Desde Baltimore, Turnstile trazan un nuevo intento de reconstrucción. El disco se titula ‘Never Enough’ y contiene una serie de decisiones que, más que romper con su trayectoria anterior, la reformulan de manera quirúrgica. Si algo les define en esta entrega es su forma de entender la mutación como un acto de continuidad. La energía sigue siendo alta, pero está menos encapsulada. Quieren mantenerse en movimiento, y eso no se traduce en velocidad constante, sino en alteraciones de ritmo, texturas que se expanden y repliegan y un despliegue de referencias cruzadas que, más que dispersar, configuran una narrativa cohesionada.
Lo que hay en ‘Never Enough’ no es tanto una ruptura como una reorganización. Las capas son muchas, pero el núcleo es compacto. El grupo avanza con determinación hacia zonas donde la distorsión convive con melodías tratadas electrónicamente, donde la percusión contundente deja paso a pasajes más aéreos sin aviso previo. Desde el arranque con ‘Never Enough’, se pone en juego una estructura que conecta los primeros brotes de furia con una secuencia sintética que parece un eco lejano del inicio. La transición no es un añadido estético, sino el punto donde la identidad del álbum empieza a mostrarse en su ambigüedad controlada.
El recorrido del disco se construye desde ahí. ‘Sole’ y ‘Birds’ conservan elementos de la etapa más agresiva del grupo, con riffs tensos y desarrollos que no dan tregua. Son momentos donde todo parece recogerse en torno a una energía primitiva, canalizada sin decoros. Pero luego ‘I Care’ introduce una disonancia controlada: guitarras procesadas, una rítmica en suspensión y una melodía que desdibuja el límite entre canción y atmósfera. En ‘Seein’ Stars’, el movimiento va hacia otra dirección todavía: un pulso funk en la base, coros limpios y una disposición que alude más al cuerpo que a la cabeza. Nada aquí parece funcionar con un solo tipo de lógica.
‘Look Out For Me’ actúa como vértice. Casi siete minutos donde lo frontal se va diluyendo hasta que el tema desemboca en una base electrónica de club, interrumpida por un sample de una serie televisiva. No hay dramatismo en la transición, sino una especie de naturalidad forzada, como si el trayecto de la canción exigiera esa deriva. Algo similar ocurre en ‘Sunshower’, donde la tensión inicial se disuelve de forma abrupta en una flauta que corta la densidad de forma inesperada, casi como un intersticio.
Las colaboraciones no interrumpen el flujo sino que se integran sin distorsionar el conjunto. Las aportaciones de Dev Hynes o Hayley Williams refuerzan esta tendencia a estirar la forma de las canciones sin perder del todo su eje. ‘Dreaming’ y ‘Dull’ siguen ese patrón: la primera con una línea de metales que juega con el ritmo de forma lúdica, la segunda con interferencias digitales que deforman la voz y reordenan su estructura hasta hacerla casi irreconocible en algunos tramos. Turnstile incorpora estas influencias no como citas, sino como elementos constitutivos.
Lo que sostiene todo esto es una forma de entender el control sin rigidez. Brendan Yates, en su forma de cantar, no pierde potencia aunque los registros cambien. Su voz articula esa tensión entre impulso y cálculo que domina el disco. En temas como ‘Time Is Happening’, suena al borde del colapso mientras la base melódica se mantiene firme, como si una parte de la canción tratara de desbordar a la otra sin conseguirlo del todo. ‘Magic Man’ cierra el disco con una tonalidad más plana, donde la electricidad se apaga sin resolución, dejando el último sonido suspendido en una especie de eco sintético.
Más allá del componente formal, en las letras se perciben indicios de desgaste, referencias a lo volátil, a una continuidad truncada. “This is where I wanna be, but I can’t feel a fucking thing” grita Yates en ‘Sunshower’, y no parece una línea lanzada al azar. Hay una insistencia en el tránsito, en lo que se desplaza pero no llega. La conexión con la ciudad, con la escena de origen, no es explícita pero se intuye en la manera en que ciertos recursos aparecen y desaparecen como rastros de algo que ya no es pero sigue afectando.
En ‘Never Enough’ Turnstile organizan una serie de desplazamientos. No se trata de un álbum que busque redefiniciones grandilocuentes, sino de una obra donde las transformaciones ocurren en capas, con intersecciones que se sienten inevitables. Hay un intento por mantener algo estable dentro del desorden. La violencia sigue, pero ahora puede diluirse en un ritmo de baile o en una secuencia de sintetizadores sin previo aviso. Lo que logran es un sistema interno de contrastes que funciona por acumulación, no por oposición.
Nada en este disco da la impresión de haber sido improvisado, pero tampoco hay rigidez. El resultado es una forma de entender la creación como una zona de fricción constante. Turnstile no parten del caos, pero lo invocan. No buscan el impacto por acumulación de fuerza, sino por desplazamiento. Y así, ‘Never Enough’ termina siendo una superficie irregular que se moldea al contacto.
Conclusión
Turnstile sostienen en ‘Never Enough’ una identidad que bascula entre el exceso ruidoso y la dilución melódica, combinando ráfagas distorsionadas con recodos inesperadamente suaves.

