Rosalía no se lo ha puesto fácil a aquéllos que salivaron con “El mal querer”; si ya en su segundo largo su particular revisión del flamenco con música urbana partió más de un carné de afiliado, con su nuevo plástico sube la apuesta y en más de un caso exigirá un acto de fe.
Estamos ante su trabajo más ambicioso y a la vez, más minimalista, una economía de recursos levantada por hasta once productores que cogiendo elementos sencillos logran mediante una yuxtaposición perfectamente calculada una endiablada paleta de estilos y sonidos.
Cabe destacar el uso del lenguaje como un recurso rítmico más, por supuesto libre de la semántica y cualquier atadura a la RAE, que aboga por el verso libre y la abstracción, aquí lo que importa es cómo lo dice y no qué dice. ¿Un nuevo Glíglico, un guiño intencionado a “Rayuela”, su libro favorito? La palabra subyugada al formato, el contenido es un juego que nos plantea y hace partícipe al oyente y para ello se quita el chándal y los tacones y se presenta en la portada desnuda, llevando solo un casco, como una venus del renacimiento. He aquí la “Motomami”.
Dividido conceptualmente en dos partes, “Moto” donde da cabida al melting pot de ritmos urbanos y electrónicos, y “Mami”, el cajón que abre para echar mano del flamenco más heterodoxo; todos ellos conviven en su última obra, todos ellos son Rosalía. Un disco valiente, que inicialmente no convencerá a quienes la conocieron en “Los Ángeles” ni tampoco quienes la reivindicaron con “El mal querer”, es el paso lógico de una artista ambiciosa, empoderada, que no busca la continuidad sino la reinvención. Aquí el reto será ver si la persona no engulle al artista.
¿Y a qué suena “Motomami”? Suena a suburbio de Miami, a bar de viejo donde se arrancan por bulerías, a arrabal del extrarradio donde se menea culo y se enseña cacha, a Sacromonte repiqueteado por tacones y con olor a manzanilla; un zeitgeist de manual que recoge los últimos cuatro años de la catalana. Todo esto y más aliñan las dieciséis canciones que se consumen en un suspiro, fugaz, en perpetúo movimiento, acorde con el ansia actual de consumo rápido aunque esta vez con poso.
Evidentemente no todos los temas funciona igual, algunos apenas son una mera cortinilla que da paso a otra canción “Abcdefg”, “Motomami” y otros, directamente ya suenan trasnochados, como “La fama”, que en su avance nos hacía presagiar lo peor en su formato de bachata pringosa y acartonada.
Menos mal que vino “Saoko” y puso las cosas en su sitio: echando mano de la electrónica de qualité que se sampleaba en el primer reguetón (ese bajo que enrosca todo el minutaje) Rosalía construye en apenas dos minutos un hit incontestable y que incluso apela a su dicción escacharrada cuando pregunta: “Chica, ¿qué dices?”
En esa senda cabe destacar “Chicken Teriyaki”, otro de los momentos más comerciales del larga duración , que junto a la divertida “Bizochito” y “Cuuuuteee” forman los minutos más bailables de la ristra de temas; en el que se impregna acertadamente del espíritu de la M.I.A. más macarra y de la Arca menos experimental.
Pero es una concepción bicéfala donde Motomami nos sonríe, mostrándose cómoda en la defensa de sus raíces, atreviéndose a presentar el flamenco, el bolero y el jazz a la generación tiktoker; sin que nos importen sus uñas de choni ni que incluya pitufos empachados de helio.
Y así seguimos, con “Bulerías” donde mete mano a la copla con cajones gitanos sampleados, “Hentai” donde se mueve entre la canción ligera y el jazz, con letra controvertida y metralletas rugiendo en su tramo final. “Delirios de grandeza” que se trasviste de Antonio Machín para ejecutar un impoluto bolero. Pero hay más, ¿tiene cabida Burial con una balada? Sí, en “Candy” usa un sample del londinense para narrar una historia de desamor ¿es capaz de encajar a James Blake en un tema de reguetón? En “Diablo” presenta un tórrido dueto con su voz envuelta en mil filtros mientras que su partenaire le recoge el guante que ella le lanzó en “Assume form”.
Deja una respuesta
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.