Crónica

Florist · Hannah Frances

Sala Maravillas

08/09/2025



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No es habitual que un concierto transcurra exactamente como lo imaginabas, o que consiga despertar esa mezcla de emoción íntima y serenidad mental que la música de su autor parece prometer de antemano. Sin embargo, la actuación de Florist el pasado lunes, dentro del ciclo Mazo Madriz, partía con todas las condiciones para cumplir con esa expectativa: solo faltaba comprobar en vivo si la magia sería lo suficientemente poderosa como para envolver al público y transportarlo a otro lugar. Y así ocurrió. Desde el primer acorde, Emily Sprague y su proyecto lograron crear un espacio en el que los asistentes pudieron abstraerse del tiempo y del entorno, entregándose por completo a la experiencia propuesta. Porque la música de Florist, y en especial su último trabajo 'Jellywish', no es solo una sucesión de canciones: es una invitación a abrir ventanas hacia otros mundos, a habitar dimensiones más ligeras y respirables. En su segunda visita a Madrid, esa invitación se convirtió en un viaje real, un tránsito a través de los umbrales que cada tema planteaba, conduciendo a la audiencia por los senderos de unos pensamientos y letras que se desplegaban con una claridad casi hipnótica.

Antes de que Emily y Felix tomaran el escenario de una abarrotada sala Maravillas, Hannah Frances se encargó de abrir la velada con una aportación decisiva para que el concierto resultara redondo. La artista de Chicago, afincada en Vermont, consiguió sumergirnos únicamente con su guitarra y su voz en ese territorio luminoso de la canción americana que, partiendo de la tradición, se expande hacia melodías de un pop clásico y elegante. Su interpretación vocal, de gran virtuosismo, fue el hilo conductor de un set breve pero certero. Con una entrega que parecía multiplicar sus manos sobre las cuerdas de la guitarra, Frances recorrió fragmentos significativos de su discografía, dejando momentos que resonaron con fuerza entre los presentes. No faltó el tema titular de su más reciente LP, 'Keeper of the Shepherd', ni la sobrecogedora versión de 'Floodplain', donde su voz adquirió un extraordinario poder sanador, capaz de suavizar el trasfondo agridulce de la letra. Ante esa perfecta combinación de ligereza y hondura, de matices emocionales que se deslizan siempre en la escala de los grises, el público terminó inevitablemente rendido.

También hubo tiempo para que Hannah compartiera una confesión que sorprendió y arrancó sonrisas: esta no era en realidad su primera visita a España, pues años atrás había pasado una temporada como voluntaria en una granja en Córdoba. La anécdota, sencilla y cercana, reforzó esa impresión de autenticidad que transmite tanto en su manera de estar sobre el escenario como en su música, sin artificios ni disfraces. Ese gesto, junto a la naturalidad con la que lo relató, contribuyó a estrechar aún más el vínculo con el público, que encontró en ella a una artista transparente y cálida. Todo ello sirvió de marco para una propuesta en la que el lamento por el paso del tiempo, presente en sus canciones, se ve suavizado y casi disipado por estampas sonoras de gran serenidad, capaces de dejar en la memoria una sensación de calma y permanencia.

Tras una breve pausa para el cambio de escenario, llegó el momento de Florist, que en esta ocasión se presentó en formato dúo. Emily Sprague apareció con una timidez inicial que pronto se transformó en una comunicación cercana y sincera a lo largo del concierto. Desde el primer instante supo dar con la tecla para desconectarnos del mundo exterior y trasladarnos a un espacio íntimo, casi suspendido en el aire, donde compartir en silencio los sentimientos humanos más profundos. El inicio con 'Started to Glow' no pudo ser más elocuente: desde sus primeros compases se hizo palpable esa vulnerabilidad que impregna la música de Florist, una fragilidad que lejos de esconderse abre de par en par la puerta a los pensamientos más oscuros para, al enfrentarlos, comprenderlos y liberarlos de su peso. Con unos rasgueos de guitarra suaves y una voz tan serena como inquebrantable, en todo momento sentimos que Emily es una de esas artistas capaces de encontrar múltiples formas de potenciar la carga reflexiva de sus canciones.

