Cine y series

The Smashing Machine

Ben Safdie

2025



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Entre 1997 y 2000, el universo de las artes marciales mixtas dio un salto desde la clandestinidad a la profesionalización, en una etapa marcada por la confusión normativa, los abusos físicos y la precariedad de sus protagonistas. Dentro de ese escenario emerge ‘The Smashing Machine’, dirigida por Ben Safdie, que reconstruye la trayectoria de Mark Kerr, luchador que encarna el precio de la ambición en una disciplina aún en formación. Safdie se aproxima a su figura con un tono austero, recurriendo a una narrativa que mezcla biopic y drama deportivo sin ceder espacio a concesiones sentimentales.

La película sitúa al espectador en los combates de Pride Fighting Championships en Japón y en los circuitos estadounidenses, donde Kerr empieza a destacar como una fuerza casi imparable. La cámara se detiene tanto en el ring como en los espacios privados, lugares donde se revelan las tensiones de su adicción a los analgésicos y la frágil relación con Dawn Staples, interpretada por Emily Blunt. En este retrato, el director prefiere los contrastes antes que la exaltación: la potencia física frente a la fragilidad personal, la gloria pública frente al aislamiento íntimo.

Dwayne Johnson sorprende al desprenderse de su imagen habitual. Su trabajo en este filme evita cualquier atisbo de autoparodia y logra que Kerr aparezca como un hombre contradictorio, calmado en apariencia pero atravesado por tensiones constantes. Los silencios, las miradas esquivas y la torpeza social aportan matices que rara vez se habían visto en su filmografía. No se trata de un simple cambio físico mediante prótesis o maquillaje, sino de una entrega actoral que encuentra sentido en los detalles más cotidianos: la forma de caminar tras un combate, la dificultad para mantener una conversación trivial o la incomodidad de encajar en un entorno que lo idolatra tanto como lo margina.

Emily Blunt encarna a Dawn con una mezcla de fragilidad y agresividad que dinamita cualquier tópico del género. Su personaje no se limita a ser un sostén abnegado, sino que introduce un componente de inestabilidad que intensifica los conflictos de Kerr. Las discusiones entre ambos alcanzan una tensión que recuerda más al drama doméstico que a la fórmula deportiva, lo que convierte a la pareja en un centro narrativo tan relevante como los combates. En ese sentido, Safdie rompe con los clichés habituales y coloca la vida privada en el mismo nivel que los logros competitivos.

Ryan Bader, luchador en la vida real, aporta verosimilitud como Mark Coleman, compañero y rival de Kerr. Su presencia transmite cercanía y refuerza el trasfondo histórico del relato, al mismo tiempo que subraya la camaradería ambigua de un deporte donde la amistad se cruza con la violencia. También destacan las breves apariciones de atletas como Oleksandr Usyk o Satoshi Ishii, que sirven para vincular la película a la memoria del propio circuito deportivo.

Visualmente, ‘The Smashing Machine’ se apoya en una textura granulada que recuerda al cine de los noventa y que refuerza la sensación de archivo recuperado. La elección del celuloide de 16 mm aporta densidad a los combates y otorga al filme una apariencia cercana al documental, algo coherente con su origen en la pieza de 2002 que narraba la vida de Kerr. El vestuario y la ambientación recrean con precisión los códigos estéticos de esa época, desde los pantalones ajustados hasta las luces artificiales de los gimnasios japoneses, otorgando al espectador un viaje temporal sin fisuras.

El montaje alterna enfrentamientos en el ring con momentos de quietud en espacios reducidos, construyendo un ritmo irregular que busca reflejar los altibajos de Kerr. Sin embargo, esa estructura puede transmitir cierta dispersión, como si la película se resistiera a cerrar un arco definido. Safdie evita deliberadamente la fórmula de ascenso, caída y redención, y en su lugar propone una deriva marcada por repeticiones y estancamientos. Esa elección dota de coherencia a la representación de la dependencia química y la autodestrucción, aunque también puede generar sensación de vacío narrativo en determinados tramos.

En el trasfondo late un retrato político del deporte de combate en los albores de su consolidación. ‘The Smashing Machine’ recuerda que quienes cimentaron el éxito multimillonario de la UFC lo hicieron en condiciones de precariedad, con escasa protección médica y un reconocimiento mínimo. Safdie vincula el drama personal de Kerr con el sacrificio colectivo de una generación de luchadores que convirtieron su cuerpo en moneda de cambio, en un momento en que el negocio aún no garantizaba seguridad ni prestigio duradero.

El cierre del filme subraya esa idea al situar a Kerr como figura olvidada en la historia de un espectáculo que se enriqueció con su entrega física. El director evita convertirlo en héroe intachable o villano autodestructivo: lo muestra como un hombre atrapado en contradicciones, cuyo legado se sitúa entre la admiración y la marginación. Esa ambivalencia encierra el verdadero interés de la película, más allá de las escenas de combate o de la transformación de Johnson.

‘The Smashing Machine’ se presenta, por tanto, como una obra que analiza los claroscuros del deporte y del estrellato en un momento clave de transición. Safdie se arriesga al plantear un relato que no busca consuelo, sino una exposición fría y a veces incómoda de lo que supone entregarse a una disciplina extrema. En esa crudeza reside su valor, acompañado de una interpretación que abre un camino distinto para la carrera de Johnson y de un retrato social que recuerda cómo el entretenimiento globalizado se cimenta sobre trayectorias personales marcadas por la fragilidad y el sacrificio.

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