Lo primero que hacen Ryan Davis & The Roadhouse Band en ‘New Threats From the Soul’ es colocarte frente a una escena que no avanza recta. Desde el primer minuto, la sensación es parecida a la de una conversación con alguien que va cambiando de tema a media frase, que recuerda mal, que intenta explicarse mientras se le vienen encima palabras que no pidió. En ese caos sincero se instala el disco entero. Cada canción se presenta como una mezcla de confesión y delirio, donde lo que se cuenta parece ya haber pasado muchas veces. Nada busca claridad, pero todo está lleno de sentido si se escucha con atención. La música no acompaña, arrastra. Como si alguien intentara sostenerse en pie sobre una cinta transportadora mal calibrada.
El grupo lleva un rato construyendo este universo. Tras cerrar su etapa con State Champion, Davis empezó a juntar sonidos desde otro lugar, menos amarrado, más interesado en ver qué pasaba si cambiaba las reglas. Este segundo trabajo con The Roadhouse Band retuerce todavía más el método. Las canciones avanzan con ritmos que se doblan, guitarras que aparecen cuando nadie las espera y letras que no piden permiso para exagerar o caer en lo absurdo. Pero lo más llamativo es que nada de eso se siente como una pose. Todo parece surgir del impulso de alguien que, cuando no sabe cómo decir algo, lo canta como le sale.
‘New Threats from the Soul’ abre el disco con una frase que ya lo deja todo claro: “A slew of mismeasurements between the place I stand and the place I will rest”. Lo que sigue es una especie de letanía disfrazada de canción larga, donde el humor y la tristeza se entremezclan sin molestarse. Se habla de trabajo, de religión, de estar desubicado, de no entender muy bien el lugar que uno ocupa. El ritmo es suave pero inestable, como si alguien se esforzara en parecer relajado mientras se le mueve el suelo. Todo el disco sigue esa línea: hay historias, personajes, situaciones, pero cada una parece más preocupada por mostrar el estado mental del narrador que por contar algo limpio.
En ‘Monte Carlo / No Limits’ hay un coche estrellado frente a una casa y un narrador que piensa que ese gesto sirve como señal. La escena no se construye desde el dolor ni desde la ironía, sino desde una mezcla incómoda entre ambas. “The doorbell doesn’t work, but it don’t need to if there’s no one at home” es una frase lanzada con resignación, con un tono de quien sabe que habla solo. La instrumentación va girando sobre sí misma, con golpes de violín y bases electrónicas que se cruzan sin elegancia, pero con decisión. Todo vibra como si lo hubiese armado alguien que no tiene tiempo para que algo quede perfecto.
‘Better If You Make Me’ empuja hacia otro rincón. Aquí se canta una disculpa con la energía de alguien que ni siquiera sabe si merece una respuesta. “I could change for the better if you make me” aparece como un ruego que va subiendo de intensidad, hasta que ya no parece ruego sino grito. La voz se quiebra, los instrumentos se ensucian, el ritmo empieza a correr sin control. Lo que parece una simple canción de ruptura se convierte en un momento incómodo y real. No hay redención, pero sí una sinceridad que golpea sin pedir permiso.
El corazón del disco está en ‘Mutilation Springs’ y ‘Mutilation Falls’. Las dos piezas comparten melodía, tono, palabras. No repiten: expanden. Lo que empieza como una reflexión se vuelve un descenso. Los sonidos se deforman, los silencios pesan más que las notas, y las frases lanzadas al aire cargan con imágenes de abandono. “Late at night, I slip outside, a’foraging for crumbs of circumstance” es una frase que se queda flotando. El personaje se mueve sin rumbo, no busca nada concreto, solo restos, migas, algo que le confirme que no está delirando. En estos dos tramos, la música y la letra no se acompañan: se empujan mutuamente, y cada una parece a punto de estallar.
En ‘The Simple Joy’, Will Oldham se suma para dar forma a una canción que intenta encontrar una especie de alivio. Pero no es un alivio cómodo ni alegre. Más bien se trata de aceptar que la vida tiene momentos que duelen menos que otros. “Joys less simple seem to feel like child’s play now” se canta como quien se ríe solo después de llorar demasiado. La melodía fluye, las voces se superponen, y por un momento todo parece más ligero. Pero al fondo sigue latiendo esa sensación de que nada está del todo bien, solo un poco menos roto.
El disco cierra con ‘Walden Pawn’, que funciona como un epílogo sin respuesta. “I don’t know what’s in store, but I know I need a store with a plan” suena a conclusión improvisada. No hay intento de cerrar nada, solo de dejar constancia. El personaje no cambia, pero al menos reconoce lo que le duele. La música flota en una calma tensa, como si todos supieran que el silencio que viene después va a ser largo.
‘New Threats from the Soul’ no se acomoda a nada. Las canciones no están hechas para levantar el ánimo ni para calmarlo. Tampoco para explicar lo que se siente. El disco se mete de lleno en ese terreno donde uno actúa sin saber por qué, donde las frases salen mal y los recuerdos se cruzan con sueños extraños. Ryan Davis & The Roadhouse Band recogen esos momentos y los convierten en algo que no pretende ser bello, pero sí verdadero. Aquí no hay moralejas, solo canciones que arrastran todo lo que les pesa y lo dejan sonar.
Conclusión
Con ‘New Threats From the Soul’, Ryan Davis & The Roadhouse Band ofrecen un conjunto de canciones en las que cada tropiezo se transforma en forma musical y los sentimientos se aferran al detalle.