En ocasiones, la música funciona como una forma de erosión. Jon Porras ha recorrido durante años los márgenes del sonido para observar cómo los materiales se transforman sin dejar rastro evidente. En 'Achlys', su trabajo más reciente, esa exploración alcanza un punto en el que el deterioro se convierte en principio constructivo. El proyecto nació durante un periodo de aislamiento entre tormentas y viento, cuando el músico escuchaba cómo los árboles se torcían bajo la presión del aire. Esa imagen atraviesa todo el álbum, que traduce la inestabilidad del entorno en una secuencia de piezas que se mueven entre calma y desorden. Más que un paisaje, lo que Porras levanta es un sistema vivo, en el que el sonido se comporta como una materia que respira, se contrae y se desgasta a su propio ritmo.
'Fields' abre el recorrido con acordes de guitarra que apenas se sostienen sobre un fondo brumoso, como si procedieran de un recuerdo que se desvanece a la vez que intenta mantenerse. Esa mezcla de presencia y lejanía marca el tono general del álbum, donde los fragmentos parecen buscar su lugar sin llegar nunca a asentarse. En 'Holodiscus', las líneas melódicas se deslizan con lentitud sobre una base que parece ceder por momentos, mientras la tensión entre claridad y opacidad crea un efecto de movimiento perpetuo. Cuando llega 'Achlys', la composición se desarma en pequeñas partículas armónicas que se confunden con el ruido y la reverberación. Las melodías se diluyen en un entramado de capas que se superponen sin orden aparente, generando una sensación de deriva constante. Cada pieza funciona como una extensión de la anterior, y todas comparten un mismo impulso: convertir el sonido en un espacio que se desplaza sin rumbo, pero con sentido.
El modo en que Porras trabaja sus materiales revela una intención clara de desafiar la idea tradicional de composición. Escribe fragmentos de guitarra que más tarde somete a un proceso de transformación hasta que su identidad inicial se difumina. El resultado recuerda a ciertas estrategias de William Basinski, donde el tiempo se mide por el deterioro del soporte y no por la duración del tema. En 'Sea Storm', las frecuencias bajas arrastran las notas hacia el fondo, y los restos de la melodía quedan suspendidos en un punto intermedio entre la calma y el hundimiento. 'Before the Rite' intensifica esa sensación mediante un muro de sonido denso, casi abrasivo, que se detiene justo antes de desbordarse. Lo interesante no es tanto el contraste entre suavidad y fuerza, sino la manera en que ambos extremos conviven dentro de la misma pieza, generando una tensión que nunca se disuelve.
En 'Achlys' todo ocurre a partir de la acumulación. Los sonidos no se organizan para llegar a un clímax, sino que se aglutinan como sedimentos que van moldeando una forma sin contorno. Esa lógica transforma la escucha en una experiencia que exige paciencia: lo que parece inmóvil está en movimiento, y lo que se repite en realidad se modifica sin cesar. El oyente percibe cómo las capas se suman unas a otras, pero también cómo el peso del conjunto crea una quietud engañosa. Esa sensación tiene mucho que ver con el lenguaje cinematográfico que inspira al autor. En lugar de construir temas cerrados, elabora secuencias que se enlazan como planos que se difuminan entre sí, sin cortes definidos. El resultado es un flujo sonoro que mantiene la atención por su capacidad de sugerir sin afirmar.
El título del álbum, que remite a la figura que en la mitología representa el velo de la oscuridad, encaja con el tipo de atmósfera que Porras desarrolla: un lugar intermedio entre la claridad y la sombra, donde cada sonido parece debatirse entre mostrarse y desaparecer. Esa dualidad marca la esencia del disco. El músico no busca transmitir calma ni desesperación, sino un punto de equilibrio en el que ambas emociones se reconocen. La guitarra, que en otras etapas había cedido protagonismo a los sintetizadores, aquí actúa como centro de gravedad. Su sonido aparece y se desvanece dentro de un conjunto de drones, ruidos filtrados y reverberaciones que funcionan como extensión de su gesto. Lo que surge es una especie de ecosistema donde cada elemento afecta al resto, sin que ninguno imponga su presencia.
La intención del autor no parece orientarse hacia la belleza ni hacia el desafío, sino hacia la observación de cómo el sonido puede comportarse cuando se le permite evolucionar sin control. En ese sentido, 'Achlys' comparte una sensibilidad cercana a la de Thomas Köner o Kevin Drumm, músicos que entienden el espacio acústico como un organismo más que como una estructura. Porras consigue que cada pieza actúe como un fragmento de un ciclo natural: un movimiento que nace, se desarrolla y termina por desvanecerse. Esa dinámica produce una impresión de inevitabilidad, como si el propio paso del tiempo estuviera inscrito en la textura de las grabaciones. Su música no busca representar nada; más bien reproduce la forma en que la materia cambia y se transforma.
En esta obra, la relación entre naturaleza y tecnología no se plantea como oposición, sino como simbiosis. Los sonidos digitales y los de origen físico se entrelazan hasta que resulta imposible distinguirlos. Lo orgánico se vuelve artificial y lo procesado adquiere un matiz tangible. Porras logra que esa confusión sea parte de la experiencia, como si quisiera recordarnos que la creación sonora, igual que el paisaje, es un proceso que nunca se detiene. El oyente asiste a una metamorfosis continua donde lo importante no es el resultado, sino el tránsito entre estados. Esa visión convierte el disco en una meditación sobre la permanencia, pero también sobre la desaparición, entendidas ambas como fuerzas que conviven sin jerarquía.
El cierre de 'Achlys' deja una impresión de calma que no proviene del silencio, sino de la aceptación de que todo lo escuchado forma parte de un ciclo que sigue su curso fuera de nuestra atención. Lo que permanece no es una melodía ni una emoción concreta, sino la certeza de haber atravesado un territorio cambiante. Porras logra que el sonido se vuelva materia reflexiva, un lugar donde los límites entre lo natural y lo creado se disuelven. Más que un ejercicio de estilo, su propuesta es una mirada sobre la manera en que escuchamos el tiempo, sobre cómo lo que percibimos como quietud está lleno de movimiento, y cómo el ruido, cuando se escucha con cuidado, puede revelar un orden que no depende de la armonía.
Conclusión
En 'Achlys', Jon Porras analiza la fragilidad del tiempo mediante capas que se funden y deshacen, elaborando una meditación sonora sobre los ciclos de cambio y la persistencia del entorno.

