La artista australiana ha logrado un inmejorable segundo LP con el que demostrarnos su gran capacidad para transitar entre el pop de aspiraciones mediáticas y un formato de canción donde el trasfondo nos deja apuntes de lo más interesantes dentro de los terrenos de las atmósferas sintéticas más crispadas. Haciendo que a lo largo de las 12 canciones que componen el LP haya tiempo para un sinfín de dinámicas de lo más variadas asociadas a esa forma de volcar pensamientos íntimos sobre situaciones vitales más bien agrias que dulces, Hatchie nos deja en todo momento ante la sensación de que cada decisión tomada en los temas resulta más que acertada. Para ello se ha propuesto no dar la espalda a unas guitarras de lo más ochenteras que sin embargo resultan contextualizadas a las mil maravillas dentro de un contexto de pop de principios de los dosmil. Todo esto sirve para volcar un sonido que en muchos momentos navega entre lo crispado y lo turbulento, pero que resulta perfectamente edulcorado por el brillante empuje melódico que reside en todos los temas.

Analizando a fondo todo lo que da de sí la referencia, resulta de lo más sencillo y adictivo encontrar constantemente puntos álgidos en sus composiciones, no dudando en reflejar buenamente sus influencias, pero retorciéndolas al máximo. Así es como transita con total naturalidad entre los momentos de electro pop propios de bandas escandinavas míticas hasta reflejar incluso recursos trip hop como los que aparecen en ‘Take My Hand’. Del mismo modo, no duda en lanzarse de lleno a las garras de los pasajes new wave más oscuros como sucede en la canción que da título al disco, logrando de este modo que el componente bailable del disco resulta lo más diverso posible. Lo mejor de todo es que dentro de toda esta maraña de canciones que remiten a diferentes épocas contemporáneas de la historia de la música pop hay siempre un componente unificador que llega a través de la forma tan melódica de ejecutar todo lo que ocurre en sus sintetizadores.

Con un viaje emocional que se asemeja a una carrera de fondo, Hatchie tampoco duda a la hora de mostrarnos historias donde las contradicciones, el sentirse perdida en sí misma o como en ocasiones es complicado volver a confiar en los demás llevan la voz cantante. Parece claro que el intento porque estas canciones abarquen un amplio recorrido de etapas donde las relaciones sentimentales se resienten resulta de lo más acertado, ya que es capaz de medir a la perfección las justas dosis de abatimiento y esperanza que introduce en las canciones. Solo así es posible que ‘Quicksand’ emerja como un auténtico himno al resurgir personal a pesar de las adversidades o como ‘The Key’ conecte de lleno con esa necesidad de empezar de nuevo que muchas veces no nos atrevemos a concedernos. Por todos estos motivos podemos afirmar que Hatchie no ha querido aportar ningún tipo de dramatismo que no sea necesario en sus temas, logrando en todo momento reflejar de una forma muy realista todos los puntos que tenemos que tener en cuenta en el momento en el que aparecen las dudas sobre hacia donde nos dirigimos en el plano sentimental.