‘Un fantasma en la batalla’ llega firmada por Agustín Díaz Yanes después de varios años de silencio creativo. El director madrileño regresa con un largometraje que se adentra en los años más convulsos del terrorismo de ETA, a través de un relato policial que combina la ficción con materiales de archivo. El estreno, tras su paso por la Sección Oficial del Festival de San Sebastián, pone de nuevo a Díaz Yanes en el centro del debate cinematográfico nacional, con un proyecto que se mueve entre la reconstrucción histórica y la tensión del thriller.
El relato se sitúa a comienzos de los noventa, en un país marcado por atentados que golpeaban de manera constante la vida política y social. En ese escenario aparece Amaia, interpretada por Susana Abaitua, una joven guardia civil que asume la identidad de una infiltrada durante más de una década en los círculos cercanos a la banda. Su misión consiste en localizar depósitos de armas escondidos en el sur de Francia, al tiempo que mantiene una vida falsa entre simpatizantes y colaboradores de la organización. Este planteamiento articula una trama donde cada contacto, cada conversación y cada gesto se convierte en un riesgo calculado.
El guion opta por mostrar la evolución de Amaia como un proceso de desgaste personal. La agente se enfrenta a la renuncia de su identidad, a la construcción de una nueva biografía y a la obligación de mantener su papel frente a personas que sospechan de todo. Su contacto más cercano en la ficción es Begoña, una profesora interpretada por Iraia Elias, personaje que actúa como vía de acceso al núcleo duro de la organización. La relación entre ambas se convierte en el motor narrativo que mantiene en vilo al espectador, más allá de las escenas de acción o de persecución.
El reparto secundario completa un mosaico de figuras que acompañan o vigilan a la protagonista. Andrés Gertrúdix encarna al superior que dirige la operación, un hombre marcado por su experiencia en la lucha antiterrorista y por un carácter que mezcla frialdad y distancia. Raúl Arévalo aporta matices en un papel que representa la desconfianza interna, y Ariadna Gil refuerza la película con un rol que conecta directamente con la trayectoria previa del director, quien ya contó con ella en proyectos anteriores. El resultado es un elenco sólido, sin excesos interpretativos, pero ajustado a la atmósfera de amenaza constante que reclama la historia.
La dirección de Díaz Yanes evita un enfoque didáctico y apuesta por un ritmo pautado, casi clínico, en el que cada secuencia avanza con paso firme hacia un desenlace cargado de tensión. El cineasta introduce imágenes documentales de atentados y comunicados, que se entrelazan con la ficción sin romper la continuidad dramática. Esta combinación genera un efecto de verosimilitud, al recordar al espectador que lo que se observa en pantalla parte de una realidad reconocible para buena parte de la sociedad española.
Uno de los recursos más llamativos del largometraje es el uso de canciones italianas como medio de comunicación cifrado entre la protagonista y sus mandos. Este detalle introduce un contrapunto casi romántico frente a la dureza del entorno, y ofrece respiros sonoros en medio de un clima de tensión incesante. A ello se suma la inclusión de referencias a la poesía de William Butler Yeats, que conecta con la formación académica del personaje de Amaia y añade una capa literaria a su caracterización. Ambos elementos, música y poesía, funcionan como recordatorio de la vida que la agente deja atrás al sumergirse en la clandestinidad.
La fotografía de Paco Femenía aporta tonos apagados, acordes con la atmósfera sombría de una sociedad marcada por el miedo. El encuadre y la iluminación refuerzan esa sensación de vigilancia y encierro, mientras que la cámara se acerca a los rostros en momentos clave para transmitir la carga que soportan los personajes. Esa estética se combina con la música de Arnau Bataller, que mantiene la tensión sin caer en subrayados innecesarios.
En términos políticos, el film sitúa al espectador frente a un periodo reciente que todavía genera debate público. Díaz Yanes recurre a un punto de vista centrado en la labor de la Guardia Civil, alejándose de retratos corales o de interpretaciones más amplias del conflicto. Esa elección narrativa puede ser interpretada como una forma de poner en valor el sacrificio de quienes arriesgaron sus vidas en operaciones encubiertas. Sin embargo, también deja un espacio limitado a otras perspectivas sociales que coexistían en ese tiempo, lo que podría dar lugar a críticas sobre cierta simplificación en la representación de la complejidad del fenómeno.
La tensión del relato se sostiene a lo largo de sus 105 minutos, aunque el guion incorpora algunos elementos que generan debate. La condición de Amaia como traductora especializada en Yeats y la idea de transmitir mensajes mediante canciones italianas pueden parecer recursos forzados, casi caprichos de guionista, aunque su inserción dota de personalidad a la narración y rompe con el exceso de gravedad que podría lastrar la historia.
El largometraje se suma a una tradición cinematográfica española que ha abordado la violencia de ETA desde múltiples ángulos, desde el drama familiar de ‘Patria’ hasta el thriller de infiltración de ‘El Lobo’. En ese contexto, ‘Un fantasma en la batalla’ ofrece un acercamiento desde la figura de una mujer guardia civil, un enfoque menos transitado en la pantalla y que aporta frescura al género. La apuesta por una protagonista femenina también marca distancia respecto a las representaciones clásicas de agentes varones, lo que subraya la voluntad del director de ofrecer una mirada distinta dentro de un tema ampliamente tratado.
La película se estrena en salas españolas el 3 de octubre y llegará a Netflix el 17 del mismo mes, lo que garantiza una doble vida entre el circuito cinematográfico tradicional y el público global de la plataforma. Su llegada coincide con un momento en el que el recuerdo del terrorismo sigue presente, aunque cada vez más distante para las nuevas generaciones. En este sentido, la película actúa también como vehículo de memoria, sin abandonar su condición de entretenimiento de género.
‘Un fantasma en la batalla’ representa el regreso de Agustín Díaz Yanes con un proyecto que enlaza rigor histórico, suspense policial y personajes obligados a moverse en la penumbra. Con sus aciertos y sus decisiones discutibles, la película confirma la capacidad del director para construir relatos sólidos sobre un pasado reciente que sigue vivo en la conciencia colectiva.