Una imagen repetida podría ser la de un cuerpo detenido, sin horizonte inmediato, aferrado apenas a una vibración que tampoco es fija. En ese lugar, sin suelo, se ubica el tercer disco de La Plata. Es una obra construida sin reclamar lugar fijo, una forma de habitar lo intermedio sin querer resolverlo. La elección de ese término –‘Interzona’– que enuncia ya un umbral, sirve para condensar una actitud: la del movimiento sin dirección impuesta, la de quienes no reclaman pertenencia a un molde previo ni pretenden crear uno nuevo. Si algo flota en el disco, es la voluntad de registrar un presente sin atajos, sin diluir sus pulsos contradictorios. Las coordenadas parecen desplazadas; sin embargo, todo ocurre dentro de una lógica que no es lineal, pero sí insistente.
El punto de partida se aleja de cualquier reivindicación de estilo. Más bien, da la impresión de que el grupo ha trabajado desde un lugar funcional: que cada pieza actúe como un lugar específico, una instancia donde un fragmento de realidad se hace sonido. No hay voluntad de cohesión artificial. Hay, en cambio, una secuenciación premeditada que ordena el recorrido como si se tratara de estaciones distintas, algunas marcadas por el ruido, otras por la contención. La Plata asumen su historia musical sin depender de ella. Las estructuras tradicionales del rock se perciben como elementos rotos y reutilizados, reciclados para construir otra cosa, más dispersa, más táctil, menos cómoda.
La apertura con 'cerca de ti' establece un juego vocal desdoblado, entre Diego Escriche y María Gea, que reaparece de manera intermitente a lo largo del disco. Esa alternancia, más que mostrar una dualidad, parece replicar la falta de un centro narrativo claro. Las voces no conducen, se incrustan. En este tema, como en 'mirar atrás' o 'niebla', el trabajo con la mezcla oculta y revela a voluntad, fundiendo líneas melódicas con bases ásperas o directamente quebradas. 'mirar atrás' se apoya en una base rítmica de ascendencia jungle que intensifica la tensión de una letra que se desliza sin fijar sujetos. 'niebla', por su parte, ralentiza todo impulso rítmico y se mantiene en una suspensión que apenas rompe un piano procesado hasta parecer artificial. Allí, como en 'aero' o 'fin', lo instrumental no sirve de transición sino de núcleo.
La estructura del disco no depende de las canciones convencionales. Hay tres cortes instrumentales –'5am', 'aero' y 'fin'– que articulan el conjunto, no como descansos, sino como zonas que niegan tanto el avance como el regreso. '5am', situada tras el frenesí de 'música infinita', representa un colapso controlado. La inclusión del sample de Steam System que abre ese corte anterior sugiere una cita directa a la herencia cultural de su ciudad. Pero el grupo no se conforma con evocar. En 'música infinita', el fragmento sampleado funciona como entrada a una sucesión de capas en las que las guitarras y los sintetizadores se encabalgan sin jerarquía. Lo que empieza como una exaltación, se disuelve en una especie de resaca emocional, de la que '5am' es su manifestación más literal.
Si hay un eje que vertebra las canciones, no es el contenido lírico sino el tratamiento del sonido. En 'ruido blanco', las texturas frenéticas se yuxtaponen a líneas vocales casi anestesiadas, provocando un efecto de saturación que no encuentra descarga. Es un tema que no conduce, sino que revienta contra su propio mecanismo. 'la vida real' retoma algunos elementos de este, pero desplazados hacia una calma que no termina de afirmarse. Más que complementar, ambas piezas se niegan mutuamente. La una representa el colapso; la otra, su simulacro de salida. No se trata de oposición, sino de coexistencia tensa.
El tramo final introduce modulaciones acústicas que no suenan a resolución sino a agotamiento. En 'agua clara', la voz de Gea aparece despojada, como si no quisiera ocupar más espacio del necesario. Hay algo en su tono que se retira, que no insiste. El cierre con 'bien conmigo' continúa esa lógica, pero llevándola hacia una estructura aún más debilitada, donde lo armónico es reducido al mínimo y las palabras no funcionan como cierre sino como residuo. No se percibe un final, sino un cese de actividad.
‘Interzona’ funciona como cartografía dispersa de tensiones contemporáneas. Cada tema parece un intento por sostener un estado, por fijar aunque sea de manera temporal una forma de estar en el mundo sin pretender explicarla. No hay voluntad de encaje, ni promesa de transformación. Lo que hay es una atención rigurosa al presente, tal y como se manifiesta: desordenado, irregular, y a ratos, ilegible. La Plata han compuesto un álbum que no busca consolidar una voz sino multiplicarla, fragmentarla, dejar que sus límites se definan en contacto con quien escucha. El resultado no se impone. Tampoco se diluye. Permanece.
Conclusión
La Plata exploran en ‘Interzona’ una secuencia de estados desajustados, donde cada pista sirve como cápsula aislada de tensión o deriva. Las texturas y estructuras fracturadas evidencian una intención deliberada de evasión del marco tradicional.
Los Comentarios están cerrados.