La trayectoria de Viva Suecia se sostiene sobre una combinación de ambición y conformidad sonora que, con los años, ha derivado en un estilo autorreferencial. ‘Hecho en tiempos de paz’ surge dentro de un contexto saturado de discursos optimistas donde el grupo convierte su quinto trabajo en una colección de piezas que aparentan una profundidad inexistente. Las circunstancias que rodearon su composición, marcadas por el deseo de transmitir serenidad en medio del caos global, sirven más como argumento publicitario que como núcleo temático real.
Todo el conjunto refleja una banda preocupada por mantener su posición comercial antes que por indagar en nuevas posibilidades expresivas. En este punto, su manera de expresar la sensibilidad se apoya en una masculinidad cómoda consigo misma, que reproduce el mito del hombre herido convertido en protagonista de su propio sufrimiento. Ese modelo, tan arraigado en el pop español, utiliza la fragilidad como adorno y la tristeza como argumento de autoridad, proyectando una imagen de dulzura calculada que refuerza, en lugar de cuestionar, la posición de quien narra. La emoción se presenta así como un acto de control, una forma de poder recubierta de afecto que confunde vulnerabilidad con estética. La búsqueda de armonía que anuncian se convierte en un escaparate de fórmulas previsibles, donde la calma aparente actúa como máscara para disimular la falta de sustancia conceptual.
‘Mala prensa’ abre el recorrido con la intención de retratar el oportunismo mediático, aunque la letra se limita a un discurso genérico sobre la manipulación informativa. La ironía se presenta como un recurso mal medido que genera distorsión entre la intención crítica y el resultado final. El acompañamiento instrumental pretende una dosis extra de energía, pero la mezcla excesiva de elementos resta definición. En esta pieza ya se percibe una estrategia basada en la inmediatez: coros amplios, estructuras repetitivas y un afán por mantener la atención a través del volumen. Esta forma de componer evidencia una dependencia del impacto rápido, más cercana a la música de consumo masivo que a un trabajo reflexivo. La producción prioriza la claridad superficial sobre el equilibrio interno, lo que convierte cada detalle en un adorno prescindible.
Con ‘Querer’, el grupo intenta construir un discurso sentimental que gira en torno a la necesidad de afecto, pero el texto se reduce a un conjunto de frases previsibles que imitan la espontaneidad sin alcanzarla. Las repeticiones buscan generar cercanía, aunque producen el efecto contrario, pues la insistencia en los mismos recursos genera una sensación de cálculo. La línea melódica aspira a la emoción colectiva, pero la falta de matices en la interpretación de Rafa Val neutraliza cualquier intento de intensidad. El grupo parece haber sustituido la búsqueda de expresividad por una estrategia de uniformidad que anula la identidad de cada tema. En ‘Dolor y gloria’, se repite el mismo patrón con un lenguaje coloquial que intenta aparentar desgarro y acaba rozando la caricatura. La frase “voy a joderte el presente, voy a quererte siempre” ejemplifica el contraste forzado entre lo vulgar y lo romántico, un recurso que pretende realismo pero que solo demuestra una escritura sin desarrollo. Este tipo de relato sentimental reproduce una visión del amor masculino basada en la contradicción exhibida como virtud, una forma de afecto que justifica la torpeza emocional bajo el disfraz de sinceridad.
En la parte central aparecen canciones como ‘Deja encendida una luz’ o ‘Fuimos felices aquí’, donde el tempo más lento debería aportar un descanso, aunque termina acentuando la sensación de monotonía. Las melodías se extienden sin dirección y los coros se perciben como un eco de sí mismos. Los pasajes instrumentales carecen de tensión interna, lo que convierte las transiciones en simples rellenos. La producción, cargada de efectos ambientales, elimina la posibilidad de contraste entre las secciones. En lugar de progresar, el disco se estanca en un tono uniforme que transmite una impresión de abundancia vacía. ‘Los afortunados’, con sus alusiones religiosas, busca un tono espiritual que se diluye en frases sin relación entre sí. El concepto de paz, que debería articular el conjunto, queda reducido a una palabra decorativa sin contenido filosófico o político que lo respalde.
Las colaboraciones con Siloé, Hoonine y Samuraï se integran en el álbum con una función ornamental más que narrativa. En ‘Sangre’, la intervención de Siloé introduce un exceso de teatralidad que convierte la canción en una competencia de protagonismo vocal. En ‘Tú y yo contra los demás’, la aportación de Hoonine suaviza el tono, aunque la letra cae en el sentimentalismo de manual. ‘Melancolía’, con Samuraï, ofrece un breve respiro gracias a su estructura inicial más contenida, pero el desenlace grandilocuente destruye cualquier posibilidad de intimidad. Estas colaboraciones, lejos de diversificar el sonido, confirman la dependencia del grupo respecto a la fórmula del dueto como herramienta de promoción, más que como búsqueda de diálogo artístico.
En la parte final, temas como ‘Gente normal’ intentan abordar el concepto de vida cotidiana con un enfoque que confunde sencillez con superficialidad. La intención de retratar la rutina se transforma en una sucesión de frases sin contexto que no alcanzan la empatía buscada. La reiteración de estructuras idénticas genera una pérdida de contraste entre canciones, y el orden de las piezas acentúa la fatiga del oyente. El cierre con ‘Melancolía’ pretende un efecto de serenidad, aunque la saturación de arreglos elimina cualquier posibilidad de silencio o pausa. Todo el conjunto transmite la imagen de una banda que interpreta su propio repertorio como una tarea mecánica, sin convicción ni curiosidad por modificar su lenguaje.
El mensaje general del álbum gira en torno a una paz interior que nunca se materializa. La insistencia en un tono amable, combinado con letras que evitan cualquier conflicto real, genera una contradicción entre lo que se dice y lo que se escucha. Viva Suecia presentan un discurso que intenta aparentar madurez, pero su desarrollo temático revela una ausencia total de evolución. ‘Hecho en tiempos de paz’ se percibe como una obra construida desde la autocomplacencia, donde la uniformidad sustituye la búsqueda de significado. Bajo esa calma impostada se intuye una masculinidad disciplinada que se ampara en la corrección emocional para preservar su centro.
La serenidad actúa como escudo, una superficie pulida que proyecta contención mientras encierra una necesidad de dominio. Cada frase parece pensada para sostener un equilibrio que evita la exposición real del deseo, convirtiendo la sensibilidad en protocolo. Esa forma de orden sentimental produce una calma tensa, una apariencia de equilibrio que acaba revelando una voluntad de control envuelta en cortesía. El resultado es una obra que transmite dependencia de la imagen y del reconocimiento, presentada con un tono amable que esconde una resistencia férrea al cambio, un reflejo del propio temor del grupo a quedar fuera del relato que ellos mismos fabrican.
Conclusión
Viva Suecia se empeñan en su nuevo disco en vender calma, pero lo que entregan es un puñado de frases de manual envueltas en brillo comercial que chirrían y espantan a partes iguales.