Cine y series

Sueños de trenes

Clint Bentley

2025



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El sonido del viento entre los árboles y el crujido del metal al clavarse en la tierra acompañan los primeros minutos de ‘Sueños de trenes’, película dirigida por Clint Bentley y disponible en Netflix. El relato se construye desde la calma, con un ritmo que parece seguir la respiración del protagonista, Robert Grainier, un trabajador del ferrocarril en el noroeste de Estados Unidos a comienzos del siglo XX. Bentley plantea una mirada limpia sobre un tiempo en que el progreso arrasaba con todo lo que encontraba a su paso, sin convertir la historia en un discurso moral, sino en una observación atenta de la vida de un hombre atrapado entre la necesidad de avanzar y la nostalgia por lo que desaparece. Cada plano parece buscar esa mezcla de esfuerzo y resignación que define una época en la que la industria empezaba a devorar la naturaleza. La dirección, apoyada por la fotografía de Adolpho Veloso, da forma a una narración que se mueve entre lo íntimo y lo histórico, siempre sin prisas y con una claridad poco habitual en el cine actual.

Robert, interpretado por Joel Edgerton, es un hombre marcado por el trabajo y la pérdida. Su cuerpo y su silencio expresan más que cualquier diálogo. Bentley y el coguionista Greg Kwedar presentan a un personaje que vive sin grandes gestos, alguien que simplemente continúa, porque detenerse equivaldría a desaparecer. A su lado, Gladys, encarnada por Felicity Jones, representa una esperanza doméstica que apenas puede sostenerse. La historia entre ambos se desarrolla en gestos contenidos y miradas que resumen el afecto sin convertirlo en sentimentalismo. Cuando la tragedia golpea y el fuego arrasa su hogar, lo que queda no es el dolor explícito, sino una aceptación seca, casi física, de que el mundo sigue su curso. Esa forma de narrar, sin adornos ni dramatismo innecesario, permite que el espectador entre en el relato con la sensación de estar acompañando a los personajes, no observándolos desde lejos.

El guion desarrolla el paso del tiempo como una corriente que todo lo arrastra. A través de la vida de Robert se muestra la transformación de un país, la desaparición de los bosques, la violencia laboral y racial, y la imposición del progreso como única fe posible. La secuencia en la que un trabajador chino es expulsado por sus compañeros es clave para entender la dimensión política de la película: allí se revela la construcción de una nación sobre la exclusión, la jerarquía y el miedo. Bentley no convierte este hecho en una denuncia frontal, pero lo deja flotar como una sombra constante. Desde entonces, el protagonista vive cargado con una culpa muda que le acompaña incluso en los momentos más serenos. Esa tensión moral es el eje de la historia, una idea de culpa que se refleja en la forma en que el personaje mira el mundo y lo habita.

La naturaleza en ‘Sueños de trenes’ actúa como un espejo del ánimo del protagonista. Los planos de Veloso, dominados por la luz de atardeceres que parecen interminables, ofrecen una sensación de quietud que, sin embargo, encierra una violencia latente. El bosque se convierte en un espacio que protege y amenaza al mismo tiempo. Bentley no idealiza ese entorno, muestra el trabajo de tala con un realismo físico que recuerda al cine de Kelly Reichardt, pero con una sensibilidad más terrenal. Cada tronco caído, cada golpe de hacha, parece un recordatorio de que toda construcción implica una pérdida. La belleza de la película no reside en sus paisajes, sino en cómo muestra que el hombre y la tierra comparten el mismo destino: ambos se desgastan, ambos terminan desapareciendo sin que nadie lo repare.

Arn Peeples, interpretado por William H. Macy, es el compañero de oficio que introduce una mirada más reflexiva. Su ironía frente al trabajo, su manera de entender la naturaleza como algo vivo y herido, aporta un contrapunto ético que da profundidad al relato. Frente a él, Robert representa la aceptación muda, esa forma de seguir adelante incluso cuando ya nada tiene sentido. Las conversaciones entre ambos, cortas pero intensas, son los momentos donde la película deja asomar su dimensión más filosófica. Lo que se transmite es la idea de que el trabajo no es solo supervivencia, sino también una manera de sostener un orden precario en medio del caos.

Cuando el incendio destruye la casa de Robert y Gladys, la historia cambia de tono. La luz se apaga y el relato se adentra en una etapa marcada por la pérdida. Es entonces cuando aparece Claire, interpretada por Kerry Condon, una mujer que entiende el dolor como parte inevitable de la existencia. Su encuentro con Robert no busca la redención, sino la posibilidad de compartir la soledad. En esa relación, la película se vuelve más humana y más directa. Ambos personajes representan distintas formas de adaptación a la pérdida, y el director las filma con una serenidad que refuerza la idea de que la vida continúa incluso en los márgenes del desamparo.

El paso de los años se muestra a través de la disolución del tiempo. El montaje de Parker Laramie construye una sensación de continuidad constante: las estaciones cambian, los cuerpos envejecen, pero el paisaje permanece. La música de Bryce Dessner aporta un tono melancólico que sostiene la narración sin imponerse sobre las imágenes. Bentley utiliza todos estos elementos para crear una atmósfera que transmite la vida de un hombre corriente atrapado en la transformación de su época. El resultado es una película que habla de la resistencia silenciosa, del trabajo como condena y refugio, y de la imposibilidad de escapar del paso del tiempo.

El final de ‘Sueños de trenes’ condensa todo su significado. Robert contempla un territorio arrasado, un paisaje que ya no pertenece a nadie, y su mirada resume una existencia entera. No hay redención ni castigo, solo la constatación de que todo esfuerzo deja una huella que se borra con la misma facilidad con la que se grabó. Bentley convierte esa escena en un cierre que respira serenidad, sin promesas ni consuelos. Lo que queda es la sensación de haber asistido a la historia de un hombre que vivió como tantos otros, anónimo pero digno, y cuya vida, al fin y al cabo, se confunde con la tierra que ayudó a transformar.

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