No ha habido previo ni alarde visual, apenas una tirada limitada de cintas en Bandcamp, como si Erika de Casier hubiera querido escurrirse del presente y colarse en un tiempo sin plataformas. En ‘Lifetime’, la cantante y productora danesa opta por no distinguir el inicio del final. La elección del formato y el sigilo del lanzamiento ya marcan una pauta: todo parece diseñado para que el álbum funcione como una cápsula que resuena desde dentro, sin más anclaje que su propia secuencia de impulsos emocionales.
Lo que se despliega es una escritura sonora que no simula dramatismo ni busca epifanías. Hay una lógica de ecos, de retornos deformados. Erika construye estos once cortes desde una práctica casi manual, como si extrajera capas de algo enterrado en su propia memoria y las dispusiera, sin orden cronológico, sobre una mesa. En ese gesto se aloja el verdadero movimiento del disco: un ir y venir entre las formas antiguas de querer y las nuevas formas de mirar aquello que ya se fue.
La apertura con ‘Miss’ sugiere ese tono templado y a la vez denso que recorre todo el trabajo. Se percibe una tensión entre lo que permanece y lo que se ha degradado por el paso del tiempo. Esa misma fricción se siente en ‘You Can’t Always Get What You Want’, donde melodías difusas sirven de base para una especie de lamento por lo perdido y lo imposible, aunque no se nombra como tal. Todo se insinúa a través de frases suspendidas y pulsos que nunca se resuelven.
‘Lifetime’ funciona como una constelación de voces y fragmentos que Erika organiza sin prioridad narrativa. En ‘The Chase’, lo que empieza como una pista de deseo se vuelve una especie de juego peligroso, en el que las señales emocionales no llevan a ningún lugar seguro. La producción enfatiza esa ambigüedad: sonidos de llamada, interferencias, respiraciones y texturas que se amontonan sin buscar claridad. La escena se repite en ‘Moan’, aunque desde un ángulo distinto, casi expositivo. Aquí lo físico no aparece como clímax, sino como una manera de llenar huecos, una forma de habitar la espera.
Uno de los momentos más tensos se da en ‘Delusional’, donde un ritmo de boom-bap sirve como base para una letra que se balancea entre la certeza alcohólica y la necesidad de admitir lo obvio. “The truth was in the bottom of the wine / Bordeaux can make you talk a lot”, canta Erika, haciendo del detalle una estructura. Esa forma de evocar sin explicar se repite también en ‘December’, canción que parece construida con los residuos de otras y que sin embargo logra su propio contorno.
La producción general del álbum evita los excesos. Todo lo que suena parece filtrado por una conciencia que no quiere ser invasiva. ‘You Got It!’ se aproxima a lo mínimo, mientras que ‘Two Thieves’ trabaja desde la repetición como estrategia de erosión. Aquí Erika transforma el lenguaje del R&B noventero en una forma de presencia fantasmal: no tanto una declaración como una aparición. Lo sensual se vuelve difuso, pero no por falta de intención, sino porque ya no hay urgencia de mostrarlo todo.
El tema que da nombre al disco condensa esa forma de desplazamiento afectivo. “It lingers in my body when I realise that love is all we have…”, se escucha en un punto casi final, como si la voz ya no hablara para alguien más, sino para una versión anterior de sí misma. La canción establece un vínculo entre dos tiempos: el del deseo que aún no sabe nombrarse y el de una madurez que se conforma con reconocer lo vivido.
'Lifetime' no se presenta como una colección de momentos cerrados, sino como un espacio donde las canciones se entrelazan por resonancia. Erika no dramatiza su relato, tampoco lo disfraza de lección. Lo que propone es una especie de deriva controlada, donde las decisiones formales, la producción, la secuencia, la voz que se retira o se dobla sobre sí misma, funcionan como pistas de un proceso más largo que el propio disco.
Frente a otros trabajos suyos, esta vez Erika se sitúa en el centro del proyecto sin compartir autoría ni producción. No parece un gesto de autoafirmación, sino una manera de recuperar el control sobre el tiempo: no para detenerlo, sino para cortarlo, editarlo, montarlo de nuevo. En eso radica la fuerza de ‘Lifetime’: no en lo que declara, sino en lo que deja en suspensión. El álbum se disuelve en sus propias capas sin pedir ser interpretado, pero tampoco evitando que quien escucha encuentre ahí algo que se parezca a un reconocimiento.
Conclusión
En ‘Lifetime’, Erika de Casier traslada a su propio ritmo la ambivalencia afectiva de vínculos que se repiten con formas diferentes, dejando que cada canción actúe como reflejo desordenado de ese patrón no resuelto.

