Crónica

Bianca Scout · Claire Rousay

Condeduque

07/02/2025



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El ciclo de Soundset Series nos acercó al Condeduque dos propuestas que sin lugar a dudas ya de por sí abren camino en sus respectivos terrenos explorativos. Por un lado, Bianca Scout llegaba para ofrecernos una amalgama de folk etéreo, ambient experimental y collages vocales, navegando entre lo terrenal y lo místico. Mientras tanto, Claire Rousay, abanderade de el resurgir emo desde los terrenos ambiente, llegaba por primera vez a Madrid después de consolidarse como una voz con autoridad en aquello de darle la vuelta al slowcore y acercarlo a los tiempos tecnológicos que corren.

Bianca fue la encargada de abrir la velada. Nada en este concierto fue convencional. En lugar de una estructura rígida, lo que surgió fue un flujo continuo, casi onírico, donde las palabras parecían desvanecerse antes de completarse y las notas mutaban en ecos vibrantes. La guitarra, tomada ocasionalmente por Scout, sirvió como un artefacto encantado: un puente entre la melancolía y la euforia. ¿Quién en la audiencia podía resistirse a esas transiciones impredecibles, donde la tensión y la calma se daban la mano en una coreografía cósmica?

La presencia de Dirt Brooks amplificó el aire de ritual. Las lecturas conjuntas que ofrecieron no fueron simples declamaciones, sino invocaciones poéticas que erizaban la piel. En un momento, ambos se subieron a unas gradas improvisadas, elevándose literalmente sobre el público mientras las luces estroboscópicas convertían la escena en una película experimental de los setenta. Los cuerpos se movieron, sincronizados y fuera de tiempo a la vez, en coreografías que eran más expresiones del alma que del músculo.

El espacio entero parecía poseído por una energía densa pero cálida, como si en cualquier momento la atmósfera pudiera fracturarse y dejar al descubierto los secretos mejor guardados del subconsciente. En varios pasajes del espectáculo, el sonido se derramó como un torrente de pensamientos no filtrados, explorando las profundidades del dolor y las alturas de la libertad emocional. Las capas sonoras se tejían con cuerdas, loops vocales y efectos que parecían sacados de un rincón perdido del tiempo.

Quizá lo más impactante fue la capacidad de Scout para manejar la contradicción. Lo que en otras manos podría haberse sentido caótico o desarticulado, en su universo se convertía en pura alquimia. La vulnerabilidad y el poder, el amor y el desasosiego, la nostalgia y la esperanza: todo estaba allí, palpitando al unísono. Cada interacción entre Scout y Brooks era un recordatorio de la importancia de la conexión, no solo entre artistas, sino entre el arte y quienes lo reciben.

Por su parte, Claire Rousay llegaba entre gran expectación por saber a cuál de sus múltiples facetas se ceñiría. El público acudió al concierto esperando escuchar lo último de su artista favorita y se encontró con algo totalmente distinto. Algunos lo consideraron un desafío artístico, otros una broma pesada cuando, lejos de sumergirnos en el universo de su último trabajo, decidió desplegar un recital donde los ecos de su disco más reciente brillaron por su ausencia. En su lugar, lo que ofreció fue una experiencia sonora minimalista, llena de texturas ambientales, grabaciones de conversaciones y un enfoque más cercano a la banda sonora de un film que a un directo convencional.

Frente a su portátil y su mesa de mezclas, Rousay confeccionó un paisaje auditivo de escasa media hora en el que los sonidos industriales se entrelazaban con fragmentos de voces en off reflexionando sobre el papel del artista. Sin micrófono ni guitarra, sin el más mínimo guiño a sus temas más esperados, lo que quedó fue una propuesta que, para algunos, rozó lo inasible. La respuesta del público fue mixta: entre la fascinación de quienes aceptaron el reto de adentrarse en su exploración sonora y la decepción de quienes se sintieron despojados de lo que esperaban recibir.

Este giro inesperado en su gira parece estar en sintonía con su más reciente fascinación por la ambientación cinematográfica. Su trabajo en la revisión de la banda sonora de ‘The Bloody Lady’ ha influido en la manera en que estructura su música en vivo, privilegiando la inmersión sobre la inmediatez, la sensación sobre la melodía. Su set en Condeduque careció de imágenes proyectadas, pero la experiencia resultó profundamente visual en su construcción: un collage de sonidos capaz de sugerir escenas imaginarias en la mente del oyente.

Para quienes han seguido su trayectoria, la ausencia de piezas de su disco más reciente pudo resultar un jarro de agua fría. En ‘Sentiment’, Rousay parecía haber abierto una puerta a una sensibilidad más melódica, con elementos más accesibles dentro de su discurso experimental. Sin embargo, en este directo dejó claro que su búsqueda no está en complacer expectativas sino en seguir explorando los límites de la escucha. Y es ahí donde su propuesta divide: o se entra en su juego, o se queda uno fuera, perplejo.

Tratando de escribir casi siempre sobre las cosas que me gustan.