En algún punto entre la frontera y la huida, entre la torpeza de quien se extravía y la calma de quien empieza a comprenderse, transcurre 'Un cabo suelto'. Daniel Hendler, más acostumbrado a los matices del actor que al trazo del director, construye aquí una historia que, sin grandilocuencias, se adentra en los márgenes de la comedia y el desencanto. El relato parte de una idea sencilla pero eficaz: un cabo de la policía argentina que, tras ser testigo de algo turbio, decide escapar a Uruguay. Esa decisión mínima abre un abanico de consecuencias que Hendler explora con paciencia, observando cómo el desplazamiento geográfico se convierte en una forma de desarraigo moral. La película avanza con una serenidad poco habitual, como si cada plano respirara el aire detenido de las rutas fronterizas.
Santiago Pallares, interpretado por Sergio Prina, es un hombre que se mueve con torpeza entre la huida y el desconcierto. Su cuerpo parece siempre fuera de lugar, cargando con un uniforme que ya no le pertenece. Hendler lo retrata sin victimismo: su historia no está hecha de épicas ni de derrotas, sino de una continua adaptación al entorno. En su recorrido conoce a Rocío, interpretada por Pilar Gamboa, una mujer que encarna la posibilidad de un nuevo comienzo. Sus encuentros, marcados por una torpeza encantadora, funcionan como espacios de respiro entre la tensión y el absurdo. Lo interesante de esta relación no es el amor en sí, sino el modo en que redefine la soledad del protagonista. Ella le ofrece un espejo desde el cual puede mirar sin miedo, aunque solo sea por un momento.
El guion, firmado también por Hendler, juega con los límites del género. A primera vista podría parecer un thriller o una comedia romántica, pero en realidad se sitúa en un territorio híbrido. El humor surge de lo cotidiano, de esas conversaciones intrascendentes que se vuelven significativas porque revelan cómo se enfrenta cada personaje a su propia fragilidad. La trama policial sirve de fondo para un estudio sobre la identidad: la fuga se convierte en metáfora del deseo de borrar el pasado y empezar de nuevo. En ese sentido, 'Un cabo suelto' dialoga con una larga tradición de relatos rioplatenses donde la ironía convive con la melancolía. Hendler se permite ralentizar el ritmo para que cada situación se asiente, para que las palabras y los silencios revelen algo más que la mera acción.
La película se apoya en una estructura flexible que alterna tiempos, recuerdos y escenas que se repiten con ligeras variaciones. Este vaivén no confunde, sino que refuerza la idea de que el protagonista vive atrapado entre lo que fue y lo que intenta ser. La dirección de Hendler opta por una puesta en escena sin artificios, confiando en la naturalidad de los actores y en la fuerza del paisaje. La fotografía de Gustavo Biazzi se detiene en los matices de la luz del litoral uruguayo, mientras que la música de Matías Singer introduce una melancolía que acompaña los desplazamientos del protagonista. Todo parece medido para que la historia fluya con la misma calma que el curso del río que separa ambos países.
Uno de los aciertos más evidentes del film es la forma en que retrata las diferencias culturales entre argentinos y uruguayos sin caer en la caricatura. Hendler muestra cómo los pequeños gestos —la manera de cebar el mate, la relación con la autoridad o la ironía en el habla— construyen una identidad. En esa observación hay una mirada política: la frontera, más que una línea divisoria, se convierte en un espacio compartido donde las costumbres se mezclan y las normas se diluyen. La película se permite ironizar sobre los prejuicios nacionales, revelando que la pertenencia es, al final, una construcción tan frágil como el propio personaje principal.
El personaje de Santiago representa a quien intenta desprenderse de una identidad impuesta. Su uniforme policial actúa como una segunda piel de la que cuesta deshacerse. Al perderlo, también pierde la seguridad que le otorgaba la estructura de poder a la que pertenecía. Su recorrido puede leerse como un viaje de desposesión, una caída controlada hacia la vulnerabilidad. Hendler, que ha explorado antes este tipo de personajes desajustados, evita el dramatismo para centrarse en los detalles: los silencios en una gasolinera, el sonido del viento en la carretera o la conversación trivial sobre el sabor del queso. Es en esos momentos mínimos donde la película adquiere su sentido.
La dirección apuesta por un tono sereno que rehúye la sobreexplicación. Hendler confía en la capacidad del espectador para acompañar el ritmo de la narración. Las pausas, los planos sostenidos y los diálogos aparentemente banales funcionan como una forma de resistencia frente al ruido del cine actual. No busca impactar, sino observar. Esta elección dota a 'Un cabo suelto' de una textura realista que encaja con su intención de mostrar el desconcierto de un hombre que, sin plan ni destino, se ve obligado a reinventarse. La película respira una sinceridad poco habitual, nacida de la convicción de que las pequeñas acciones también pueden tener peso narrativo.
La relación entre Santiago y Rocío, además de articular el eje emocional de la historia, introduce una lectura social clara. Ambos viven en los márgenes de un sistema que apenas ofrece oportunidades. Ella trabaja en un duty free, un espacio que simboliza el consumo constante; él representa a quien se ha quedado fuera del engranaje laboral y moral. Juntos conforman un retrato de una región donde la precariedad se ha vuelto paisaje. Hendler sugiere que el amor, o al menos la complicidad, puede ser una forma de resistencia ante ese desamparo cotidiano. Sin embargo, lo hace sin sentimentalismo, permitiendo que los personajes se contradigan y se equivoquen.
'Un cabo suelto' es también una película sobre el tiempo. Cada escena parece cuestionar la velocidad con la que vivimos. Hendler alarga los planos para que las miradas se crucen, para que las acciones se desarrollen sin prisa. Este ritmo pausado, que algunos podrían considerar un riesgo, resulta coherente con la historia que quiere contar. La huida del protagonista no se mide en kilómetros sino en la distancia que lo separa de lo que fue. La calma visual se convierte en un modo de reflexión sobre la identidad y la pertenencia, sin caer en moralismos ni sentimentalismos innecesarios.
Al finalizar, queda la sensación de haber acompañado a un hombre que se despoja de todo lo que le definía para quedarse con lo esencial: su capacidad de seguir caminando. 'Un cabo suelto' se convierte así en una observación sobre el cambio, sobre la necesidad de moverse para sobrevivir. Daniel Hendler filma con una claridad que rehúye los adornos y una mirada que combina humor, ternura y lucidez. Cada detalle, desde la textura del sonido hasta la elección de los silencios, contribuye a la creación de un relato que no pretende impresionar, sino comprender. En ese gesto radica la madurez de un director que ha aprendido a mirar sin exagerar, a narrar con equilibrio y a encontrar en lo mínimo una forma de verdad cinematográfica.
