La carrera de Anna von Hausswolff siempre ha estado guiada por una mezcla de curiosidad, inconformismo y un tipo de fe que no tiene nada que ver con lo religioso. Desde sus primeros discos ha buscado que el órgano, un instrumento ligado a la liturgia, sirva para liberar emociones que no caben en lo cotidiano. Esa búsqueda la ha llevado a lugares incómodos, tanto en su vida como en su música, e ‘Iconoclasts’ llega después de un tiempo de silencios forzados, discusiones públicas y cambios personales. Todo eso se nota desde el primer minuto. Este trabajo nace de una artista que ha aprendido a vivir con la contradicción entre lo que siente y lo que la sociedad le exige. Cada canción parece el intento de ordenar el caos sin ocultar sus bordes, de entender qué queda cuando una persona se enfrenta a sus propios límites.
El comienzo con ‘The Beast’ sirve como aviso de lo que vendrá. No tiene palabras, solo una corriente de sonido en la que el saxofón parece buscar aire entre ráfagas de eco. Esa introducción funciona como una puerta que se abre hacia un terreno donde la calma y la tensión se mezclan. Luego aparece ‘Facing Atlas’, donde la voz de von Hausswolff se estira hasta parecer un hilo que sostiene un pensamiento que se tambalea. Ella plantea el peso de las convicciones, cómo el deseo de estar en lo correcto puede volverse una carga. Cuando canta “the foolish hope of great eternal beauty” suena a confesión y advertencia al mismo tiempo. En esa línea, el disco muestra la importancia de derribar creencias que impiden avanzar. La manera en que la autora usa la mitología funciona como espejo: cada referencia antigua refleja un sentimiento actual, una forma de asumir que la perfección solo existe en la imaginación.
La pieza central, ‘The Iconoclast’, se convierte en el corazón del proyecto. Dura más de once minutos, pero el tiempo dentro de ella se dilata, como si la música respirara a su propio ritmo. Las percusiones marcan pasos lentos, las cuerdas se cruzan con coros que van y vienen, y la voz se mueve entre la súplica y el desahogo. Cuando pronuncia “can I protect you”, la frase suena como un intento de tender la mano en medio del derrumbe. Esa mezcla entre ternura y desgaste define gran parte del álbum. Las canciones no buscan solo romper estructuras, también muestran las consecuencias de hacerlo. La destrucción aparece ligada a la compasión, como si ambas cosas formaran parte de la misma energía. En ese equilibrio entre fuerza y cuidado se encuentra una de las ideas más claras del disco: cambiar algo requiere aceptar la fragilidad propia.
Con ‘The Whole Woman’ surge un contraste interesante. La colaboración con Iggy Pop muestra dos formas opuestas de entender la vulnerabilidad. La voz grave del invitado choca con la suavidad de Anna, pero en lugar de imponerse, ambas se complementan. La canción plantea un diálogo entre dos personas que intentan entender qué significa sentirse completas. Esa conversación podría ser también entre dos versiones de una misma mente, una que teme perder el control y otra que busca mantener la calma. Más adelante, ‘Stardust’ gira hacia un terreno más social. En ella se escucha una preocupación por el mundo que se desmorona, por la pasividad colectiva y por la necesidad de equivocarse para seguir adelante. Cuando repite “it’s time to make mistakes”, lo que propone es la acción, la voluntad de implicarse aunque el resultado sea incierto. Ese mensaje convierte la canción en un pequeño manifiesto sobre el coraje.
El tramo intermedio del disco introduce voces que amplían la perspectiva. En ‘Aging Young Women’, junto a Ethel Cain, la artista observa el paso del tiempo sin nostalgia, más bien con una mezcla de aceptación y curiosidad. Ambas construyen una balada que habla de las expectativas que se deshacen y de lo que se aprende cuando se deja de perseguir lo imposible. La unión de sus timbres genera una sensación de calma resignada, de comprensión entre generaciones que se reconocen en su cansancio y en su esperanza. En cambio, ‘Consensual Neglect’ y ‘Struggle With The Beast’ proponen un tipo de caos distinto. La primera vibra como una improvisación controlada, donde los instrumentos parecen discutir entre sí, y la segunda transforma la locura en un espacio de descubrimiento. Ambas piezas sugieren que la confusión puede servir como impulso creativo, que el desorden a veces ilumina más que el equilibrio.
Hacia el final, ‘An Ocean Of Time’ introduce un respiro. Anna colabora con Abul Mogard y deja de lado el órgano para sumergirse en un ambiente electrónico que se expande sin dirección fija. El resultado es casi hipnótico, como una marea que arrastra los restos de lo anterior. Después llega ‘Unconditional Love’, donde canta junto a su hermana Maria. Esa unión familiar actúa como cierre emocional y símbolo de reconciliación. La voz compartida transmite la idea de que el afecto puede reparar lo que el conflicto rompe. Finalmente, ‘Rising Legends’ cierra el conjunto con una sencillez que contrasta con la densidad previa. Es una despedida sin dramatismo, un gesto de calma que deja al oyente suspendido entre el final y la continuación.
Conclusión
Anna von Hausswolff utiliza ‘Iconoclasts’ para ordenar el caos de su entorno y exponer una ética del cambio, donde la sinceridad pesa más que cualquier artificio o justificación estética.

