Cine y series

Slow Horses

Will Smith

2025



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Un grupo de espías relegados a una oficina gris en Londres se ha convertido en una de las propuestas más estables del catálogo de Apple TV+. ‘Slow Horses’, que adapta las novelas de Mick Herron, regresa con su quinta temporada bajo la supervisión de Will Smith como creador y showrunner. Esta nueva entrega llega marcada por el reto de continuar un trayecto de varios años sin desgastar la frescura de su fórmula, y lo hace colocando en primer plano a personajes que hasta ahora se habían mantenido en segundo plano. La narrativa arranca en un contexto político turbulento, con una campaña electoral para la alcaldía de Londres como telón de fondo, y combina sátira política con un humor irreverente que define desde su inicio el tono de toda la serie.

La figura central de esta temporada es Roddy Ho, interpretado por Christopher Chung, cuya torpeza arrogante se convierte en el eje de varios giros narrativos. Un misterioso accidente y la irrupción de una pareja sentimental poco creíble arrastran al hacker a un terreno de sospechas en el que sus compañeros perciben riesgos que él se niega a aceptar. Este desplazamiento del foco hacia un personaje tan caricaturesco introduce un aire más ligero, aunque no por ello menos inquietante, dentro de una serie acostumbrada a cruzar la sátira con tramas de conspiración.

La campaña electoral que sirve de escenario principal se presenta con candidatos reducidos a caricaturas políticas fácilmente reconocibles. Nick Mohammed interpreta a un alcalde en funciones que se limita a repetir un eslogan absurdo, mientras su contrincante refleja un populismo estridente que resuena con debates reales del Reino Unido contemporáneo. Esta construcción permite que la ficción enlace violencia política con escenas absurdas, como la inclusión de pingüinos en medio de un conflicto. El guion abraza esa contradicción deliberada, planteando un retrato de un país sumido en tensiones y contradicciones sin abandonar su apuesta cómica.

El personaje de Jackson Lamb, encarnado por Gary Oldman, se mantiene como la brújula de la serie. El jefe de Slough House sigue desplegando su sarcasmo corrosivo mientras se enfrenta a la rigidez de Diana Taverner, interpretada por Kristin Scott Thomas, y a la fragilidad de Claude Whelan, un superior incapaz de controlar la situación. Las interacciones entre Lamb y el resto del equipo son un espectáculo de frases afiladas y cinismo que en esta temporada alcanza un tono aún más ácido. Oldman, ya consagrado en el papel, aporta una energía que equilibra los momentos de caos con la sensación de que todo se sostiene gracias a su control soterrado.

River Cartwright, encarnado por Jack Lowden, aparece con menos peso narrativo en comparación con temporadas previas. Su rol se ve eclipsado por Shirley Dander, interpretada por Aimee-Ffion Edwards, que atraviesa un duelo tras la pérdida de su compañero Marcus. Su vulnerabilidad, acompañada de una adicción que complica su desempeño, ofrece los momentos más tensos, en los que la sátira se disuelve en escenas de mayor crudeza. Shirley funciona como contrapunto a la ligereza de Roddy Ho, aportando un equilibrio que refuerza la tensión dramática del conjunto.

Otros miembros del reparto ganan terreno en esta temporada. Tom Brooke, en la piel de JK Coe, pasa de personaje de fondo a convertirse en uno de los responsables de las escenas más memorables. Su humor lacónico se combina con la torpeza de River para producir una de las secuencias más celebradas del año, un episodio que juega con un simple bote de pintura y demuestra cómo la serie sabe convertir lo banal en un recurso narrativo eficaz.

La puesta en escena mantiene un ritmo ágil durante los seis episodios que componen esta entrega. El guion no se detiene en explicaciones innecesarias, prefiere situar al espectador en medio de acontecimientos desconcertantes que se resuelven a través de giros rápidos. Esta estrategia refuerza la sensación de caos organizada que define el espíritu de Slough House: espías que actúan por accidente, improvisando soluciones y tropezando en cada paso, pero que terminan revelando más eficacia de la que aparentan.

La sátira política de esta temporada resulta especialmente llamativa. La serie aprovecha la ficción electoral para ridiculizar discursos populistas y exponer cómo la retórica vacía convive con amenazas reales. Esa combinación de farsa y tragedia se convierte en el motor de una trama que se atreve a alternar un tiroteo en plena campaña con un ataque absurdo a los animales de un zoológico. Lo que podría parecer incoherente se integra en el estilo de ‘Slow Horses’, que desde su inicio ha trabajado con el contraste entre lo ridículo y lo violento.

En el apartado interpretativo, la serie refuerza su prestigio. Oldman consolida un personaje que podría resultar excesivo en otras manos, pero que aquí funciona como un equilibrio entre sarcasmo y autoridad. Kristin Scott Thomas, aunque con menos presencia, mantiene su aura de frialdad implacable. Christopher Chung se adueña de la temporada con un Roddy Ho patético y encantado de sí mismo, y Aimee-Ffion Edwards construye un personaje dañado que aporta gravedad al relato. Cada actor logra mantener la coherencia de un universo donde la incompetencia y la brillantez se entrelazan de forma inseparable.

La dirección imprime a cada episodio un ritmo constante, sin grandes despliegues de artificio, pero con un uso eficaz de la ciudad de Londres como escenario cambiante. Los espacios urbanos, desde oficinas impersonales hasta plazas abarrotadas, se convierten en metáfora de un país en tensión. El montaje alterna persecuciones, discusiones internas y secuencias cómicas con un sentido del tiempo que evita que decaiga el interés.

En balance, esta quinta temporada de ‘Slow Horses’ confirma la capacidad de la serie para mantenerse relevante tras varios años en antena. La apuesta por colocar a Roddy Ho en el centro introduce un aire disparatado que contrasta con la crudeza de los atentados políticos iniciales. La sátira se mantiene como arma principal, y aunque el riesgo de exceso siempre planea sobre el guion, la temporada consigue sostenerse en su propio desorden. Lo que ofrece al espectador es un retrato de un servicio secreto lleno de torpezas y rivalidades, pero también un espejo deformado de una sociedad británica dividida.

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