El nuevo trabajo de Lady Gaga, Harlequin, intenta fusionar la energía maníaca de su personaje Harley Quinn con clásicos del jazz y el swing. Sin embargo, lo que podría haber sido una exploración artística interesante y arriesgada, acaba por resultar una relectura excesivamente familiar y sin demasiada profundidad. Aunque Gaga se destaca por su capacidad vocal y presencia escénica, este disco se siente más como una excusa para volver a estilos que ya ha explorado con Tony Bennett, sin añadir verdaderamente nada nuevo al legado del jazz.
Desde el inicio con ‘Good Morning’, queda claro que la propuesta no busca sorprender. La interpretación es tan exagerada que roza lo caricaturesco, y aunque la teatralidad es parte esencial del personaje de Harley Quinn, el resultado es más caótico que disfrutable. Las versiones de clásicos como ‘That’s Entertainment’ y ‘Get Happy’ parecen diseñadas para demostrar una vez más que Gaga "puede cantar jazz", pero tras varias canciones, esa misma necesidad de reafirmarse cansa. El disco, en lugar de evolucionar o tomar riesgos, se vuelve predecible y dependiente de fórmulas que otros han ejecutado mejor en el pasado.
Harlequin falla en gran medida por su falta de cohesión. Aunque su vinculación con el personaje de Harley Quinn podría haber sido un hilo conductor interesante, el concepto queda diluido. Canciones como ‘The Joker’, que deberían capturar la esencia oscura y compleja del personaje, suenan de lo más forzadas. La repetición constante de "The Joker is MEEEE" pierde fuerza tras los primeros minutos, convirtiéndose en una demostración vacía de energía sin sustancia real. Gaga parece más interesada en realizar una interpretación exuberante que en transmitir la tragedia o la vulnerabilidad del personaje que intenta encarnar.
Los intentos de modernizar algunas piezas, como el funk forzado de ‘Oh, When the Saints’, no logran aportar frescura, sino que quedan atrapados entre dos estilos sin destacar en ninguno de ellos. La introducción de elementos eléctricos en una pieza tradicionalmente acústica podría haber sido una apuesta interesante, pero se siente innecesaria y torpe, como si estuviera allí solo para llenar espacio en un disco que no sabe hacia dónde ir.
Los momentos de introspección, como ‘Smile’ y ‘Close to You’, tampoco logran salvar el álbum. Estas versiones, en lugar de ofrecer una reinterpretación significativa de los temas, se limitan a ser ejercicios estéticos que no conectan emocionalmente. Gaga, quien en otros trabajos ha sido capaz de comunicar poderosamente a través de su voz, aquí parece desinteresada, como si interpretara desde la superficie sin explorar realmente el material. Su versión de ‘Smile’, una canción cargada de significado, se escucha plana y sin la resonancia emocional que podría haber tenido.
Las dos composiciones originales del álbum tampoco aportan mucho valor a la propuesta general. ‘Folie à Deux’ parece sacada de una banda sonora de película animada de bajo perfil, con una instrumentación orquestal predecible que poco dice del talento compositivo de Gaga. La falta de riesgo es evidente; no hay nada en esta pieza que sugiera que Gaga se está desafiando a sí misma ni a su público. Por otro lado, ‘Happy Mistake’, a pesar de intentar una atmósfera más íntima, termina siendo una balada acústica genérica, sin el peso emocional o la innovación que cabría esperar de una artista de su calibre.
Uno de los mayores problemas de Harlequin es que, al estar compuesto principalmente de versiones, parece más un ejercicio de nostalgia que una obra que busca redefinir o aportar algo nuevo al género. La sombra de los discos con Tony Bennett es omnipresente, y aunque aquellos trabajos tenían su propio mérito al ser colaboraciones entre dos generaciones, aquí Gaga queda sola y el vacío se nota. La grandeza de un artista no reside únicamente en su capacidad para interpretar clásicos, sino en cómo esos clásicos pueden ser reinterpretados para resonar con la actualidad, algo que Harlequin no logra.
El cierre con ‘That’s Life’, una canción que en manos de otros intérpretes ha sido poderosa, aquí se siente más como un tributo impersonal. Gaga parece más concentrada en mostrar su potencia vocal que en comprender la esencia de la pieza, lo que deja una sensación de desaprovechamiento. La canción, en lugar de ser un broche final que dé sentido al viaje musical del álbum, acaba siendo otro recordatorio de que Gaga puede cantar, algo que ya sabemos de sobra.
Harlequin es un disco que se queda corto. Lady Gaga, con todo su talento y carisma, se pierde en un proyecto que parece más un capricho nostálgico que una exploración artística relevante. Las versiones carecen de novedad, las composiciones originales no destacan, y el concepto de mezclar la locura de Harley Quinn con el jazz no se ejecuta con la sutileza ni la creatividad necesarias para que funcione. El resultado es un álbum que, aunque bien producido, se siente vacío y reciclado, sin la chispa que caracteriza los mejores trabajos de Gaga.
Conclusión
'Harlequin', más un ejercicio de nostalgia que una obra creativa, muestra a Lady Gaga en su zona de confort, sin lograr transmitir una reinterpretación significativa de los estándares del jazz ni emocionar con sus composiciones originales.