Cory Hanson publica un álbum cuyo título, más que una declaración, funciona como una grieta. ‘I Love People’ llega con un gesto que parece amable, pero sus canciones van erosionando cualquier ilusión de cordialidad. Se percibe una mirada que no se satisface con describir costumbres o emociones: quiere exponer el reverso de la convivencia y de las relaciones comunes. El grupo trabaja como si la realidad cotidiana hubiera quedado impregnada de un tono teatral, en el que todo personaje arrastra una sombra que contradice su apariencia.
El arranque con ‘Bird on a Swing’ plantea de inmediato la contradicción entre música y relato. Los coros y el violín enmarcan versos que definen un estado de derrota: “I can count on my friends / like I count all my debts / on the middle finger of my right hand”. La canción es un prólogo que anuncia cómo en este disco la claridad instrumental sirve para proyectar figuras degradadas. Tras ella aparece ‘Joker’, donde un aire ligero de guitarra y saxofón se opone a imágenes de peleas y mordiscos, como si la risa y la violencia fueran inseparables. El bloque inicial culmina con la pieza titular, que enumera su devoción por distintos tipos de personas, entre ellas “I know they’re animals at heart”. Trompetas y saxofón construyen un vaivén festivo que se interrumpe en un falso final, antes de regresar con aplausos que suenan como eco de un cabaret.
El recorrido se bifurca con ‘I Don’t Believe You’, balada en la que las cuerdas suavizan la negación de realidades hostiles. Avisos de desastre se rechazan sin más: un lobo acechando, deidades trastornadas o el ángel Gabriel llamando al protagonista, que insiste en no creer. Esta ingenuidad deliberada convierte la melodía en una contradicción entre dulzura y ruina.
Con ‘Santa Claus Just Got Back in Town’, Hanson reformula la imaginería navideña en clave desoladora. El personaje regresa de Afganistán, comparándose con “a Catholic in hell”. El piano y los arreglos orquestales intensifican la sensación de desconexión con la tradición festiva. El siguiente tema, ‘Lou Reed’, funciona como homenaje directo: saxofón en la calle, recuerdos de maestro de tai chi, y un retrato que transforma la admiración en un canto íntimo sin ornamentos irónicos.
‘Final Frontier’ evoca la atmósfera de un western tardío. La guitarra y los coros espectrales acompañan versos donde la brutalidad se representa sin disimulo: “cut my tongue out and nail it to my ass”. La combinación de violencia explícita y cuerdas melancólicas transforma la canción en una elegía de la frontera como lugar de condena. En contraste, ‘Texas Weather’ propone un paisaje de carretera abierta y aire country, pero en su interior late un asesinato a sangre fría, confirmando que cada horizonte despejado contiene una fractura.
La tensión se mantiene en ‘Bad Miracles’, donde el piano crea un espacio calmo mientras la letra imagina accidentes y catástrofes. El único solo de guitarra explosivo del disco interrumpe el tono con un estallido que conecta con trabajos anteriores de Hanson, pero que aquí funciona como excepción. Tras esa descarga, ‘Old Policeman’ narra la decadencia de un personaje que despierta compasión hasta que su desenlace revela un comportamiento turbio.
‘On the Rocks’ cierra el recorrido con pedal steel y una confesión que multiplica la incomodidad: un narrador que comparte bebidas con miembros del Ku Klux Klan mientras admite que su brújula moral gira descontrolada. Esta conclusión no ofrece redención ni moraleja, sino un retrato donde el cinismo se confunde con rutina.
En conjunto, ‘I Love People’ se articula como un catálogo de figuras que muestran la fragilidad de cualquier normalidad. La producción, más orientada al piano y a los arreglos orquestales que a la guitarra, ofrece un contraste deliberado: cuerdas radiantes y metales brillantes sirven de envoltorio a letras que detallan miseria, soledad y violencia. Hanson y sus compañeros de Wand trasladan así la tensión entre superficie amable y trasfondo oscuro a un lenguaje musical que recuerda al pop de salón setentero, pero recodificado con ironía.
El título, repetido hasta la extenuación en la tercera canción, suena como un lema falso que revela la imposibilidad de abrazar una humanidad sin fisuras. Amar a la gente, en este contexto, significa reconocer su condición animal, sus adicciones, sus miserias y su violencia. Lo que parece celebración es en realidad una radiografía de contradicciones.
‘I Love People’ funciona entonces como un ejercicio en el que la claridad melódica y la solidez instrumental conviven con narraciones que nunca permiten reposo. El disco propone un espejo deformado de la sociedad, en el que lo ordinario se convierte en una farsa y lo festivo se tiñe de desastre. Hanson y los suyos no buscan consuelo ni redención: retratan, con un orden musical meticuloso, un mundo donde la belleza formal no oculta la podredumbre de fondo.
Conclusión
En ‘I Love People’, Cory Hanson desplaza su escritura hacia un terreno más contenido, donde las formas se disuelven con calma y cada melodía marca su propio ritmo sin pedir permiso.