Crónica

Nivhek

Condeduque

23/03/2024



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La noche del 23 de marzo, el ambiente en el recinto Condeduque de Madrid era de expectación contenida. El escenario, desprovisto de ornamentos superfluos, se presentaba como un lienzo donde podía ocurrir de todo, listo para que Nivhek (Liz Harris) desplegara su visión artística bajo las proyecciones de Takashi Makino.

Puntualmente, Harris hizo su aparición, acompañada únicamente por Astrid Sonne con su violín. Desde los primeros compases, la atmósfera se cargó de una energía latente, como el silbido grave de una locomotora a vapor preparándose para partir. Los inicios fueron un preámbulo envolvente, con Sonne tejiendo melodías espectrales que se entrelazaban con los ambientes sónicos creados por Harris. Era como si el violín fuera la vía por la que se deslizaban los vagones cargados de texturas abstractas y sonidos industriales.

Conforme avanzaba la velada, los visuales en blanco y negro, imbuidos de un grano de imagen crudo, cobraron vida propia. Puntos de luces borrosas inquietantes, semejantes a un túnel interminable, se proyectaban en un movimiento hipnótico. Cada nota, cada golpe de percusión, resonaba en perfecta sincronía con estas imágenes, creando una simbiosis que cautivaba los sentidos.

El eje central del concierto fueron los sonidos industriales, evocando el rugir de trenes y motores en plena combustión. Harris parecía invocar los espíritus de la maquinaria ferroviaria, canalizando su energía a través de bajos profundos y frecuencias distorsionadas que resonaban como el choque de vagones al acoplarse. Cada latido, cada respiración artificial, se traducía en una experiencia visceral que estremecía hasta la médula, como el estruendo de un tren de carga atravesando un túnel.

En ciertos momentos, la intensidad de los sonidos era tal que parecía desafiar los límites de lo soportable. Los rugidos de los motores eran como el chirrido desgarrador de frenos de aire al detenerse abruptamente, mientras que los bajos profundos retumbaban como el traqueteo de ruedas de acero sobre las vías. Sin embargo, Harris lograba mantener un delicado equilibrio, suavizando las transiciones con pasajes más etéreos y atmosféricos, semejantes al silbido lejano de una locomotora en la distancia.

A medida que el concierto avanzaba, Sonne volvió a unirse a Harris hacia su final, añadiendo una capa adicional de complejidad a la experiencia. Sus notas de violín se entrelazaban con los sonidos electrónicos, creando una danza hipnótica que evocaba emociones profundas e intangibles, como el lamento de un tren al partir cargado de mercancía.

En los momentos más intensos, el traqueteo parecía desgarrar el aire mismo, mientras que las imágenes en blanco y negro adquirían una cualidad casi alucinatoria, semejante a los destellos de luz al atravesar un túnel a toda velocidad. Era como si Harris estuviera canalizando las fuerzas primordiales de la naturaleza, capturando la esencia del poder, la destrucción y la transformación en una sola pieza artística, con el estruendo de un tren de mercancías como telón de fondo.

Hacia el final del concierto, la intensidad fue decreciendo gradualmente, dejando al público sumido en un estado de introspección y contemplación. Las últimas notas de violín se desvanecieron en el aire, como el eco lejano de un silbato de tren perdiéndose en la inmensidad.

Cuando se encendieron las luces, el público permaneció aturdido, como si acabara de desembarcar de un interminable viaje en un vagón cargado de sensaciones abrumadoras. Nivhek les había conducido por un viaje trascendental, un safari industrial donde el sonido y la imagen se fundieron en una tecnología sensorial que desafió los límites del concepto de la interpretación.

En resumen, el concierto de Nivhek en Condeduque fue una experiencia trascendental y abrumadora, un viaje sensorial que desafió las convenciones y sumergió al público en un universo sonoro y visual sin precedentes. Con su música electrónica cargada de sonidos industriales evocadores del ferrocarril, y unos visuales hipnóticos en blanco y negro, Harris demostró que su arte trasciende los límites de lo convencional, invitando a los espectadores a explorar nuevos territorios de la mente y el espíritu.

Fotografías a cargo de Vera Marmelo de la presentación de Engine en el Culturgest de Lisboa

Tratando de escribir casi siempre sobre las cosas que me gustan.