Hablar de ‘Forever Is a Feeling’ exige observar cómo una artista construida a través del conflicto emocional opta, esta vez, por un camino distinto: el de la armonía doméstica, el del vínculo sostenido en gestos mínimos y cotidianos. Desde la confirmación pública de su relación con Julien Baker hasta la consolidación de su figura dentro del marco comercial de una multinacional, Lucy Dacus ha llegado a una etapa donde todo parece estable, pulido, pensado para perdurar. Pero en esa búsqueda de permanencia afectiva se han difuminado los bordes que antes daban filo a su música.
El álbum no comienza con una declaración de principios, sino con una introducción instrumental (‘Calliope Prelude’) que ya anticipa una estética de contención. Cuerdas que no avanzan hacia ningún clímax, texturas que no se deciden por una identidad clara. Es un disco que aparenta moverse con determinación, pero sus giros son circulares. Se instala en una especie de letargo romántico, más cerca del gesto que de la emoción. En este sentido, la producción de Blake Mills acompaña ese deslizamiento hacia la monocromía sonora: hay arreglos sutiles, sí, pero pocas decisiones que incomoden.
Las letras no abandonan la mirada minuciosa ni el recurso del detalle como elemento narrativo, pero su fuerza se debilita en la repetición de fórmulas. Canciones como ‘Modigliani’ o ‘Come Out’ se apoyan en imágenes que no logran evitar el terreno de lo predecible. “You make me homesick for places I’ve never been before”, por ejemplo, intenta operar como revelación, pero termina encapsulando el problema de gran parte del disco: el abandono de la concreción por una vaga generalidad.
En ‘Bullseye’, la presencia de Hozier no introduce tensión, sino una capa más de dulzura que termina por saturar un entorno ya saturado de corrección. El dúo suena afinado, casi demasiado, sin una sola grieta por donde se cuele algo inesperado. A su vez, ‘Ankles’, que juega con referencias sexuales explícitas y un ritmo algo más marcado, parece prometer una ruptura de esa inercia, pero el tema se contiene antes de desbordar. Esa voluntad de control se convierte en una constante: incluso los momentos más corporales están suavizados, medidos, encapsulados en una estética amable.
‘Most Wanted Man’, compartido con Julien Baker, podría haber sido el punto de inflexión del álbum. Hay un intento de retomar cierta energía más urgente, un leve retorno a la electricidad de guitarras que marcaron discos anteriores. Pero todo queda en el plano de la insinuación. El track mantiene una cadencia que nunca se altera, una repetición controlada que inhibe cualquier impulso de escape.
Algunas canciones logran evocar un interés sostenido, como ‘For Keeps’ o el cierre con ‘Lost Time’. En ellas, Dacus explora la posibilidad del amor como algo finito, sin metáforas trascendentales ni promesas infladas. Hay una honestidad en frases como “nothing lasts forever, but let’s see how far we get” que funciona precisamente porque evita el énfasis. Pero estos aciertos no logran compensar un conjunto que parece demasiado pendiente de no molestar.
‘Forever Is a Feeling’ se ubica en una zona segura, diseñada para no desentonar en ninguna playlist ni generar rechazo alguno. La artista ya no apuesta a la confrontación interna ni al riesgo poético, sino a la consolidación de un tono moderado. El resultado es un álbum funcional, con algunas ideas bien planteadas pero escaso en impacto. La sensación final no es de decepción explícita, sino de haber escuchado algo que eligió deliberadamente no incomodar.
Puede que ese sea el verdadero problema del disco: la decisión de priorizar la comodidad por sobre la urgencia creativa. En su afán por registrar un momento de calma en su vida personal, Dacus entrega un trabajo que parece más una ilustración que una narración. No hay vértigo, no hay desequilibrio. Y, en esa serenidad constante, se pierde la fuerza que hacía que sus discos anteriores permanecieran.
Conclusión
Lucy Dacus despliega en ‘Forever Is a Feeling’ una serie de retratos afectivos que pierden vigor en su afán de calidez. La artista renuncia a la aspereza que antes definía su obra para entregar una colección de temas de contornos suaves.

