La tercera temporada de ‘Tulsa King’ irrumpe en SkyShowtime con un nuevo tramo en la carrera televisiva de Taylor Sheridan, acompañado de Dave Erickson y con Terence Winter ya vinculado a la siguiente entrega. Sheridan, creador de un extenso universo televisivo en Paramount, ha reservado para esta ficción un registro distinto al de otras de sus producciones: menos anclado en epopeyas familiares y más dispuesto a mezclar los códigos del relato mafioso clásico con la iconografía del Medio Oeste. El resultado, en este tercer capítulo, combina el magnetismo de Sylvester Stallone con la presencia de Robert Patrick y Samuel L. Jackson, ampliando un reparto cada vez más poblado.
La acción se sitúa tras el abrupto cierre de la segunda temporada, cuando Dwight Manfredi fue interceptado por un equipo federal. Ese arranque marca el tono de los nuevos episodios: la amenaza de los organismos estatales se cruza con la ambición de expandir negocios que pretenden consolidar al protagonista en un territorio hostil. El guion articula desde el inicio un choque de intereses que no concede tregua, al tiempo que reconfigura la relación entre Dwight y sus aliados. Lejos de insistir en un esquema repetitivo, la temporada busca diversificar frentes y enfrenta al personaje con un rival de mayor calado: la familia Dunmire, clan de viejas fortunas con vocación de mantener el control sobre la región.
Robert Patrick encarna a Jeremiah Dunmire, figura áspera que combina la arrogancia de la riqueza heredada con un temperamento violento. El enfrentamiento se concreta en torno a una destilería de bourbon, heredada por los Montague, cuyo futuro se convierte en objeto de disputa. El paso de Dwight desde el cannabis hacia el alcohol destilado no resulta casual, pues enlaza con tradiciones ligadas al contrabando y a la historia del crimen organizado. Este cambio de escenario amplía las posibilidades dramáticas y brinda nuevas oportunidades para personajes secundarios como Mitch, Bodhi o Tyson, cada uno implicado en las ramificaciones de un imperio en ciernes.
La serie introduce, además, la figura de Russell Lee Washington, interpretado por Samuel L. Jackson, que se integra como viejo socio de Dwight y puente hacia un futuro derivado titulado ‘NOLA King’. Aunque su participación se dosifica en esta tanda de episodios, su mera presencia confirma la intención de Paramount de extender la franquicia. Ese movimiento industrial condiciona ciertos tramos narrativos, pero Sheridan logra mantener el foco en Tulsa y en el conflicto central con los Dunmire, evitando que el conjunto se diluya en exceso.
Stallone continúa siendo el centro absoluto. Su Dwight Manfredi conserva la rudeza de un mafioso clásico, pero también proyecta la figura de un hombre que busca consolidar un legado en un entorno adverso. La interpretación se apoya en una mezcla de carisma irónico y dureza física que sostiene la tensión de cada escena. Alrededor de él orbitan aliados que aportan matices: Mitch gana peso narrativo, Bodhi exhibe una versatilidad inesperada y Tyson se reafirma como compañero leal, aunque su juventud le expone a errores que amenazan la estabilidad del grupo. En conjunto, la dinámica interna resulta convincente y sostiene el interés a lo largo de los episodios.
La escritura combina episodios cofirmados por Stallone con guiones de Erickson, lo que genera un pulso variado en el desarrollo. Frente a los titubeos de la segunda temporada, ahora la trama arranca sin dilaciones y sitúa las piezas en movimiento desde el primer capítulo. Sin embargo, el incremento de personajes secundarios acarrea un riesgo evidente: la dispersión. No todos reciben el mismo nivel de atención y algunas líneas narrativas se resuelven de manera precipitada, con sensación de transitoriedad. Esa tendencia resta densidad a ciertos pasajes y plantea dudas sobre la capacidad de la serie para sostener tantas incorporaciones en futuras temporadas.
A pesar de esas irregularidades, la temporada consigue mantener un ritmo ágil. Sheridan y su equipo articulan un equilibrio entre escenas de violencia explícita y apuntes de humor que alivian la tensión. El humor surge, sobre todo, de la fricción entre el carácter anacrónico de Dwight y el entorno contemporáneo, recurso que Stallone maneja con naturalidad. Esa mezcla de dureza y sarcasmo constituye parte esencial del atractivo de la serie. La fotografía, rodada ahora en localizaciones alternativas a Oklahoma, conserva un aire urbano-rural que refuerza el contraste entre el protagonista y su entorno.
En el plano temático, la temporada insiste en la idea de construir una nueva familia en un territorio hostil. Dwight busca consolidar vínculos y negocios que trasciendan la lógica del crimen, pero cada intento de legitimidad se ve ensombrecido por enemigos que lo empujan de nuevo al conflicto. La presencia de los Dunmire introduce un debate implícito sobre herencias económicas y poder local, que se enmarca en la tradición del sur estadounidense. Ese trasfondo político se filtra en los enfrentamientos y dota de mayor espesor al relato.
Los seis primeros episodios muestran una estructura coherente, aunque con altibajos. El guion plantea un desenlace abierto a nuevas ramificaciones y deja entrever que la cuarta temporada asumirá el reto de integrar de nuevo a Winter en la escritura. Esa expectativa de continuidad explica la tendencia a sembrar tramas secundarias, algunas con desarrollo limitado. Sin embargo, la serie conserva su atractivo esencial: la mezcla de mafiosos italianos con paisaje de Oklahoma y un reparto de veteranos que sostienen el espectáculo.
En términos de dirección, nombres como Allen Coulter, Guy Ferland o Joshua Marston confirman la intención de ofrecer una factura televisiva solvente, sin artificios pero con un pulso narrativo eficaz. La violencia está filmada con crudeza y sin concesiones, mientras que las escenas de diálogo aprovechan el carisma de intérpretes como Patrick o Grillo. Ese contraste entre el golpe seco y la charla irónica constituye la seña de identidad de ‘Tulsa King’ en esta nueva etapa.
En definitiva, la tercera temporada se consolida como un paso adelante en la trayectoria de la serie, al mismo tiempo que revela limitaciones propias de una producción que busca prolongarse en exceso. Los guionistas han evitado repetir el error de alargar la introducción de conflictos, aunque arrastran el problema de saturar la pantalla con secundarios que apenas encuentran espacio. Con todo, la presencia de Stallone, el peso de Patrick como antagonista y la sombra de Samuel L. Jackson bastan para garantizar que ‘Tulsa King’ mantenga su atractivo en SkyShowtime y continúe como pieza clave del catálogo de Sheridan.