Cine y series

Yakarta

Diego San José

2025



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El universo que plantea 'Yakarta' parte de un terreno reconocible, de ese Madrid que se levanta temprano para ir al gimnasio municipal, donde la pintura desconchada de las paredes convive con el olor del cloro y la nostalgia de los ochenta. Diego San José construye su serie desde esa materia cotidiana que no busca brillar, pero sí entender cómo sobrevive quien alguna vez sintió que tocaba el cielo y terminó viviendo entre papeles acumulados en un vestuario. La mirada de la dirección, compartida entre Elena Trapé, Fernando Delgado-Hierro y el propio Javier Cámara, se apoya en una calma que da tiempo a mirar. Desde el primer episodio se percibe una intención clara: retratar la caída sin morbo, observar lo que queda cuando el éxito se marchita y la vida sigue, aunque el cuerpo ya no responda igual.

Joserra, interpretado por Cámara, encarna al tipo que conoció la gloria deportiva y ahora enseña gimnasia en un instituto público donde las redes oxidadas y las pistas de cemento resumen toda una generación sin triunfos pendientes. Se mueve por inercia, con una mezcla de orgullo antiguo y cansancio perpetuo. Todo cambia con la llegada de Mar, una adolescente que parece haber nacido para pelear contra el mundo sin saber por qué. Su talento para el bádminton despierta en Joserra un propósito que se confunde con el deseo de volver a sentirse necesario. A partir de esa relación, la serie indaga en lo que ocurre cuando un adulto proyecta sus heridas sobre alguien que aún no sabe qué quiere ser. El guion evita la condescendencia: ni él es un héroe caído ni ella una víctima. Son dos personajes descolocados que buscan sentido en un entorno que les empuja a rendirse.

El argumento se despliega con una precisión poco habitual en la ficción española reciente. San José y Daniel Castro construyen un relato que se mueve entre el desencanto y la ternura, sin grandes giros, pero con una tensión constante que nace del desgaste cotidiano. Los seis capítulos avanzan como un viaje interior y físico, con desplazamientos entre provincias, pabellones y hoteles baratos donde la precariedad se convierte en escenario natural. La idea de 'Yakarta' como destino deportivo funciona más como metáfora que como meta real. Ese lugar lejano representa todo lo que uno imagina alcanzar y que, en realidad, solo sirve para sostener la esperanza. San José usa esa promesa para hablar del sacrificio sin gloria y de cómo el deseo de reparación puede convertirse en una forma de castigo.

Javier Cámara ofrece una interpretación contenida, alejada del histrionismo, que transmite la sensación de un hombre que ya no tiene fuerza para fingir entusiasmo. Cada gesto, cada palabra medida, cada pausa, reflejan la dificultad de alguien que vive entre la culpa y la rutina. Frente a él, Carla Quílez compone a una adolescente que no se deja domesticar. Su mirada directa y su rabia silenciosa funcionan como contrapeso del desencanto del adulto. Entre ambos se forma una relación ambigua, no en lo moral, sino en lo emocional: ninguno entiende del todo qué busca en el otro, pero ambos encuentran en ese vínculo una forma de resistir. Lo que podría ser un melodrama se transforma en un retrato sincero de dos soledades que se acompañan sin saberlo.

La dirección de Elena Trapé refuerza esa mirada sobria. Los espacios cerrados, las luces amarillentas y los silencios prolongados componen una atmósfera donde el tiempo parece detenido. Cada plano tiene la textura de lo cotidiano: duchas que gotean, mochilas abiertas, conversaciones cortas que revelan más de lo que dicen. La fotografía de Rita Noriega apuesta por tonos terrosos, casi gastados, que refuerzan la sensación de vida usada. Nada está embellecido. La cámara observa con paciencia, sin esconder la aspereza de los lugares ni la torpeza de los cuerpos. Esa estética le da a la serie una coherencia que convierte lo ordinario en material narrativo, sin que nada parezca impostado.

El trasfondo social atraviesa toda la historia. 'Yakarta' retrata un país que mira hacia otro lado cuando sus héroes se jubilan, cuando las medallas se oxidan y la realidad laboral devora a los que antes llenaban portadas. Joserra simboliza a esa generación que fue criada para creer que el esfuerzo siempre tendría recompensa y que acabó descubriendo que el mérito se desvanece en cuanto deja de ser útil. Mar representa lo contrario: una juventud sin expectativas, consciente desde el principio de que la partida está amañada. Entre ambos se dibuja un retrato social más amplio, donde la precariedad, la desconfianza institucional y la falta de referentes componen una radiografía amarga de la España actual. San José no lanza discursos, pero cada diálogo está atravesado por una crítica silenciosa hacia un sistema que premia la apariencia y castiga la constancia.

El guion tiene una precisión que se nota en los detalles. La obsesión de Joserra con las llamadas perdidas, los viajes improvisados o los pequeños rituales que mantiene como si el tiempo no pasara, revelan su incapacidad para aceptar la derrota. La joven, en cambio, vive en el presente más inmediato, sin nostalgia. La tensión entre esos dos modos de estar en el mundo da lugar a los mejores momentos de la serie. Cuando entrenan juntos, cuando discuten por tonterías o cuando simplemente comparten el mismo silencio, se percibe una verdad que pocas ficciones consiguen sostener. El deporte deja de ser un pretexto para hablar del esfuerzo y se convierte en lenguaje de comunicación entre dos personas que no saben expresarse de otra forma.

El tratamiento visual y sonoro acompaña esa intención. La música de Lucas Vidal apenas se insinúa, como si quisiera respetar el vacío que los personajes arrastran. La ausencia de ritmo marcado permite que cada secuencia respire, que el espectador mire sin prisas, que observe cómo se van desmoronando los gestos de costumbre. Trapé confía en la fuerza de lo callado, en la potencia de una conversación sin resolución, en la mirada que dura un segundo más de lo habitual. Esa contención convierte a 'Yakarta' en una obra de observación más que de acción, donde lo importante no es lo que ocurre, sino cómo se sostiene el deseo de seguir adelante.

El desenlace evita el artificio. No hay victoria ni catarsis. Solo una continuidad inevitable que muestra que los personajes, aunque cambien de lugar, siguen siendo los mismos. Joserra encuentra una forma de reconciliarse con lo que fue, mientras Mar aprende a mirar el futuro sin esperar que nadie la salve. La serie se cierra con la certeza de que la vida sigue aunque el propósito se agote. Esa lucidez sin dramatismo define la madurez de Diego San José como creador: su interés no está en el mensaje, sino en la observación de lo que ocurre cuando el entusiasmo desaparece y queda la costumbre de vivir. 'Yakarta' demuestra que el fracaso también puede tener dignidad y que la ternura puede surgir incluso entre dos personas que ya no esperan nada del mundo.

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