La programación de Condeduque reunía dos figuras clave en sus respectivos géneros, ofreciéndonos en una misma velada las actuaciones de Croatian Amor e Iceboy Violet, apostando de este modo por los sonidos más experimentales con los que incidir en formatos de electrónica que se escapan a lo obvio. Encontrándonos ante dos sets de lo más diversos pero repletos de matices en todo lo relacionado con lograr sonidos sugestivos, capaces de despertar emociones arrebatadoras a diferentes ritmos cardiacos.
En primer lugar, el danés Loke Rahbek, más conocido como Croatian Amor, preparó un set de revoluciones más calmadas que de costumbre, resultando ser ideal para el espacio con asientos en el que nos encontrábamos. Sumido en una tenue luz azul y encendiendo una varilla de incienso, el artista dio comienzo al espectáculo preparándonos para momentos de lo más introspectivos, todo ello guiándose por unos tapices de sonidos industriales donde las combinaciones de ruido fueron la nota dominante.
A pesar de la naturaleza abstracta de su música, Croatian Amor logró establecer una conexión profunda con el público. Rahbek era un maestro de la tensión y la liberación, construyendo clímax tras clímax solo para luego disolverlos en paisajes sonoros más serenos. Esta dinámica mantenía a los asistentes cautivados, pendientes de cada giro inesperado en la travesía musical, tal y como nos ofreció en ‘Sill Possible’ o ‘Armita’.
A medida que avanzaba el set, las piezas se entrelazaban formando una narración sin palabras, transportando a los asistentes a través de paisajes oníricos y dimensiones paralelas. Las melodías ambientales, a veces esperanzadoras y otras veces inquietantes, fluían como un río subterráneo, arrastrando consigo corrientes de emociones encontradas.
En varios momentos, la intensidad se volvía abrumadora, con capas de abrasivas y distorsiones amenazando con desbordar los sentidos. Pero justo cuando parecía que la experiencia descargaría todo su potencial, Rahbek retrocedía hábilmente, guiando al público hacia un remanso de calma antes de sumergirlos de nuevo en la vorágine sónica.
A intervalos regulares, voces distorsionadas y muestras vocales procesadas irrumpían en la corriente sonora, añadiendo una capa adicional de misterio. Algunas veces eran susurros crípticos, otras veces gritos desgarradores, pero siempre dejaban un rastro de inquietud en el subconsciente del oyente. Estas intervenciones acústicas parecían ser los ecos de seres de otro mundo, transmitiendo mensajes indescrifrables desde el más allá.
Con un breve cambio de escenario, llegó el momento en el que Iceboy Violet nos ofreciese un espectáculo muy distinto, presentándose junto a 96 Back como encargado de la mesa dispuesto a infundir todo el desasosiego presente en su más reciente trabajo ‘Not a Dream But a Controlled Explosion’. Logrando una propuesta de lo más provocativa, mezclándose con el público y cantarles en frente de la cara, entre sus piernas y jugarse el tipo entre los asientos vacíos, logró que en ningún momento de su directo bajásemos la guardia.
Los acordes iniciales, etéreos y casi celestiales, creaban una ilusión efímera de serenidad que pronto sería destruida por una explosión de sonidos abrasivos y golpes de graves que retumbaban con la fuerza de un terremoto.
Era esta dicotomía, este choque entre lo sublime y lo violento, lo que definía la actuación de Iceboy Violet. Su música es una amalgama desafiante de géneros - hip hop, noise, grime, ambient - que se funden en un torrente incontenible de emociones crudas y vulnerabilidad descarnada.
A medida que la actuación avanzaba, la intensidad solo aumentaba. Los beats industriales y las texturas de ruido blanco se entrelazaban con las letras crípticas y confesionales de Iceboy Violet, creando una experiencia casi abrumadora en su honestidad brutal. Cada canción era un desgarrador autorretrato sónico, una ventana a las profundidades del alma humana.
Pero en medio del caos reinaba un propósito. Cada elemento, por más disonante que fuera, estaba cuidadosamente entretejido en una tapicería más amplia. Iceboy Violet no solo desafiaba las convenciones musicales, sino que las reinventaba por completo, creando un lenguaje único y profundamente personal.
La magia de la noche residía en la capacidad de Iceboy Violet para transformar lo que podría haber sido una experiencia alienante en algo profundamente conectado e íntimo. A través de sus letras confesionales y su entrega apasionada, lograron forjar un vínculo inquebrantable con el público, invitándolos a sumergirse en las profundidades más oscuras de la experiencia humana.
Hubo momentos de trance extático, cuando la multitud se sumergió por completo en el torbellino sónico, y momentos de introspección silenciosa, cuando las palabras de Iceboy Violet resonaban con una claridad desgarradora. Esta dualidad, esta oscilación constante entre el éxtasis y la angustia, era lo que hacía que la actuación fuera tan cautivadora, dejando constancia con una ‘Black Gold’ que alcanzó cotas estremecedoras.
