Nadie podría anticipar que bajo un piano antiguo heredado se gestaría, casi a escondidas, un proyecto musical tan minucioso como ‘E’. A lo largo de cuatro años, entre ciudades tan diversas como Nashville y Brooklyn, Eliana Glass ha tejido un álbum que no funciona como un diario ni como un manifiesto, sino como una colección de escenas suspendidas, cada una cargada con la densidad de toda una existencia. El piano, instrumento al que llegó por intuición infantil y que la ha acompañado como sombra fiel, se convierte en su principal vehículo para acercarse a una especie de pensamiento sobre lo efímero, sobre lo que se acumula en los márgenes de la vida cotidiana.
La construcción de ‘E’ parte de una tensión constante entre lo orgánico y lo procesado: entre la madera y el hierro del piano, la calidez del bajo acústico y los ecos sutiles de una cinta, una reverberación o un filtro analógico. Eliana Glass, que estudió jazz vocal en Nueva York, escapa sin esfuerzo de los gestos previsibles del género. A su lado, Walter Stinson al contrabajo y Mike Gebhart en batería no buscan protagonismo, sino que refuerzan el peso rítmico mínimo que sostiene cada pieza. La intención no está en llenar espacios, sino en dejar que el vacío hable.
‘All My Life’, pieza de apertura, introduce desde el inicio ese carácter austero que atraviesa todo el álbum: tres palabras repetidas que pesan como una confesión y un reclamo a la vez. Esas palabras, “I’ve waited for you”, no se cargan de dramatismo; más bien se hunden en un aire detenido, flotando sobre arpegios discretos. Más adelante, ‘Shrine’ y ‘On the Way Down’ retoman el hilo, dejando que la memoria tome el control. Las canciones parecen observarse a sí mismas desde fuera, como si estuvieran narradas desde un lugar posterior al recuerdo.
Glass no se limita a la autoría propia: ‘Dreams’, versión de Annette Peacock, y ‘Sing Me Softly the Blues’, reinterpretación de Carla Bley con letra adaptada por Karin Krog, sirven para ampliar el mapa del disco, anclándolo en una red de referencias elegidas con cuidado. Pero estos homenajes no aparecen como citas nostálgicas ni como ejercicios de estilo. Son absorbidos por el tejido general del álbum, de forma que lo ajeno se vuelve íntimo.
El centro emocional del disco se encuentra probablemente en ‘Good Friends Call Me E’. Esta pieza no solo ofrece una declaración de identidad en clave privada —ese apodo compartido con su padre—, sino que articula una forma de narrar el crecimiento personal sin caer en sentimentalismos. Cuando la canción regresa al final en ‘Good Friends Call Me E (Reprise)’, lo hace sin cierre rotundo, sino con la misma soltura, como si retomara una conversación ya conocida.
‘Flood’ y ‘Solid Stone’ destacan por su carácter más desnudo. Aquí, el piano y la voz casi no necesitan compañía: los matices vienen del fraseo vocal, de los cambios de registro, de cómo cada sílaba es pronunciada y dejada caer. La voz de Glass juega a acercarse a la línea del habla, deslizándose en pasajes donde el significado se apoya tanto en el sonido como en el contenido. Esta búsqueda alcanza su forma más peculiar en ‘Human Dust’, basado en el texto conceptual de Agnes Denes, que expone los datos biográficos de un hombre común. La pieza, leída y cantada por Glass, funciona como una especie de catálogo vital que no moraliza ni juzga.
En el terreno instrumental, ‘Song for Emahoy’ sirve como homenaje a la pianista etíope Emahoy Tsegué-Maryam Guèbrou. Eliana Glass no imita; absorbe rasgos estilísticos y los incorpora a su propio lenguaje, sumando detalles que sugieren pero no explicitan. Las influencias brasileñas, aprendidas al cantar en portugués y al adoptar una emisión vocal directa y sin vibrato, también atraviesan el álbum de forma lateral, perceptibles más en el enfoque que en la superficie.
El recorrido de ‘E’ no busca conclusiones. La elección de cerrar el disco con una versión relajada del tema identitario refuerza esa estructura circular. Cada canción ofrece un fragmento, una escena detenida, a veces marcada por pequeñas tensiones rítmicas, otras por cambios tonales que apenas se notan, pero que alteran la atmósfera general. El álbum no pretende ofrecer un relato lineal ni una progresión de emociones: es, más bien, una serie de capturas que funcionan individualmente pero que, reunidas, amplían su resonancia.
Eliana Glass demuestra un dominio preciso sobre sus recursos, consciente de que cada elemento tiene un peso específico. El uso moderado de efectos y sintetizadores no es un adorno, sino un medio para estirar los límites de lo acústico, haciendo que la grabación dialogue con los espacios donde fue creada. El resultado es un disco que no se apoya en grandes declaraciones, sino en la minuciosidad de cada decisión interpretativa.
Conclusión
Eliana Glass ofrece en ‘E’ una exploración precisa del paso del tiempo y las pequeñas pérdidas, apoyándose en arreglos austeros de piano, bajo y batería que refuerzan su voz de tonos tenues y detalles emocionales.

