El quinto álbum de waveform* nos deja ante una banda capaz de superar diferentes etapas artísticas sin necesidad de recurrir a elementos pretenciosos, sino más bien aprovechando todo lo que tienen al alcance de la mano para facturar discos donde pasan muchas cosas interesantes. Sin dejar de lado nunca el poso ruidoso de sus composiciones, aquel en el que se aferran a un slowcore bien revitalizado al calor de las melodías poperas, siempre saben cómo encontrar el equilibrio entre los riffs más pesados y la necesidad de dejar que sus canciones acaben tomando caminos poco obvios. Todo esto ocurrió sobremanera en su anterior LP, Last Room, una obra donde el cierto tratamiento Lo-Fi de su sonido derivaba en muchas ocasiones en unas atmósferas de lo más brumosas. Sin embargo, en esta ocasión, esta característica desaparece para lograr un mayor atino melódico, limpiando de este modo más que nunca todo lo que sale de sus guitarras y así encontrar una nueva vía de expresión más directa. De esta forma están en condiciones de mostrar de una forma más evidente que nunca todas aquellas preocupaciones relacionadas con la soledad y la angustia existencial, los dos ejes centrales alrededor de los cuales se vertebra este nuevo Antarctica.
Su segundo LP editado por Run For Cover nos desvela a Jarett Denner y Dan Poppa colaborando a fondo para indagar más que nunca en todo lo que es la esencia del grupo. De esta forma podemos comprobar cómo las barreras entre las influencias encerradas en su música se difuminan más que nunca, caminando en todo momento hacia una concepción más despojada de sus composiciones y así poder explorar más que nunca unos pasajes acústicos capaces de serenarnos frente a las situaciones que más ansiedad nos generan. De hecho, este disco en buena parte se puede interpretar como pequeños recordatorios lanzados hacia su interior para sentir cómo no todo es tan abrumador como a veces parece. Uniendo este aliento a ciertas imágenes un tanto cinematográficas, donde abunda la inmensidad de la naturaleza, no como algo sobrecogedor, sino como un espacio en el que alejarse del ruido, hacen que la combinación entre pensamientos totalmente íntimos y momentos contemplativos se convierta en el perfecto gancho de la referencia. Apoyándose más que nunca en una suavidad tanto en el plano lírico como en el instrumental, son capaces de facturar canciones del estilo de ‘Freak Me Out’, donde parece que el tiempo y el espacio se extienden al máximo con el fin de poder procesar los pensamientos más arrojadizos.
Aunque este disco esté bastante focalizado en el análisis de emociones muy relacionadas con sentirnos vacíos, también hay espacio para buscar una catarsis colectiva, apelando desde la inicial ‘Lonely’ a los pequeños destellos de ilusión que aparecen en los rincones más inesperados. A pesar de ello, el disco no oculta tampoco sus dosis de oscuridad lanzadas en muchas ocasiones sin miramientos, dejándonos en ocasiones ante la dificultad que muchas veces implica el control de nuestras emociones, tal y como sucede en ‘Firework’. En este tema en cuestión parecen estar hablando de cómo muchas veces la vida nos conduce hacia situaciones peligrosas de una forma que no vemos venir, dando a entender cómo al final, nuestras decisiones acaban motivadas prácticamente a partes iguales por nuestra voluntad y la forma en la que nos hayan tratado en el pasado. Quitando algo de carga pesada a la referencia, también van a emerger canciones un tanto nostálgicas como ‘Ocean’, centrándose más bien en relativizar ciertos momentos en los que a priori parece que nos encontramos en un callejón sin salida.


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