Algunas veces los recuerdos se imponen sin permiso. No importa que el tiempo haya pasado ni que la vida haya cambiado. Vuelven, sin avisar, en medio del día o mientras dormimos. Eso es lo que le ocurrió a Spencer Peppet, y con ella, a The Ophelias. ‘Spring Grove’ no nace del deseo de volver atrás, sino de la necesidad de entender qué sigue rondando. El disco toma su nombre de un cementerio real, y eso ya adelanta algo: no hay metáforas vacías ni voluntad de dramatizar. Solo una intención clara de mirar lo que sigue presente, incluso cuando parece enterrado.
Cuatro años después de su anterior álbum, el grupo se reúne para fijar en canciones una serie de imágenes que llevan tiempo acumulándose. Vuelven personas con las que ya no se habla, conversaciones que no llegaron a suceder, momentos que no encuentran sitio. Pero lo que diferencia este trabajo es que no hay interés en idealizar ni en cerrar nada. Todo lo contrario. Aquí lo que importa es señalar que hay cosas que se quedan. Que, aunque se acepte su presencia, siguen ocupando espacio.
‘Open Sky’ abre el disco con una frase que parece escrita para alguien que nunca la va a leer. La melodía es contenida, pero a medida que avanza, deja claro que la calma no es tranquilidad. En ‘Gardenia’, el relato de una noche concreta se transforma poco a poco en algo más denso, como si el recuerdo tuviera más capas de las que parecía. No hay artificios. Tampoco giros emocionales. Solo una exposición directa que deja que la música vaya añadiendo peso.
Julien Baker produce el disco y su influencia se nota, sobre todo en la forma en que todo suena unido pero no pulido. Las guitarras no llevan el protagonismo habitual. Hay capas de pedal, texturas que no buscan brillar por separado, sino sostenerse unas a otras. El violín de Andrea Gutmann Fuentes funciona como una segunda voz que no repite ni apoya, sino que discute, comenta, responde. La batería de Mic Adams, en temas como ‘Say To You’ o ‘Parade’, se mueve desde la contención hacia la fuerza sin perder claridad. Hay momentos en los que los arreglos parecen pensados no para agradar, sino para no mentir.
‘Cumulonimbus’ sintetiza bien el punto central del álbum. La frase “The things that I didn’t say are always going to hang above you like a cumulonimbus” no pretende emocionar, solo explica un estado mental. La canción crece, pero no busca impacto. El resultado es más incómodo que grandioso. En ‘Salome’, el tono cambia y aparece algo que se parece más a la rabia. Pero no es descontrolada. Es la rabia medida, sostenida durante años. El violín en esta canción no acompaña: corta.
A lo largo del disco, hay muchas referencias al cuerpo, pero no desde lo simbólico. En ‘Forcefed’, por ejemplo, “I’m eating my organs and I will let them sustain me” no suena como una imagen, sino como una forma de describir qué pasa cuando uno se ve obligado a seguir sin apoyos externos. La frase no busca sorprender ni incomodar. Simplemente aparece porque no había otra forma de decirlo.
Los trece temas que componen ‘Spring Grove’ tienen algo en común: ninguno intenta concluir. Hay intentos de comprender, de recordar con precisión, de anotar lo que aún queda sin forma. Pero no hay voluntad de cerrar una etapa ni de explicarla del todo. En ‘Shapes’, última canción del álbum, se escucha “I’ll try my best to let things pass just as it is”. Esa línea podría ser una renuncia, pero en contexto suena más bien a un límite. No se trata de olvidar, sino de dejar de intentar que todo encaje.
The Ophelias no presentan aquí un disco conceptual ni una obra de superación. Lo que hacen es ofrecer una forma concreta de estar con lo que no se terminó. ‘Spring Grove’ se parece más a un archivo que a una declaración. Hay espacios, huecos, repeticiones. Algunas canciones se sienten como entradas de diario reordenadas con cuidado. Otras como cartas que se escriben solo para que quien las escribe pueda leerlas. Y en ese gesto está su sentido: hacer espacio para todo lo que vuelve. Sin orden. Sin juicio. Solo presencia.
Conclusión
The Ophelias construyen en ‘Spring Grove’ un inventario lúcido de vínculos no resueltos, elaborando paisajes sonoros donde el pasado aparece no como herida abierta, sino como huella persistente.