipulación y el control, mientras el público entendía que la rabia contenida de Yorke y sus compañeros no era solo un ejercicio de nostalgia, sino una advertencia vigente. Esa tensión continuó con ‘Sit Down. Stand Up’, donde la percusión y las proyecciones sugirieron una metáfora sobre el poder, la sumisión y el colapso de la autoridad. Lo más interesante de esa primera parte fue la manera en que el grupo consiguió conectar la confusión personal con la colectiva, sin explicaciones, simplemente dejándolo vibrar en la sala.

La secuencia que formaron ‘Bloom’, ‘Ful Stop’ y ‘Myxomatosis’ consolidó una atmósfera inquietante. Los visuales mostraban paisajes que parecían respiraciones de una máquina. En ese punto, Radiohead se movieron en un territorio que combinaba electrónica y caos para plasmar una sensación de saturación que define buena parte del siglo XXI. Yorke parecía flotar entre sus compañeros como si su voz fuera otro instrumento sometido a la misma fatiga tecnológica. El público observaba, más que escuchaba, una representación del desorden general, de la incapacidad para distinguir entre la señal y el ruido. Esa idea se repitió a lo largo del concierto: la música convertida en espejo de una época que produce estímulos constantes pero pocas certezas.

Cuando aparecieron los primeros acordes de ‘Lucky’, se percibió un respiro. La melodía introdujo un tono casi sereno, aunque bajo esa calma se escondía la ironía de una letra que describe la supervivencia como azar. En ‘Videotape’ y ‘Daydreaming’ el grupo alcanzó uno de los momentos más sobrecogedores. El piano y la voz de Yorke, acompañados por una iluminación mínima, transformaron la sala en un espacio suspendido. Esas canciones, escritas desde la pérdida y la confusión, funcionaron como un recordatorio de que el aislamiento también puede ser una forma de resistencia. ‘Everything In Its Right Place’ retomó la energía con un bucle que se expandía en círculos, como si la repetición fuera el único modo posible de mantener el equilibrio.

En ‘Weird Fishes / Arpeggi’ la banda recurrió a una estructura circular que transmitía sensación de movimiento perpetuo. Cada instrumento encontraba su lugar dentro de un entramado que recordaba el ciclo de una marea. Fue uno de los momentos más orgánicos del repertorio, una forma de reconciliar lo humano y lo digital sin conflicto aparente. Tras esa calma, ‘No Surprises’ expuso la alienación moderna con una claridad que aún resulta perturbadora. Yorke pronunció los versos “bring down the government / they don’t speak for us” con una serenidad que amplificó su significado. Más que una arenga, sonó a constancia de que la desafección política ha dejado de ser una actitud para convertirse en un estado permanente.

El cierre fue un viaje hacia la introspección colectiva. ‘A Wolf At The Door’ destiló una violencia contenida, casi verbal, que pareció aludir al lenguaje agresivo de la esfera pública actual. En ‘Bodysnatchers’ el grupo retomó la energía de sus años de transición, y ‘Idioteque’ se convirtió en el clímax del caos, con un ritmo que evocaba la velocidad absurda del capitalismo tecnológico. El público acompañó ese momento como si se tratara de una purga. No se trató de entusiasmo, sino de una descarga física compartida, la expresión de un agotamiento común.

El bis comenzó con ‘Fake Plastic Trees’, cuya melancolía resonó como un juicio sobre la artificialidad contemporánea. Los rostros iluminados por las pantallas de los móviles reforzaban el sentido de la canción, que describe la vida convertida en una serie de objetos de imitación. ‘Paranoid Android’ rompió con esa calma y permitió que la banda desplegara su lado más teatral. Los fragmentos instrumentales se enlazaron con imágenes de máquinas, calles vacías y cuerpos superpuestos. En ‘How To Disappear Completely’ la idea de la evasión se transformó en una defensa frente a la saturación, una manera de sobrevivir a lo que ya no se puede controlar. La percusión múltiple de ‘There There’ unió a los músicos en un mismo pulso antes de llegar al cierre definitivo con ‘Karma Police’, donde la palabra karma adquirió un sentido político evidente, como si invocaran la justicia que no llega.

Durante las más de dos horas de concierto, Radiohead demostraron que su discurso se ha vuelto más consciente de su propio peso. Sin buscar aprobación ni indulgencia, expusieron su pasado y su presente en un mismo plano, señalando que la incomodidad puede ser también una forma de coherencia. Frente a una industria que trivializa los conflictos para vender emociones rápidas, eligieron enfrentarse a las contradicciones sin edulcorantes. Su concierto en Madrid no se percibió como un regreso triunfal, sino como un examen de conciencia compartido entre artistas y público, una conversación sin promesas sobre lo que significa seguir creando en un mundo que se derrumba mientras continúa el espectáculo.

Redacción Mindies

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