Ashnikko afronta en ‘Smoochies’ un punto de inflexión dentro de una trayectoria marcada por la confrontación directa con los límites del pop y su persistente relación con la provocación. La artista norteamericana, después de moldear universos sonoros cargados de simbolismo en trabajos anteriores, elige aquí un registro más terrenal, donde la máscara del personaje cede espacio a una expresión que combina sarcasmo, deseo y una extraña forma de humor corrosivo. El álbum se gesta tras una etapa en la que su figura ha consolidado una identidad que rehúye la suavidad, y lo hace con un propósito deliberado: exponer la energía sexual como discurso de poder y parodia a la vez. Cada composición parece escrita desde una mesa de conversación que alterna confidencias, exhibicionismo y sátira, un equilibrio frágil entre el juego y la crítica a las convenciones sociales que delimitan el cuerpo femenino y su representación.
El primer impacto de la obra aparece en un tema donde el pulso abrasivo y la repetición construyen un clima de claustrofobia festiva, como si la pista de baile fuese también un confesionario saturado de luces y respiración mecánica. La voz se pliega sobre un ritmo insistente que funciona más como impacto físico que como acompañamiento melódico. El deseo se expresa a través de metáforas corporales llevadas al límite, donde la ironía sustituye cualquier pretensión de romanticismo. El efecto final transmite una sensación de sobrecarga intencionada, una especie de asfixia luminosa que define la estética general del álbum: cada textura sonora busca ser tangible, casi táctil, un reflejo del dominio que Ashnikko ejerce sobre su propio exceso, especialmente visible en la pieza ‘Itty Bitty’, que concentra toda esa idea de control del caos.
En otra de las composiciones más llamativas, la artista utiliza la figura del trofeo sentimental para ridiculizar las dinámicas de conquista y colección afectiva. La canción ‘Trinkets’ transforma la frivolidad en discurso: los versos, revestidos de dulzura artificial, funcionan como un escaparate de objetos masculinos convertidos en adornos efímeros. El tratamiento de la voz, procesado y punzante, refuerza esa idea de consumo despersonalizado, mientras el ritmo digital se fragmenta en impulsos eléctricos que evocan una infancia contaminada por pantallas. Ashnikko convierte el jugueteo en arma, el humor en mecanismo de defensa, sin ocultar la incomodidad que subyace tras tanta teatralidad. Cada capa de sonido parece diseñada para subrayar la contradicción entre lo caricaturesco y lo confesional, algo que recorre todo el trabajo.
El álbum encuentra uno de sus momentos más intensos en la colaboración con COBRAH, donde la saturación sensorial alcanza su punto máximo. ‘Wet Like’ extiende la idea de la explicitud celebrada y la convierte en una confrontación entre deseo y poder. Las dos artistas entrelazan versos sobre placer y dominio con una naturalidad que elimina cualquier distancia moral, mientras los sintetizadores golpean con precisión quirúrgica en una estructura circular y obsesiva. Más allá del erotismo evidente, lo interesante reside en la manera en que Ashnikko convierte la agresividad rítmica en comentario sobre la apropiación del placer. La pista, pensada para un entorno colectivo, funciona como reivindicación de una libertad que se construye a base de sudor y ruido.
Dentro de esa atmósfera abrasiva, una pieza más ligera introduce un contraste sin romper la coherencia del conjunto. ‘I Want My Boyfriends To Kiss’ se apoya en una cadencia bailable que encierra un subtexto de utopía queer, un espacio imaginario donde los vínculos no obedecen a jerarquías ni a posesión. La ligereza del estribillo encubre una reflexión sobre la imposición del deseo normativo, y la autora se sirve de la repetición para generar una sensación de afirmación contagiosa. Frente a la represión o el juicio, la canción ofrece un escenario de comunidad y desenfado donde la identidad se expresa sin censura, aportando un respiro dentro del exceso general, aunque sin alterar el tono provocador que vertebra el disco.
La parte central del proyecto mantiene la misma energía desbordada, hasta alcanzar un punto donde la saturación se convierte en método expresivo. En ‘Full Frontal’, esa insistencia se traduce en un recorrido que multiplica los estímulos hasta provocar fatiga auditiva. Su estructura circular, sostenida por un bajo persistente y un fraseo casi teatral, busca provocar una reacción física más que emocional. Lo que podría parecer simple exuberancia gratuita se transforma en una exploración del límite entre placer y agotamiento. Ashnikko insiste en el cuerpo como territorio de lenguaje, sin dejar espacio para el descanso perceptivo. La intensidad, utilizada como herramienta y contenido simultáneo, define el carácter más extremo del álbum.
El cierre llega con un tono más introspectivo que el resto, aunque sin abandonar la crudeza expresiva. En ‘It Girl’, la artista introduce una mirada que reconoce las consecuencias de su propio exceso, una especie de confesión sobre la tensión entre el personaje público y la persona que lo sostiene. La frase “I wanna kill the it girl in me” actúa como epílogo simbólico de un recorrido donde la provocación ha sido tanto defensa como condena. La melodía, más pausada, introduce un respiro que no disuelve la sensación de saturación, sino que la convierte en parte de su significado. Ese final sugiere una posible mutación futura, más analítica pero igualmente irreverente, donde la autora podría examinar con mayor calma el terreno que ha incendiado hasta ahora.
‘Smoochies’ se articula como un collage de deseo, ironía y resistencia, donde el humor se mezcla con la incomodidad y la crudeza del lenguaje con la euforia artificial del pop contemporáneo. Cada pista parece diseñada para exhibir una contradicción distinta: entre lo performativo y lo íntimo, entre la celebración y la fatiga. Ashnikko configura un universo que caricaturiza las narrativas de género y placer, evidenciando cómo la autoexposición se ha convertido en forma de supervivencia mediática. Aunque el conjunto sufre por momentos de una saturación temática que repite el mismo gesto hasta desgastarlo, mantiene una coherencia interna basada en la confrontación y la insistencia. Su fuerza reside en esa decisión de convertir el ruido en espejo del entorno digital y emocional del presente. En lugar de buscar armonía, Ashnikko ofrece fricción; en vez de construir refugios, propone espejos deformantes donde la risa y la incomodidad conviven sin jerarquía.
Conclusión
Ashnikko expone en ‘Smoochies’ una sátira del deseo y la identidad sexual donde la provocación se convierte en discurso político y el exceso sirve como espejo incómodo del presente digital y social.