Midwife arrastra consigo una sensibilidad que escapa al ruido fácil. Matt Jencik, curtido en paisajes eléctricos e inestables, encuentra en este proyecto compartido una dirección distinta, más expuesta, menos blindada. En ‘Never Die’, se da ese punto exacto donde dos trayectorias convergen para entregarse al temblor común. El resultado no se percibe como una suma, sino como una alquimia inesperada, una forma de contener sin sujetar, de decir mucho a través del mínimo movimiento. Las canciones que conforman el disco avanzan como fragmentos rescatados del tiempo, como restos que insisten en seguir respirando.

La obra nace de una necesidad íntima: retener lo que siempre parece a punto de desaparecer. Desde el inicio, la atmósfera se adhiere como un recuerdo que persiste en el cuerpo. ‘Delete Key’ introduce un clima denso sin imponerlo, y la voz de Johnston apenas se distingue, pero permanece. Más que abrir el disco, lo introduce en un espacio distinto, casi como si flotara en otra dimensión.

En ‘Don’t Protest (Too Much)’, la repetición funciona como una resistencia silenciosa. La guitarra se sostiene en un mismo trazo, la voz se filtra sin imponer presencia, pero no cede. Es una forma de permanecer, no desde el énfasis, sino desde la insistencia. ‘Flower Dragon’ añade una energía más directa, sin abandonar la delicadeza. Las guitarras empujan suavemente y la voz se abre con una claridad temblorosa. La canción avanza con seguridad sin abandonar su aire nebuloso.

‘The Last Night’ construye una escena donde cada elemento parece hablar desde lugares diferentes. La voz hablada de Jencik y el canto de Johnston se cruzan sin colisionar, dejando que el recuerdo fluya sin interrupciones. El resultado es una pieza que acompaña más que explica, como si se mantuviera cerca del oyente sin decir nada definitivo. ‘Bend’ transforma la estructura en algo más maleable: sonidos que giran sobre sí mismos, melodías que se deforman y se recomponen.

‘Never Die’ como canción encierra el corazón del álbum. La repetición del título se extiende como un hilo que recorre todo el trabajo. La melodía sencilla sostiene un deseo que se niega a apagarse. Cada repetición renueva el impulso, como si el canto no buscara convencer, sino prolongar. ‘Only Death Is Real’ deja una estela fría, en la que las capas electrónicas no ocultan, sino envuelven. La sensación es la de estar dentro de una imagen que sigue desarrollándose en silencio.

‘Organ Delay’ avanza como un paisaje abierto. Los sintetizadores construyen una atmósfera que no delimita, sino que expande. Todo parece dispuesto para que el sonido respire sin límite. Las sensaciones recorren el cuerpo como si vinieran de otro plano, dejando una huella suave pero firme.

‘September Goths’ introduce un movimiento más marcado, casi lúdico. El ritmo y el bajo generan una dinámica distinta, y la voz de Johnston toma una dirección más terrenal. Esta apertura rítmica no rompe con el resto del disco, sino que amplía su paleta. El cierre con ‘Rickety Ride’ ofrece una narración en la que Jencik evoca lugares y momentos como si se tratara de un rito de despedida. La guitarra resbala, la voz se superpone y las teclas burbujean como si quisieran fijar lo efímero.

Cada canción en ‘Never Die’ parece hecha para durar en el margen de la memoria, en esa zona donde el recuerdo y el deseo se mezclan sin orden. Midwife y Jencik trabajan desde lo que se sostiene con esfuerzo, desde lo que vibra en lo más silencioso. Las piezas no buscan imponerse; se deslizan y permanecen. En este trabajo, lo esencial no se exhibe: se filtra, se cuela, acaba por ser inevitable. La música actúa como un hilo que une lo que tiende a deshacerse para que, de este modo, el dúo encuentre una forma de mantener con vida lo que ya se aleja.