El sonido metálico de una puerta cerrándose bajo un fluorescente tembloroso inaugura 'Tormento', y desde ese instante Olallo Rubio propone un viaje al interior de una mente que se descompone a la misma velocidad que los cuerpos que custodia su protagonista. El cineasta mexicano abandona sus discursos políticos para levantar una ficción que funciona como espejo del remordimiento. Aquí no interesa el comentario social directo, sino el pulso de la culpa cuando se queda sin escapatoria. La morgue donde ocurre la historia no es solo escenario, sino organismo vivo, un espacio que respira con cada plano y que acaba devorando la voluntad de Brenda, la vigilante que intenta sobrevivir a una noche que no termina nunca. Desde la primera secuencia, la dirección de Rubio impone un ritmo que oprime, con una cámara que persigue la respiración y la fatiga, apostando por una narrativa que se siente encerrada en sí misma, igual que su protagonista.
Brenda, interpretada por Natalia Solián, atropella a un peatón al quedarse dormida al volante y huye sin mirar atrás. Esa decisión marca el inicio de un suplicio que transforma lo real en pesadilla. Cuando llega a su nuevo puesto en una morgue abandonada del Centro Médico, todo lo que parecía rutinario empieza a deformarse. El sonido de un tubo que gotea, un golpe en la distancia, la sensación de ser observada: cada detalle cotidiano se convierte en amenaza. Rubio juega con la repetición de gestos y situaciones para construir una atmósfera enfermiza. La protagonista revisa pasillos, abre puertas idénticas y se encuentra una y otra vez con las mismas sombras. Esa circularidad convierte el relato en una especie de purgatorio, donde el castigo no depende de lo sobrenatural, sino del recuerdo que no se puede borrar. En esa estructura de bucle se adivina la intención del director de filmar la conciencia como un espacio físico, donde la culpa se mide en metros de pasillo y no en minutos de relato.
La elección de Solián es decisiva. La actriz se apropia de la cámara y convierte el cansancio en lenguaje. Cada movimiento suyo transmite una mezcla de agotamiento y resistencia, como si el cuerpo intentara escapar de su propio remordimiento. La interpretación se apoya en gestos mínimos y miradas que apenas sostienen el plano. Su trabajo transmite la densidad de un personaje que intenta mantenerse en pie mientras todo lo que la rodea se desmorona. Rubio la filma desde la cercanía, dejando que el rostro se vuelva un campo de batalla entre el miedo y la culpa. El silencio domina la mayor parte del metraje y obliga a que la tensión se sostenga en la respiración. La ausencia de diálogo refuerza la sensación de aislamiento y da protagonismo al entorno: los ruidos de la morgue se convierten en una forma de voz, y el eco de cada paso devuelve la idea de que el castigo más cruel es escucharse a una misma en medio de la oscuridad.
El trasfondo moral de 'Tormento' se sostiene sobre una cita bíblica que abre la película, donde se insinúa que el pecado y la redención son el eje de la historia. Rubio no se apoya en la religión como refugio, sino como estructura narrativa que enmarca el arrepentimiento. El personaje de Brenda vive una penitencia física: los pasillos sustituyen a los rezos y los cadáveres actúan como testigos de una conciencia que no cesa de reclamar justicia. Cada aparición del hombre atropellado es un recordatorio visual de su falta, una encarnación del castigo que se impone a sí misma. El terror se desarrolla sin trucos, sin monstruos externos. El enemigo es interno, una sombra que la sigue incluso cuando despierta. La película logra transmitir esa sensación de culpa persistente que se mezcla con lo sobrenatural hasta que ambas cosas son indistinguibles.
La puesta en escena juega un papel esencial. Rubio utiliza la luz como una forma de opresión: los espacios apenas se iluminan y las sombras dominan la composición. Emiliano Villanueva, responsable de la fotografía, apuesta por contrastes duros y una paleta que amplifica el deterioro. La morgue parece un lugar suspendido en el tiempo, como si el temblor que la destruyó en 1985 continuara vibrando en sus paredes. El director filma esos espacios con respeto casi arqueológico, convirtiéndolos en vestigios de una ciudad que guarda sus fantasmas en sótanos olvidados. En esa textura de ruina se percibe una lectura más amplia: el horror individual de Brenda refleja una sociedad acostumbrada a esconder sus cadáveres, tanto físicos como simbólicos. El miedo personal se transforma así en una metáfora del miedo colectivo, de un país que vive entre escombros emocionales y morales.
La banda sonora, compuesta por silencios rotos y ruidos industriales, estructura la tensión de la película. Rubio utiliza el sonido como un instrumento narrativo que sustituye la palabra. El eco metálico del edificio, los golpes secos o el ruido de un motor en la distancia son los que dictan el ritmo. Esa insistencia en lo auditivo conecta con una concepción del cine de terror más atmosférica, menos interesada en el sobresalto y más en la construcción de un entorno mental. La dirección busca que el espectador sienta la fatiga de la protagonista, su respiración entrecortada, el peso de la culpa que no la deja dormir. En ese sentido, 'Tormento' comparte afinidades con el terror psicológico de autores como Kiyoshi Kurosawa, que entienden el miedo como una extensión de la soledad.
Los vínculos familiares aportan otro eje de lectura. Brenda mantiene con su madre una relación marcada por la distancia y los reproches. Las llamadas telefónicas entre ambas son breves, frías, cargadas de una incomodidad que la protagonista intenta compensar con gestos rutinarios. Esa figura materna se convierte en una representación de la seguridad que ya no existe. Cuando la protagonista busca refugio en esa voz, lo hace desde la desesperación, como si creyera que la familia pudiera salvarla de un castigo que solo pertenece a su conciencia. Rubio introduce así una reflexión sobre la herencia moral: los vínculos no se rompen, se distorsionan. La madre, sin entenderlo, se convierte en el último eco de un pasado que Brenda ya no puede reconstruir.
La segunda mitad del filme intensifica la sensación de encierro. La protagonista confunde sueño y vigilia, y cada secuencia repite el mismo ciclo de persecución y huida. El montaje refuerza esa idea con cortes que simulan falsos despertares, obligando al espectador a compartir su desorientación. La trama no busca explicación racional, sino un tránsito emocional donde la realidad se disuelve. La morgue, con sus camillas oxidadas y luces parpadeantes, se transforma en un laberinto del subconsciente. El miedo deja de depender del susto y se convierte en una forma de espera. La tensión se acumula hasta llegar al clímax, donde la protagonista se ve frente a su propio cuerpo inmóvil. Ese plano final cierra el círculo del castigo: Brenda se enfrenta a la imagen que intentó borrar, y con ella termina su resistencia.
'Tormento' se siente como un ejercicio de estilo, pero también como una declaración de intenciones de su director. Rubio renuncia al discurso explícito y se adentra en un territorio donde el terror funciona como espejo moral. La película no se contenta con provocar miedo, busca incomodar desde el reconocimiento de las propias faltas. Su protagonista encarna una culpa que se vuelve materia física, visible y audible. La historia, más que sobre fantasmas, trata sobre la imposibilidad de escapar de uno mismo. Ese planteamiento le otorga una densidad que trasciende el género y la sitúa en la línea de un cine mexicano que se atreve a convertir el remordimiento en protagonista. A través de su frialdad visual, su ritmo controlado y la intensidad de Natalia Solián, 'Tormento' se consolida como un retrato sombrío sobre la responsabilidad, el castigo y la resistencia interior, una película que observa el miedo desde la culpa y no desde la amenaza exterior.
