Martín Mauregui inicia su recorrido como director con ‘Vieja loca’, un proyecto en el que se adivina la intención de explorar los límites de la convivencia entre generaciones, filtrada a través de los códigos del suspense y el desconcierto. Con un reparto encabezado por Carmen Maura, Daniel Hendler y Agustina Liendo, la película se inscribe dentro de una corriente reciente del cine hispano que utiliza el hogar como escenario de aislamiento y amenaza, con una producción a cargo de J. A. Bayona que refuerza su ambición industrial y su mirada hacia un público amplio. Mauregui, que ya había firmado guiones con tono áspero y realista, se mueve aquí en un terreno más cerrado, casi teatral, donde los personajes se convierten en catalizadores de un malestar compartido más que en simples protagonistas de un relato de terror.
El arranque sitúa al espectador en una noche lluviosa en la que el trayecto de una hija y la llamada inquieta de una madre marcan el compás de una historia que avanza entre la confusión y la sospecha. Alicia, la madre interpretada por Maura, encarna un tipo de figura doméstica distorsionada, incapaz de distinguir entre lo real y lo imaginado, mientras que Pedro, el excompañero de su hija, se convierte en visitante y rehén dentro de un espacio cargado de silencios y pequeñas amenazas. Lo que comienza como un favor banal acaba transformándose en una experiencia de encierro que pone a prueba tanto la paciencia como el equilibrio mental de quienes cruzan esa puerta.
A diferencia de otros títulos que recurren a la violencia explícita, Mauregui opta por una progresión más contenida, apoyada en la tensión de los diálogos y en la cadencia con que la cámara observa los gestos de sus intérpretes. La casa donde se desarrolla casi toda la acción actúa como un espejo del desorden emocional que atraviesa a sus personajes. El sonido constante de la tormenta, el uso de la penumbra y el ritmo pausado del montaje construyen una atmósfera densa que busca sumergir al espectador en un terreno donde lo cotidiano se torna incierto. Cada conversación entre Alicia y Pedro funciona como un pequeño duelo que combina ironía, miedo y desconcierto moral.
Carmen Maura sostiene la película con una presencia que combina fragilidad y autoridad. Su personaje parece al borde del colapso, pero conserva una lucidez inquietante que impide cualquier empatía cómoda. Hendler, por su parte, ofrece el contrapunto de un hombre común atrapado en una situación que le supera. Entre ambos se genera una tensión constante que mantiene el interés incluso cuando el guion se repliega sobre sí mismo. La tercera figura, Laura, interpretada por Liendo, actúa como nexo invisible entre los dos mundos: el exterior en movimiento y el interior dominado por la confusión.
El guion de Mauregui construye su relato sobre la ambigüedad de la memoria y la culpa. A través de pequeños detalles, una conversación repetida, un objeto fuera de lugar, un tono de voz que se altera, el espectador intuye un pasado compartido que nunca llega a aclararse del todo. Esa estrategia, más que generar suspense, invita a observar cómo la cordura se disuelve bajo la presión del aislamiento. La película prefiere insinuar antes que mostrar, lo que en ocasiones se traduce en una cierta frialdad que contrasta con la intensidad de las interpretaciones.
La influencia de Bayona se percibe en el cuidado formal: una fotografía sombría de Julián Apezteguia que otorga textura al espacio doméstico, una banda sonora de Pedro Osuna que refuerza el carácter opresivo sin recurrir a sobresaltos gratuitos y un diseño de producción que remite a la estética gótica contemporánea. Sin embargo, la narración mantiene un aire más austero, con una planificación que evita el efectismo visual. En su desarrollo se intuye el intento de equilibrar lo dramático y lo siniestro, aunque en ese empeño el relato pierde a veces intensidad y se vuelve previsible.
El tono de ‘Vieja loca’ remite a cierta tradición argentina de relatos familiares atravesados por el absurdo, pero Mauregui lo combina con la estructura del thriller psicológico. El resultado es un híbrido que oscila entre la sátira y el terror doméstico, sin decantarse plenamente por ninguno. Esa indefinición puede leerse como una decisión consciente: la locura de Alicia no se entiende solo como un desvarío individual, sino como síntoma de una sociedad que evita mirar de frente a su propia fragilidad. La película sugiere que la vejez, la soledad y la dependencia emocional pueden ser más inquietantes que cualquier elemento sobrenatural.
En el tramo central, el relato se concentra en la confrontación entre la mujer y su invitado. Los diálogos, cargados de insinuaciones, adquieren un tono de juego perverso que recuerda al teatro de cámara. Cada palabra se convierte en una trampa, cada silencio en una amenaza velada. Mauregui administra con habilidad los cambios de ritmo, pero la reiteración de los intercambios resta fuerza al desenlace. La sensación de clausura domina la puesta en escena, reforzando la idea de que la casa se ha convertido en una extensión del estado mental de Alicia.
El uso de la música del grupo Virus al comienzo introduce una nota irónica que funciona como anticipo del tono dual que recorrerá la película: un mundo donde la demencia convive con el humor involuntario, donde la ternura se mezcla con el peligro. Esa mezcla mantiene el interés hasta el final, aunque el cierre carece de la contundencia que se le presupone a una historia construida sobre el suspense. Mauregui parece más interesado en el retrato de los personajes que en la resolución del conflicto, lo que deja una sensación de contención que puede interpretarse como un signo de madurez o de timidez creativa.
Desde un punto de vista temático, ‘Vieja loca’ se adentra en el miedo a la pérdida del control, en el desconcierto que genera el deterioro mental dentro de la familia. La figura de la madre se erige como un espejo deformado de la responsabilidad filial, un territorio donde la compasión se transforma en terror. El film aborda ese dilema sin discursos ni moralinas, limitándose a observar la deriva de sus protagonistas con una mirada que combina cierta ternura con un distanciamiento calculado.
El estreno en el Festival de Sitges confirma la vocación de Mauregui por integrarse en un circuito de cine de género con ambición autoral. ‘Vieja loca’ se presenta como una obra modesta en recursos pero segura en su tono. En su mejor momento alcanza un equilibrio entre suspense y melancolía que la sitúa en un lugar propio dentro del panorama hispano actual. Puede que le falte riesgo, pero su solidez formal y la entrega de sus intérpretes la convierten en un debut que merece atención.
Sin grandes estridencias, la película propone una mirada serena sobre la locura y el aislamiento. Bajo la superficie del terror se esconde una reflexión sobre la vulnerabilidad y el peso de los lazos familiares, contada con una mezcla de contención y crudeza. Mauregui demuestra un interés por los detalles, por los rostros y los silencios, que deja entrever un futuro prometedor. En ese retrato de una madre desbordada y un visitante desconcertado se condensa una visión amarga de la convivencia y del paso del tiempo, donde cada palabra y cada sombra parecen arrastrar el eco de algo que se resiste a ser comprendido.