Continuando con esa intención de celebrar las pequeñas felicidades de la vida incluso en medio de momentos de aislamiento o pérdida, 'Organ's Drone' se alzó como el primer tema en el que las voces de Felix y Emily se entrelazaron en un mismo todo. El clímax llegó con ese coro final de “Do not say goodbye”, en el que, casi en susurros, el público se dejó oír tímidamente, sumándose a la atmósfera creada. Con ello se sentaban las bases de lo que iba a ser algo más que un concierto: una suerte de ceremonia en la que poner en común pensamientos universales, de intentar comprender cómo nos enfrentamos a emociones tan contrapuestas como el duelo y la alegría de los nuevos comienzos. A esta dinámica se sumó, inevitablemente, ese aire espacial tan característico de su anterior LP homónimo. De ahí emergió una 'Sci-fi Silence' que, lejos de despojarse de los matices galácticos de su versión de estudio, los reinterpretó con sutileza, abriendo una nueva puerta de entrada al mundo de fantasía que Florist propone. Un mundo necesario en tiempos como los actuales, donde las canciones ofrecen escenarios imaginarios en los que nuestras preocupaciones siguen estando presentes, aunque fluyen de manera más serena y ordenada, como si la música supiera colocarlas en el lugar exacto para que resulten habitables.

A medida que avanzaba la noche, Felix fue ganando protagonismo, alternando la guitarra con la batería y con ese entramado de sintetizadores capaces de recrear motivos sonoros que evocaban la naturaleza, pero que a la vez transportaban la mente hacia paisajes ficticios, libres de toda amenaza. El concierto fue adquiriendo así un aire de celebración compartida, como un recordatorio de que, al final, todos atravesamos experiencias similares y que, en los momentos difíciles, lo importante es contar con alguien cerca dispuesto a ofrecer un abrazo. En esa misma línea apareció 'Red Bird Pt. 2 (Morning)', serena y contemplativa, una canción que invita a observar las dos caras que suelen encerrar la mayoría de situaciones vitales. Con su atmósfera suspendida, transmitía la sensación de que cualquier día podía convertirse en domingo, con el tiempo detenido para permitirnos escucharnos a nosotros mismos. Lo más valioso del concierto residió precisamente en esa dualidad: estar siempre anclado en la música de Emily, pero al mismo tiempo abrir la puerta a una mirada profunda hacia todo aquello que sentimos necesario compartir y preservar.

Siguiendo con esa labor casi terapéutica de caminar hacia un estado de lucidez serena con el que comprender mejor los reveses de la vida, 'This Was a Gift' se presentó como una canción de tono grave y sombrío que, sin embargo, terminaba envolviendo con una inesperada calidez. La música de Florist posee precisamente esa capacidad: suavizar las asperezas que anidan en nuestro interior, aquellas que alimentan el insomnio o la desidia, hasta volverlas más llevaderas. Otro ejemplo llegaría con la oscuridad contenida de 'Dandelion', uno de los momentos de inflexión del concierto, donde se puso de relieve la importancia de no mirar con desconfianza la fugacidad de la felicidad, sino de aprender a capturarla y darle un sentido profundo. Entre estas reflexiones y las palabras que Emily compartió entre canciones, largas intervenciones cargadas de sinceridad, fue imposible no sentirse partícipe de un espacio singular. Especialmente cuando habló de lo hermoso que resulta compartir un lugar como este, una idea que encarnó en la delicada 'Our Hearts in a Room'. Una vez más quedó claro que los conciertos de Florist son más que música: son un refugio donde, a través de gestos mínimos y en un silencio casi absoluto, se comparten experiencias y emociones que nos simplifican y, al mismo tiempo, nos unen con los demás.

Tratando de escribir casi siempre sobre las cosas que me gustan.