Un hospital desierto a las afueras de Oregón sirve como arranque para ‘Strangers: Capítulo 2’, segunda entrega del proyecto orquestado por Renny Harlin que busca articular una trilogía completa en apenas unos meses de rodaje. La apuesta resulta singular dentro del panorama del terror contemporáneo: filmar tres piezas consecutivas que se estrenan por separado con la intención de generar una continuidad artificialmente planificada. En este marco, la labor de Harlin consiste en levantar un relato intermedio que alimente la tensión sin cerrar del todo la historia.
El guion escrito por Alan R. Cohen y Alan Freedland sitúa a Maya, interpretada por Madelaine Petsch, en un entorno marcado por la desconfianza. Tras sobrevivir a los ataques iniciales relatados en la primera parte, la joven permanece herida en una clínica rural hasta que los enmascarados regresan para terminar su tarea. El punto de partida es directo y busca colocar al espectador dentro de un engranaje de persecuciones que apenas concede respiro. Desde ese instante, la narración avanza como una sucesión de huidas, encuentros imprevistos y un aire permanente de amenaza.
La elección de Petsch como protagonista funciona como motor narrativo. La actriz encarna a una mujer en estado de alerta constante, obligada a sostener la tensión física de cada secuencia. Su rendimiento aporta intensidad en escenas de lucha cuerpo a cuerpo y dota al film de un centro reconocible. Aun así, la dirección de Harlin parece confiar en exceso en la resistencia de su intérprete y descuida un entramado dramático que dé peso a la persecución. La película se convierte entonces en una carrera prolongada que acumula obstáculos sin desarrollar vínculos sólidos entre los personajes secundarios.
El traslado de la acción desde el espacio cerrado del hospital hasta los bosques de Oregón ofrece un cambio de escenario que pretende enriquecer la puesta en escena. Harlin introduce planos amplios que contrastan con la oscuridad de los pasillos médicos y utiliza la naturaleza como un terreno hostil en el que Maya debe enfrentarse a elementos tan inesperados como un ataque animal digitalizado. La secuencia con un jabalí generado por ordenador ilustra la tendencia del director a recurrir a giros exagerados que descolocan el tono. Más que aportar variedad, interrumpen la tensión que debería mantenerse constante.
El trío de enmascarados Dollface, Man in the Mask y Pin-Up Girl conserva su condición de amenaza persistente, aunque el guion opta por introducir destellos de pasado. A través de flashbacks y apuntes narrativos se insinúa un origen que busca justificar sus acciones. Esta decisión entra en conflicto con la esencia de la saga, construida en torno a la arbitrariedad de la violencia. Al dotar de biografía a los agresores, el relato resta fuerza al impacto inicial y abre un debate innecesario sobre motivaciones que jamás habían sido parte del atractivo principal.
La producción evidencia los riesgos de rodar una trilogía en bloque con plazos reducidos. El montaje transmite irregularidad y en ocasiones da la impresión de que varias secuencias se conciben únicamente como nexo hacia la siguiente entrega. El propio Harlin, veterano de títulos de acción y terror de las décadas pasadas, despliega aún cierta pericia técnica en el uso de la cámara durante las persecuciones, con travellings fluidos y cambios de ritmo que incrementan la tensión. Sin embargo, la ausencia de un pulso narrativo sostenido acaba lastrando la película, que se resiente de su condición de capítulo intermedio.
La ambientación en un pueblo ficticio de Oregón aporta un telón de fondo cargado de aislamiento. Las carreteras vacías, los edificios abandonados y la hostilidad de los habitantes refuerzan la sensación de encierro en un territorio donde nadie resulta digno de confianza. Este clima se alinea con cierta tradición del terror rural estadounidense, donde comunidades apartadas sirven como escenario perfecto para subrayar la vulnerabilidad del forastero. Harlin intenta apoyarse en esa tradición, aunque lo hace sin profundizar en la idiosincrasia del entorno ni en sus implicaciones sociales, quedándose en una aproximación superficial.
El filme busca sorprender con un tono de survival thriller, alejándose del esquema clásico de invasión doméstica. La huida de Maya a través de la naturaleza permite incorporar recursos del cine de aventuras de resistencia física, aunque sin desprenderse del todo de los códigos del slasher. Ese híbrido, en teoría atractivo, termina generando una sensación de dispersión que afecta al conjunto. El resultado se asemeja a una colección de episodios inconexos, donde cada obstáculo funciona como un nivel dentro de un videojuego más que como parte de una narración cohesionada.
Madelaine Petsch carga con la película en prácticamente todo momento, y su trabajo físico ofrece credibilidad dentro de un relato que se sostiene por la intensidad de las persecuciones. La actriz entrega un esfuerzo apreciable, aunque los personajes que la rodean carecen de relieve. El sheriff interpretado por Richard Brake aparece con fuerza escénica pero sin un desarrollo consistente, lo que limita el alcance dramático de sus intervenciones. Del resto de figuras apenas quedan esbozos, utilizados como piezas descartables para mantener la tensión en cada secuencia.
La segunda parte de la saga funciona en gran medida como un tránsito hacia la conclusión que se avecina en el tercer capítulo. Esa condición la vuelve insatisfactoria como pieza independiente, pues renuncia a un cierre propio y confía en un desenlace aún por venir. Esta estrategia responde a una lógica industrial que prioriza la serialización frente al valor de cada entrega. Para el espectador, el resultado transmite una impresión de desgaste, con la sensación de asistir a un proyecto pensado más como producto que como narración completa.
‘Strangers: Capítulo 2’ queda así como un eslabón irregular dentro de la trilogía que Harlin pretende consolidar. Presenta algunas escenas de persecución efectivas y una protagonista entregada, pero tropieza en su intento de ampliar el trasfondo de los agresores y sacrifica coherencia a cambio de mantener vivo el suspense hacia la tercera entrega. El film ilustra los riesgos de dividir un guion excesivamente extenso en varias piezas sin que cada una conserve entidad propia. Entre carreras por hospitales vacíos, huidas por bosques interminables y guiños a futuros desenlaces, la propuesta de Harlin revela más sus costuras que sus aciertos.