Kelly Moran avanza en 'Don't Trust Mirrors' hacia una forma de componer que combina intuición y método. El disco parte de una idea muy sencilla: observar cómo el sonido puede deformar una imagen interior y devolverla cambiada. En ese punto se sitúa el piano preparado, que vuelve a ser el centro de su trabajo. Cada objeto colocado sobre las cuerdas altera el timbre y genera una sensación de extrañeza que nunca se disipa del todo. A partir de esa base, la artista crea piezas que mezclan pulsos electrónicos, silencios y resonancias largas que parecen respirar. Todo se articula con precisión, sin buscar deslumbrar, sino construir una atmósfera donde cada detalle tiene peso. El resultado funciona como un retrato de alguien que se escucha a través de sus propias variaciones.
‘Echo in the Field’ abre el recorrido con una secuencia de arpegios que giran sobre sí mismos, casi como un motor que empieza a moverse. El ritmo impulsa el tema sin volverse rígido, dejando que la melodía se expanda con libertad. A partir de ahí, 'Prism drift' introduce una sensación de desequilibrio, con golpes de teclado que parecen romper la superficie de la pieza. Moran usa esa tensión como parte del discurso: las disonancias no buscan romper la armonía, sino dar cuerpo a la sensación de movimiento. Cada sonido parece colocado para mantener al oyente en alerta, sin perder la sensación de fluidez. Lo más interesante de este comienzo es cómo consigue unir una estructura clara con un tono que nunca se acomoda.
En 'Don't Trust Mirrors', la colaboración con Bibio refuerza esa idea de fusión entre lo físico y lo digital. La pieza se mueve entre un piano que suena cercano y unas capas sintéticas que se expanden alrededor. El título funciona como una advertencia, pero también como una invitación a aceptar la distorsión. La música refleja ese concepto: lo que parecía estable se transforma poco a poco en otra cosa. Moran usa la repetición como un modo de observación, y cada vuelta cambia el punto de vista. El juego entre la claridad del piano y los brillos electrónicos crea una textura donde el límite entre ambos se difumina. Todo suena medido y controlado, pero deja un espacio abierto para la deriva, como si la autora quisiera mostrar cómo una mínima variación puede alterar toda la estructura.
Con 'Lunar wave' el álbum se relaja. La melodía parece flotar sobre un fondo suave, casi translúcido, que deja ver el timbre real del instrumento. En 'Chrysalis' esa sensación se vuelve más íntima, con un desarrollo que sugiere transformación sin romper la continuidad. Los acordes se estiran y se disuelven, creando un ambiente que mantiene la atención sin recurrir a efectos. Moran utiliza la resonancia del piano como si fuera una voz que se va modulando sola, y cada nota sostiene un instante de equilibrio. El uso del silencio adquiere aquí una importancia especial, porque marca el pulso de lo que se escucha y da espacio a cada cambio de color. Estas piezas funcionan como una transición hacia un territorio más contemplativo dentro del conjunto.
'Systems' aporta una energía distinta. Su ritmo constante genera una sensación de orden que no se impone, sino que guía el movimiento del resto de sonidos. Las repeticiones producen un efecto hipnótico, pero dentro de una estructura clara. 'Reappearing' recoge esa idea y la lleva hacia una forma más abierta, en la que el piano domina la mezcla. La armonía se expande con naturalidad y construye una sensación de circularidad que resume el espíritu del álbum. En los últimos temas, 'Above the vapours' y 'Cathedral', la música se vuelve más espaciosa. Las notas largas y las capas que se superponen transmiten calma y cierre sin forzar ninguna conclusión. Todo se desvanece de manera progresiva, como si la autora quisiera dejar la imagen en suspensión antes de que desaparezca.
La escritura de Moran combina técnica y sensibilidad. Sus composiciones tienen una estructura cuidada, pero siempre buscan un punto de vulnerabilidad dentro de la precisión. Esa mezcla se percibe en cómo gestiona las dinámicas, los cambios de intensidad y las texturas que alternan densidad y ligereza. El álbum mantiene una coherencia interna que lo hace avanzar como un solo movimiento. No hay saltos bruscos, sino un flujo continuo donde cada pieza prolonga la anterior desde otro ángulo. Esa continuidad crea una sensación de tiempo detenido, como si la artista hubiera encontrado una forma de medir la duración a través de la repetición.
El sentido del título se extiende por todo el proyecto. 'Don't Trust Mirrors' sugiere que la imagen reflejada nunca muestra lo que realmente se es, y la música parece construida desde esa idea. Las composiciones funcionan como reflejos deformados de un mismo impulso: cada variación muestra algo distinto, cada sonido revela una parte oculta. Moran utiliza el piano para explorar ese juego entre la claridad y la distorsión, y el resultado transmite una búsqueda constante de equilibrio. No se trata de una obra sobre la duda, sino sobre la manera en que el sonido puede reconstruir una identidad. La autora parece observarse a través del eco de su propio instrumento, transformando esa escucha en una forma de conocimiento. 'Don't Trust Mirrors' cierra así un ciclo de exploración que convierte la repetición en una forma de descubrimiento y el reflejo en un punto de partida.
Conclusión
Kelly Moran organiza un conjunto de piezas que giran en torno a la idea del reflejo y la transformación, usando el piano como punto de encuentro entre lo físico y lo imaginado.