Joanne Robertson publica ‘Blurrr’ después de años transitando tanto colaboraciones como trabajos propios, con un recorrido que combina pintura, escritura y canciones concebidas en entornos domésticos. La británica, asentada en Glasgow, plasma en este álbum un enfoque artesanal, marcado por la espontaneidad y por la manera en que guitarra y voz se enlazan sin una estructura rígida. La propuesta se completa en varios momentos con la participación del violonchelista Oliver Coates, que aporta un contrapunto de texturas densas a la desnudez acústica de la autora.
El repertorio se abre con ‘Ghost’, donde un rasgueo pausado genera un ambiente espeso y grave, sobre el que se alza una voz que parece avanzar con cautela, sosteniendo frases como “Through time you stand still”. La sensación es de un inicio detenido en el tiempo, con un tono casi ceremonial que marca la dirección del disco. En ‘Why Me’, Robertson utiliza un arpegio constante, sobre el que desarrolla una pieza extensa en la que la letra se fragmenta en imágenes: “At least I’ll be lyin’ down here / Waitin’ for the rain / Waitin’ for your hands / To kindly take mine / Again”. El tema transmite una mezcla de cansancio y entrega, subrayada por los pequeños quiebros de la interpretación vocal.
En ‘Friendly’, la autora extiende un motivo circular durante más de seis minutos, construyendo un ambiente cálido y persistente. Los cambios mínimos en la guitarra acompañan una línea melódica que parece improvisada, como si la canción se estuviera componiendo en el momento mismo de sonar. Esa cualidad inmediata se repite en varios pasajes de ‘Blurrr’, que a menudo incluyen sonidos accidentales como respiraciones o movimientos de la madera del instrumento, reforzando la impresión de cercanía. El resultado se asemeja a un registro personal compartido sin filtros.
La presencia de Oliver Coates se percibe con fuerza en ‘Always Were’, donde sus cuerdas se entrelazan con la guitarra de Robertson hasta formar una masa envolvente que acaba desbordando la canción. Esa acumulación de capas convierte el tema en uno de los más densos del conjunto. En ‘Gown’, el chelo vuelve a ocupar un papel central, acompañando a la voz con un tono fúnebre que contrasta con el fraseo quebradizo de la cantante. La pieza se mueve entre gravedad y lirismo, con un equilibrio tenso que mantiene la atención en todo momento.
‘Exit Vendor’ ofrece un contraste marcado: las cuerdas brillantes de la guitarra generan un resplandor continuo frente a una voz rota y frágil, que parece desajustada respecto a la base armónica. Esa fricción se convierte en el centro de la canción, mostrando cómo Robertson utiliza la disonancia emocional como herramienta expresiva. En ‘Peaceful’, el canto adopta un tono más etéreo, con un fraseo que se desliza sobre acordes abiertos, produciendo un respiro luminoso dentro del álbum.
El tramo final incluye ‘Doubt’, donde Coates vuelve a envolver a Robertson con drones prolongados que intensifican el carácter recogido del tema. La voz se mantiene serena, casi desapegada, frente a la vibración grave de las cuerdas. ‘Last Hay’, cierre del disco, comienza con un gesto sencillo: un soplo audible y el ruido de la guitarra al colocarse sobre las piernas. Esa introducción refuerza el carácter artesanal de todo el proyecto, antes de dar paso a un tema flotante que parece suspenderse en el aire sin rumbo definido. El desenlace transmite la sensación de que las canciones han surgido como apuntes inmediatos más que como construcciones planificadas.
La forma de escribir de Robertson se basa en frases breves, imágenes sueltas y expresiones que se repiten con ligeras variaciones. Ese estilo conecta con su faceta de pintora, donde la improvisación también ocupa un lugar central. La ausencia de arreglos rítmicos o de producción detallada acentúa la impresión de piezas abiertas, que funcionan como instantáneas de un proceso más que como composiciones cerradas. Cada tema conserva la huella de su grabación, desde la reverberación casera hasta los fallos en la entonación, generando un efecto de vulnerabilidad deliberada.
A lo largo de ‘Blurrr’ se percibe un tránsito continuo entre opacidad y claridad. La autora construye atmósferas turbias que se abren en destellos de luminosidad, generando una tensión constante. El chelo de Coates actúa como aliado en este juego de contrastes, reforzando la gravedad o expandiendo la calidez según el caso. La combinación de ambos elementos, voz y guitarra de Robertson junto con las cuerdas de Coates, traza un recorrido cambiante que se despliega a lo largo de los nueve cortes.
El carácter del disco remite a la cotidianeidad: canciones concebidas entre tareas domésticas, registradas en espacios íntimos y compartidas sin pulir. Ese origen aporta coherencia al conjunto, que se percibe como un testimonio directo de un momento vital. Robertson presenta así un trabajo donde la frontera entre lo artístico y lo personal se difumina, entregando piezas que funcionan tanto como canciones como documentos de un proceso creativo en marcha.
‘Blurrr’ se configura en definitiva como un mapa sonoro de lo inmediato, un conjunto de canciones donde guitarra y voz se confunden con la respiración del entorno. Joanne Robertson muestra una forma de composición que surge del instante, reforzada por la colaboración puntual de Oliver Coates, y convierte lo fugaz en un repertorio que permanece suspendido, entre lo etéreo y lo tangible.
Joanne Robertson estará presentando estas nuevas canciones en nuestro país en octubre
Conclusión
Joanne Robertson entrega en ‘Blurrr’ un repertorio donde guitarra y voz se confunden con el eco de un salón vacío, y esa crudeza convierte cada detalle en un retrato sonoro que no deja escapar matices.

