Nadie diría que en un sótano húmedo y con cables chispeando pudiera nacer algo que sonara tan vivo. Sword II convirtieron aquel lugar sin glamour en un laboratorio emocional y político donde el ruido se volvió una forma de pensar. Desde sus inicios, el grupo ha funcionado como una especie de taller en el que todo se arregla con lo que se tiene a mano: viejos amplificadores, micrófonos reciclados, una convicción férrea de que el arte puede sostenerse incluso sobre un suelo inestable. En ‘Electric Hour’ esa filosofía alcanza su punto más nítido. El disco surge de un periodo tenso, con los tres miembros encerrados en una casa que parecía al borde del colapso, y se nota que esa convivencia entre peligro y necesidad ha dejado huella en cada tema. No se trata solo de música, sino de una manera de enfrentarse al mundo: resistiendo con lo que queda y transformando el caos en estructura.
Cada canción funciona como una esquina distinta del mismo edificio. En ‘Disconnection’ y ‘Sentry’ la banda retrata la sensación de vivir bajo vigilancia, de moverse en un entorno donde todo se observa y nada se comprende del todo. Las voces, entre susurro y eco, refuerzan esa desorientación. La intención no es crear misterio, sino mostrar de forma directa la confusión permanente que provoca un sistema que necesita controlarlo todo. ‘Under the Scar’ sigue esa línea, pero con un aire más introspectivo: el título ya deja ver que aquí se habla de las marcas que quedan cuando la rabia se enfría. Lo interesante es cómo Sword II evitan la queja vacía y busca la utilidad de esa herida; la convierte en punto de partida, no en obstáculo. Y justo después llega ‘Sugarcane’, que actúa como un descanso breve antes de volver a tensar el ambiente: un respiro con sabor amargo, donde la dulzura se mezcla con una incomodidad que no se disimula.
A mitad del recorrido, ‘Gun You Hold’ introduce una visión más directa sobre el poder y el miedo. El grupo dibuja una escena que podría ser política, doméstica o íntima: alguien sostiene un arma, real o simbólica, y la amenaza flota en el aire. Lo interesante es cómo el trío juega con esa imagen sin convertirla en espectáculo. Hay crudeza, pero también una lucidez que impide el dramatismo gratuito. En ‘Passionate Nun’, la tensión cambia de forma. Lo que podría parecer una provocación se transforma en un relato sobre deseo y fe, sobre cómo las normas morales intentan domesticar el cuerpo y el amor. La letra habla de dos chicas que se descubren en un vestuario, y la manera en que el grupo lo narra evita cualquier morbo: se centra en la devoción, en esa sensación adolescente de entregarse sin cálculo, incluso cuando todo alrededor lo condena. La ironía sirve para desmontar el discurso conservador con más eficacia que cualquier proclama.
‘Halogen’ y ‘Violence of the Star’ empujan el sonido hacia territorios más densos. Se nota que Sword II entienden la distorsión no como un efecto, sino como un lenguaje. La electricidad se convierte en un modo de expresar contradicciones: la belleza se mezcla con la amenaza, la calma se desordena justo cuando parece asentarse. En esos temas se percibe la herencia del post-punk, pero sin el deseo de reproducirlo. El grupo usa esa base para hablar del presente, de un mundo que gira rápido y desgasta a quien intenta seguirlo. Lo que mantienen siempre es el pulso, una energía que se sostiene incluso cuando el ritmo parece derrumbarse. Ahí se aprecia la madurez de un proyecto que ha aprendido a no separar fuerza y ternura, rabia y compasión.
En el tramo final, ‘Even If It’s Just a Dream’ abre una grieta luminosa. La voz se vuelve suave, casi infantil, y la estructura se ralentiza como si todo se hubiera detenido un instante. Es una canción que respira serenidad sin abandonar la inquietud de fondo. La idea del sueño, más que evasión, aparece como refugio: un lugar donde las cosas se sienten menos hostiles. El cierre con ‘Who’s Giving You Love’ deja flotando una duda que no busca respuesta. El ritmo cae poco a poco, como si la banda quisiera prolongar el eco de lo vivido. No es una despedida triste, sino la constatación de que el amor, entendido como cuidado mutuo, sigue siendo la única herramienta para sostener la vida común.
El conjunto del álbum construye un retrato social sin recurrir al panfleto. Sword II consiguen hablar de política desde lo cotidiano, del cuerpo como espacio en disputa, de las imposiciones de género o del cansancio colectivo frente al poder. Su música no se impone con discursos, sino con imágenes sonoras que actúan como espejos de una época confusa. El uso de sintetizadores y guitarras no busca nostalgia ni artificio; sirve para mostrar el ruido real que habita en nuestras rutinas. Lo que más llama la atención es cómo el trío convierte su precariedad en estética, su fragilidad técnica en método de creación. En un panorama saturado de producciones perfectas, ellos prefieren el temblor y el error, porque en esa imperfección reconocen una verdad que otros intentan borrar.
Lo más valioso de ‘Electric Hour’ es que plantea una forma de esperanza sin ingenuidad. La banda no promete salvación, pero sí un modo de seguir adelante cuando todo parece derrumbarse. Su propuesta combina lucidez y deseo, crítica y ternura, sin esconder las contradicciones que sostienen ambas cosas. En sus canciones se adivina una invitación a pensar la comunidad desde la escucha y no desde la imposición, a entender el ruido como espacio compartido más que como barrera. Sword II logran así transformar su propio encierro en un manifiesto de apertura: una manera de recordarnos que el arte, incluso en los márgenes, sigue siendo un acto de afirmación frente al miedo.
Conclusión
Con ‘Electric Hour’, Sword II consolidan una forma de expresión que equilibra crudeza y delicadeza, mostrando cómo la libertad creativa puede surgir del encierro y expandirse más allá de cualquier estructura impuesta.

