Siempre hay personajes televisivos que regresan para recordarnos que el pasado nunca se va del todo, que cada paso hacia adelante arrastra una sombra. ‘Tracker’ inicia su tercera temporada en Star Channel con ese tono de viaje interior disfrazado de persecución. La dirección de Elwood Reid decide reducir el ruido para mostrar lo esencial: un hombre que busca a otros mientras intenta encontrarse a sí mismo. La historia no se apoya en artificios ni en grandes gestos visuales, sino en la paciencia de una cámara que observa cómo Colter Shaw, interpretado por Justin Hartley, intenta reconstruir su vida tras descubrir que su madre pudo tener relación con la muerte de su padre. Esa revelación marca todo lo que sigue, como una herida que nunca cierra.
El arranque de temporada gira alrededor de dos capítulos, ‘The Process’ y ‘Leverage’, donde Colter se enfrenta a un sistema siniestro que obliga a personas corrientes a cometer actos atroces para proteger secretos. Este argumento, que mezcla el suspense clásico con un aire de paranoia moderna, sirve para exponer un dilema moral: hasta dónde se puede llegar cuando la supervivencia depende del silencio. Reid dirige con precisión, sin adornos, sosteniendo la tensión sobre los diálogos y los rostros. En ese entorno de vigilancia y amenaza, Jensen Ackles interpreta al hermano de Colter, Russell, cuya llegada devuelve al protagonista a un territorio incómodo. La relación entre ambos está cargada de afecto contenido y resentimiento, una mezcla que define buena parte del ritmo emocional de la serie.
El guion entiende que el conflicto principal no está en los casos, sino en lo que cada búsqueda provoca en Colter. Su trabajo como rastreador, lejos de ser una aventura de acción, se ha convertido en un modo de reparar su historia familiar. Cada persona desaparecida que encuentra representa una oportunidad de corregir lo que quedó roto en su propia casa. Esa lectura emocional otorga coherencia al conjunto y dota a la serie de una complejidad que en temporadas anteriores se insinuaba. Reid mantiene el esquema procedimental, pero introduce matices que enriquecen la figura del protagonista, alejándolo del héroe plano para presentarlo como un hombre que intenta sostener su ética en medio de la confusión.
El episodio ‘The Old Ways’ refuerza esta idea llevando la acción a Santa Cruz, donde Colter busca a un grupo de adolescentes desaparecidos. El caso se vuelve personal al aparecer el padre biológico de dos de ellos, un hombre inestable que despierta recuerdos dolorosos. A través de este encuentro, el protagonista revive la relación con su propio padre y comprende el vínculo entre autoridad, miedo y amor. El paisaje californiano se convierte en un reflejo de su estado interior: una naturaleza inmensa que parece a punto de engullirlo. La dirección aprovecha ese entorno para subrayar el peso del pasado y el desgaste emocional de un personaje que actúa más por necesidad que por vocación. Cada decisión se percibe como un intento de ordenar el caos que lleva dentro.
El reparto reducido funciona a favor de la serie. La desaparición de varios secundarios deja espacio para que los vínculos se desarrollen con más claridad. Reenie Greene, interpretada por Fiona Rene, se consolida como la figura que equilibra a Colter: representa la parte racional del trabajo, la voz que le recuerda que cada caso tiene consecuencias reales. Su relación mantiene una tensión que no necesita romanticismo para resultar interesante; basta la complicidad que surge entre dos personas que comparten una carga profesional y emocional. Randy, el ayudante técnico que sustituye al anterior informático, aporta frescura y sentido práctico, aliviando el dramatismo sin romper la coherencia del tono general. Esa contención hace que todo encaje mejor, con menos dispersión y más cohesión narrativa.
En lo visual, ‘Tracker’ apuesta por la sobriedad. La fotografía usa tonos fríos y luz natural para acentuar la sensación de itinerancia, de un viaje constante por territorios desconocidos. La cámara evita el artificio y se detiene en los gestos pequeños, en los silencios, en la fatiga de un hombre que se pasa la vida buscando. Reid dirige con una mirada más cercana a la de un artesano que a la de un esteta, confiando en la fuerza del relato más que en la espectacularidad. Esa decisión la emparenta con producciones como ‘Longmire’ o ‘Justified’, donde el paisaje y la ética se entrelazan para hablar del desarraigo americano. Aquí, el terreno abierto de las carreteras y los bosques sirve como metáfora del vacío que deja la pérdida.
El eje moral de la serie se sostiene sobre una idea clara: encontrar a otros no garantiza la salvación propia. Colter, que dedica su vida a rescatar personas, vive atrapado en la imposibilidad de rescatarse. La tercera temporada explora esa contradicción sin sentimentalismo, con un tono seco que refleja el desgaste de quien ha visto demasiado. Las desapariciones que investiga funcionan como retratos de una sociedad desconectada, donde cada individuo se enfrenta solo a sus fantasmas. En ese contexto, el protagonista encarna un tipo de héroe incómodo, más cercano al testigo que al salvador. Su lucha no es contra el crimen, sino contra el abandono y la culpa, dos fuerzas que parecen impregnar todo lo que toca.
‘Tracker’ también sugiere una lectura política discreta. La figura de Colter se mueve fuera de las instituciones, en los márgenes del sistema, donde la ley se percibe insuficiente. Su trabajo revela las grietas de un país que confía más en la iniciativa individual que en el apoyo colectivo. Reid plantea así una reflexión sobre la soledad contemporánea, sobre la precariedad afectiva y moral que deja un modelo social basado en la autosuficiencia. El personaje se convierte en un símbolo de esa generación que intenta reparar los daños heredados, mientras carga con un pasado que nunca pidió. El drama familiar y los casos semanales se cruzan para construir un retrato coherente de ese malestar cotidiano que, sin aspavientos, define nuestra época.
Esta nueva temporada de ‘Tracker’ confirma que la televisión en abierto todavía puede ofrecer relatos sólidos y con carácter. Elwood Reid demuestra que el formato procedimental no está reñido con la ambición narrativa si se aborda con precisión y propósito. La serie mantiene el pulso del thriller, pero lo usa como vehículo para examinar emociones concretas: la culpa, la pérdida, la responsabilidad y la necesidad de redención. Colter Shaw ya no es solo un rastreador de personas; se ha convertido en un intérprete de la fragilidad ajena. Su viaje no apunta a la gloria ni al heroísmo, sino al intento de comprender el dolor como parte inevitable del camino. En esa mirada contenida y sincera se encuentra la madurez de ‘Tracker’.
