Las cosas no son lo que parecen cuando se dan de frente con el espejo deformado del pasado. Cuando Julien Baker y Torres se comprometieron a llevar a cabo un disco conjunto, el gesto contenía tanto una declaración de identidad como un intento de regresar a un lugar que nunca les fue del todo cómodo. Aquellas melodías del sur de Estados Unidos que les rodearon durante la infancia eran omnipresentes, pero también impuestas, y ‘Send A Prayer My Way’ es, en teoría, un intento por apropiarse de ellas. El resultado, sin embargo, plantea otro tipo de preguntas: ¿qué ocurre cuando dos artistas con trayectorias potentes se encuentran en un terreno común que no logran hacer propio?
A medio camino entre el homenaje y la búsqueda de pertenencia, el álbum avanza con la parsimonia de quien no termina de decidir si debe mirar hacia dentro o reproducir una postal idealizada del país que les marcó. Las doce canciones que lo componen recurren al imaginario clásico del género sin introducir elementos que lo desplacen. En lugar de tensionar la tradición, la recorren de forma respetuosa, casi contenida. Desde el inicio con ‘Dirt’, el tono queda definido: cuerdas tenues, frases entonadas en armonía y un aire de confesión que se mantiene sin grandes altibajos durante todo el recorrido.
La colaboración se percibe más como un acuerdo que como una fusión. ‘The Only Marble I’ve Got Left’ y ‘Tuesday’ evidencian esa repartición: mientras una canta, la otra acompaña. Hay momentos en los que intentan cruzar sus registros vocales, pero en contadas ocasiones la suma de sus voces llega a conformar algo verdaderamente nuevo. ‘Sugar in the Tank’ es, quizá, el tema que más se aproxima a esa posibilidad, gracias a una estructura que permite a ambas desplegar cierta espontaneidad. Sin embargo, no hay continuidad en esa línea, y el resto del disco retorna rápidamente a una línea previsible, cuidada hasta el exceso.
En ‘Tuesday’ se desarrolla uno de los relatos más complejos del disco. Una historia de rechazo familiar y autonegación narrada en tono confesional, pero que se ve lastrada por una estructura que obliga a comprimir demasiada información en frases abruptas. El verso final, "Tell your momma she can go suck an egg", apunta a una salida irónica, pero resulta más desconcertante que liberador. No se trata de censura, sino de proporción: la frase desentona, como si el álbum entero hubiera evitado lo escabroso hasta ese punto solo para cederlo a un remate sin el peso suficiente.
La instrumentación se mantiene uniforme, dominada por guitarras de acero, arreglos mínimos y percusión contenida. En ‘Tape Runs Out’, algunos elementos digitales se asoman tímidamente, insinuando que el álbum podría haber tomado otro rumbo si se hubiera permitido mayor elasticidad. Pero incluso ese atisbo se retira pronto, volviendo a un esquema que impide sorpresas. La producción de Sarah Tudzin opta por la claridad y el equilibrio, pero esa pulcritud también neutraliza cualquier riesgo.
‘Bottom of the Bottle’ y ‘Off the Wagon’ abordan de nuevo los temas recurrentes en la discografía de ambas: el alcohol como símbolo de desgaste, la herencia emocional del entorno religioso, el desarraigo emocional. Pero el uso reiterado de estas imágenes, sin reinterpretaciones que aporten una capa nueva, termina por crear un efecto de reiteración más que de profundización.
Algunas canciones como ‘Sylvia’ o ‘No Desert Flower’ intentan expandir los márgenes del álbum con metáforas menos obvias y matices líricos, pero incluso allí la instrumentación permanece adherida a un canon que no permite respiro. ‘Goodbye Baby’, por su parte, cierra con un guiño autoconsciente que roza el pastiche, incluyendo una línea hablada que parece más un chiste interno que una declaración de intenciones.
‘Send A Prayer My Way’ no es un ejercicio fallido, pero tampoco alcanza a justificar su necesidad como proyecto completo. A pesar del evidente respeto de Julien Baker y Torres por el género, lo que termina predominando es una sensación de contención que se impone sobre cualquier impulso vital. Las canciones no se sostienen por su fuerza individual ni se integran con solidez como conjunto. Todo está correctamente ubicado, pero falta esa sacudida que podría haber hecho del disco algo memorable.
Se trata de un álbum que oscila entre el tributo y el ejercicio de estilo, sin acabar de inclinarse por ninguna de las dos vertientes. Las intenciones están claras, pero el resultado no alcanza a sostenerlas con la solidez que requerían. A veces, el riesgo está en no arriesgar.
Conclusión
En ‘Send A Prayer My Way’, Torres y Julien Baker proyectan una mirada personal sobre la estética country, aunque el resultado tiende más al recuerdo que a la innovación sonora y cualquier tipo de poso perdurable después de su escucha.

