En un mundo donde los ritmos se aceleran y las historias se comprimen, hay quienes prefieren detenerse para escuchar el eco de voces pasadas. Entre ellos está Sam Amidon, quien no solo recoge estas voces, sino que las lleva consigo como si fueran parte de su propia narrativa. Este artista, nacido en Vermont pero afincado en Londres, ha construido una carrera sobre la base de reinterpretar canciones antiguas, dotándolas de nuevos significados sin perder su esencia original. Con 'Salt River', Amidon vuelve a sumergirse en ese universo de melodías ancestrales, pero esta vez lo hace con un giro más personal, casi íntimo, como si cada nota fuera una confidencia susurrada al oído.
El proceso creativo de Amidon siempre ha sido una mezcla de respeto reverencial hacia las fuentes originales y un deseo inagotable por reinventarlas. En este álbum, colabora con Sam Gendel, un músico cuyas habilidades electrónicas y jazzísticas añaden capas de complejidad que nunca llegan a ser abrumadoras. Juntos, crean un espacio donde lo antiguo y lo nuevo coexisten sin conflicto, como si hubieran encontrado una manera de hacer dialogar tiempos diferentes. El resultado es una obra que respira vida propia, que parece moverse con la misma fluidez que el río al que debe su nombre. No se trata solo de recrear piezas musicales; es también una exploración de cómo ciertas emociones pueden trascender épocas, conectando con oyentes de hoy tan firmemente como lo hicieron con aquellos de ayer.
En 'Oldenfjord', la apertura del disco, los instrumentos fluyen con naturalidad, dibujando paisajes sonoros que evocan tanto montañas cubiertas de nieve como campos verdes bajo un sol cálido. Aunque no busca impresionar con florituras técnicas, la pieza logra capturar la atención del oyente desde el primer momento. Aquí, Amidon demuestra que no necesita grandes gestos para transmitir profundidad. Más adelante, en 'Three Five', la sencillez de una melodía tradicional se entremezcla con texturas sintetizadas que añaden un toque moderno, sin alterar la solemnidad inherente a la composición. La letra, que habla de un cementerio antiguo, adquiere una nueva dimensión cuando se presenta con estos elementos contemporáneos, como si estuviera recordando a quienes ya no están mientras mira hacia un futuro incierto.
'Big Sky' es otro punto destacado del álbum, aunque aquí la transformación es aún más evidente. Mientras la versión original de Lou Reed tenía un carácter más agresivo, la adaptación de Amidon adopta un tono más contemplativo. La voz tranquila del artista contrasta con el fondo electrónico, creando una atmósfera que invita a la reflexión. "Big sky, holding up the stars / Big sky, holding Venus and Mars", canta Amidon, y aunque las palabras permanecen intactas, su interpretación les da un significado renovado, más cercano a la meditación que a la celebración. Esta capacidad de cambiar el significado de una canción sin alterar su estructura es una de las mayores virtudes de Amidon, demostrando que la música puede ser tanto un espejo como una ventana.
Otra pieza notable es 'Golden Willow Tree', una balada marítima que dura más de siete minutos y que narra una historia de traición y desesperación. Aquí, Amidon utiliza una combinación de violín y saxofón para crear una sensación de urgencia que va creciendo gradualmente. A medida que avanza la canción, la tensión aumenta hasta alcanzar un clímax que deja al oyente con una sensación de inquietud, como si algo importante hubiera quedado sin resolver. Sin embargo, esa falta de resolución no resulta frustrante, sino más bien intrigante, invitando a escuchar la pista de nuevo en busca de matices ocultos.
En 'Tavern', el título del álbum se convierte en protagonista, incorporando un tema tradicional de violín americano dentro de una estructura instrumental que combina elementos de jazz y música electrónica. El uso del sintetizador, lejos de distanciar la pieza de su origen, la ancla aún más fuertemente en el presente, mostrando cómo las fronteras entre géneros pueden ser borrosas cuando se manejan con suficiente sensibilidad. Por su parte, 'I’m On My Journey Home' ofrece una visión optimista de la vida, con Amidon cantando sobre un viaje hacia un lugar mejor, aunque sin caer en simplismos. La percusión delicada y los arreglos vocales crean una atmósfera de calma, como si el destino final fuera menos importante que el camino recorrido.
Sam Amidon publica un trabajo que fusiona lo ancestral con lo actual, ofreciendo una exploración sonora donde lo tradicional y lo moderno se encuentran sin choques. Cada canción contiene múltiples capas que revelan nuevas perspectivas tras cada escucha.
Conclusión
Sam Amidon presenta una colección de temas donde lo melódico y lo experimental se entrelazan para dar forma a un conjunto coherente y fascinante.