La brutalidad no siempre entra por la puerta principal. A veces se escurre por los márgenes, en forma de susurros sin filtrar, ecos oxidados de juguetes rotos, o confesiones que parecen pensadas para nadie más que quien las lanza al aire. Hay discos que no buscan funcionar como unidad sino como campo de escombros. Así ocurre con 'Little Death Wishes'. Aquí no hay envoltorios, ni arco narrativo, ni gesto de cierre. Hay escenas, golpes, palabras sin mediación. Y hay, sobre todo, un esfuerzo obstinado por no embellecer aquello que duele. Lo nuevo de CocoRosie no desea sanar. Sólo arrastrarse.
Con más de veinte años al margen de toda corriente estilística, Bianca y Sierra Casady continúan ese camino lleno de contradicciones internas donde la teatralidad coexiste con una crudeza casi documental. Las canciones de 'Little Death Wishes' no se desarrollan, no progresan, no se resuelven. Se mantienen en suspensión, como si a cada segundo pudieran colapsar. Lo que parecía ser el octavo trabajo de un grupo con trayectoria se convierte, desde la primera escucha, en algo más impreciso. Un bloque de sonidos descartados, repeticiones infantiles y lírica abrasiva que resisten cualquier intento de organización lineal.
El álbum abre con 'Wait For Me', donde las líneas vocales flotan sobre percusiones que suenan a herramientas mal ensambladas. La letra es seca, concreta: “hit her when she acted funny / kiss her when she brought the money.” Esta literalidad reaparece en otras piezas, como 'Yesterday', donde el tono narrativo se endurece: “she got raped / he got time / she got kids / lost her mind.” No hay metáfora, no hay intento de rodeo emocional. La violencia entra directamente y sin anestesia.
Los registros vocales de ambas hermanas continúan siendo incompatibles, lo que aquí se utiliza como recurso estructural. En 'Girl In Town', el contraste se acentúa mediante una construcción dialógica junto a Chance the Rapper. No hay armonía, sino superposición. La fricción entre sus voces, una aguda, otra rota, ambas maltratadas, actúa como eje de un disco que rehúye del pulido. En 'Nothing But Garbage', esta técnica se lleva al extremo: la voz se distorsiona hasta volverse casi caricaturesca, pero no pierde el vínculo con el relato, que gira en torno a la figura materna y los residuos emocionales que deja la familia.
En lo instrumental, 'Little Death Wishes' se construye sobre una lógica de acumulación de objetos. Nada suena a instrumento tradicional. Se perciben cristales que tintinean, teclas que se traban, latas que caen, y un sinfín de elementos sonoros tomados del entorno doméstico. El resultado no es casual ni rítmico: es desconcertante. Cada canción se mueve con una lógica propia, desfigurada. El tempo fluctúa sin aviso, las percusiones se retuercen. 'Cut Stitch Scar' es el ejemplo más evidente, en su paso de una atmósfera vacía a una densidad electrónica casi operística.
Hay momentos que sugieren cierta contención, como en 'It Ain’t Easy' o 'Unbroken', donde la melodía se reduce a un piano y el cuerpo de la voz queda más expuesto. Pero incluso en estos temas, lo que parece calma se interrumpe por imágenes que desestabilizan: “I am my best friend, like dog is man / candlestick and crucifix are more my kin.” El lenguaje es extraño, autoimpuesto, alejado de cualquier lógica de canción confesional.
Las canciones más breves funcionan como interludios deformes. 'Luckless', por ejemplo, con sus 28 segundos de voz alterada por helio, se sitúa entre lo ridículo y lo inquietante. Esa ambigüedad es clave en el álbum: todo parece estar al borde del colapso, entre el juego y la amenaza. La idea de infancia aparece de forma recurrente, pero no como nostalgia, sino como terreno contaminado. CocoRosie no recuperan lo infantil, lo diseccionan.
El cierre con 'Unbroken' no ofrece una salida ni una solución. “I was never really broken / Death might be / The only way home.” La frase, con un acompañamiento mínimo, deja en claro que la intención del disco no es elaborar una catarsis. Tampoco es una propuesta estética autoconsciente. Es, más bien, una secuencia de escenas desordenadas, como si cada canción hubiera sido encontrada en el fondo de un cajón cerrado durante años.
'Little Death Wishes' no se articula como una obra redonda, ni como un trabajo maduro. No tiene interés en alcanzar un equilibrio. Su valor reside precisamente en su negativa a organizar el caos. CocoRosie no decoran el dolor ni lo convierten en emblema. Lo presentan. Y lo dejan ahí, sin forma definida, para que siga latiendo.
Conclusión
‘Little Death Wishes’ de CocoRosie propone una narrativa entrecortada y material, utilizando residuos sonoros y letras directas para exponer, sin artificios, los rastros del daño y la memoria femenina.

