La carrera de Sessa puede entenderse como un proceso de descubrimiento, una búsqueda constante por situar el deseo, la ternura y el paso del tiempo dentro de un mismo paisaje sonoro. En cada etapa ha sabido moverse con naturalidad entre la sensualidad terrenal y la reflexión sobre los vínculos que sostienen la existencia. En ‘Pequena Vertigem de Amor’, ese camino toma otra dirección, más cercana al vértigo que provoca una transformación vital. La llegada de la paternidad y la reconfiguración de su lugar en el mundo sirven como punto de partida para un trabajo donde lo cotidiano y lo trascendente se cruzan sin conflicto. Este álbum no parece concebido desde la urgencia, sino desde la serenidad que ofrece comprender que crear no siempre consiste en escapar, sino en aprender a habitar la calma y reconocer la belleza en los gestos pequeños que sostienen una vida.
Cada canción se levanta sobre un mismo terreno afectivo, aunque con matices distintos. En ‘Dodói’, Sessa adopta una voz que oscila entre el juego infantil y la lucidez de quien comprende lo efímero. Cuando canta “dá um beijinho no meu dodói / eu sou criança / tem uma coisa que me corrói / é uma dança”, el verso resuena como un eco entre la ingenuidad y la conciencia del dolor. Esa letra, aparentemente sencilla, encierra una mirada hacia el origen, hacia la necesidad de reconciliar la fragilidad y la ternura. La estructura musical prolonga esa idea, repitiendo una cadencia que se expande con lentitud, como si cada compás se resistiera a cerrarse. Los coros femeninos funcionan como una respuesta coral que suaviza el tono confesional del cantante, dotando a la pieza de una ligereza que no diluye su carga afectiva. Todo el tema parece girar en torno a la idea de la infancia como un estado del alma más que como un recuerdo.
En ‘Nome de Deus’, el registro cambia hacia una intensidad distinta, marcada por una tensión entre el cuerpo y la divinidad. La voz de Sessa no se impone con fuerza, pero transmite una convicción que se percibe incluso en los silencios. La colaboración con Marcelo Maita al piano genera un pulso irregular que da forma a la canción, con acordes que irrumpen y desaparecen como un pensamiento interrumpido. El texto sugiere una relación directa con la espiritualidad, sin solemnidad ni distancia, donde la búsqueda no pretende una revelación externa, sino una reconciliación con el propio límite. Esa manera de cantar, entre el recitado y el susurro, refuerza la sensación de proximidad, como si el oyente asistiera a una conversación privada más que a una interpretación. La pieza muestra la tensión entre impulso y contención, entre deseo de creer y aceptación de lo incierto, y esa contradicción es lo que la mantiene viva.
El tramo central del disco, con ‘Bicho Lento’ y ‘Vale a Pena’, actúa como un espacio de respiro. Ambas piezas se articulan desde una calma que no es pasividad, sino observación atenta. En ‘Bicho Lento’, el canto avanza con una cadencia pausada, acompañada por flautas que parecen dibujar el aire. Cada palabra se estira como si buscara no romper el silencio, y en esa economía expresiva surge una serenidad casi hipnótica. ‘Vale a Pena’ retoma ese estado y lo transforma en una afirmación directa, casi luminosa: “vale a pena / viver vale a pena / estou com vocês”. La repetición convierte la frase en un mantra, una forma de reafirmar la vida sin dramatismo. Lo que impresiona aquí no es la emoción desbordada, sino la claridad con la que el autor expresa su compromiso con lo cotidiano. La voz colectiva que acompaña refuerza esa sensación de comunidad y de pertenencia, como si la canción invitara a compartir la existencia más que a celebrarla.
A lo largo de las nueve piezas de ‘Pequena Vertigem de Amor’, Sessa propone una lectura del amor y del paso del tiempo que se aleja de la nostalgia. Cada tema sugiere un modo de aceptar el cambio sin resistencia, de entender la música brasileña como una forma de acompañar la vida en su ritmo más natural. Las influencias del soul y de los sonidos setenteros se filtran en los arreglos, pero siempre desde una reinterpretación personal, nunca como cita o emulación. Los nuevos timbres, desde el uso del sintetizador hasta la presencia ocasional de la caja de ritmos, introducen un movimiento interno que mantiene la atención sin alterar la armonía general. Todo parece fluir sin exceso, con una lógica que une los temas como capítulos de una misma historia contada desde distintos ángulos.
El cierre del disco no busca una conclusión ni una revelación. Más bien plantea un retorno al origen, como si el recorrido completo hubiera servido para redescubrir una manera de escuchar. Las melodías finales se despliegan con suavidad, y la voz adquiere una cercanía que ya no necesita demostrarse. ‘Pequena Vertigem de Amor’ funciona como un espejo donde se refleja la madurez de un autor que ha aprendido a convertir la rutina, la paternidad y el paso del tiempo en materia artística. No se trata de una idealización ni de una confesión sentimental, sino de una observación lúcida sobre lo que permanece cuando la vida cambia de dirección. Sessa consigue transformar lo ordinario en un espacio de atención y lo convierte en una forma de existencia compartida, donde la música no busca consuelo ni redención, sino una manera de estar en el mundo con la mirada abierta y el oído dispuesto a seguir escuchando.
Conclusión
En ‘Pequena Vertigem de Amor’, Sessa retrata el amor como un movimiento continuo donde la paternidad y la rutina se entrelazan, revelando la belleza que surge cuando la calma se vuelve creadora.

