Cine y series

Simplemente Alicia

Catalina Hernández

2025



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El universo de 'Simplemente Alicia' se abre desde una mirada cercana y cotidiana, sin aspavientos ni giros efectistas. Rafael Martínez y Catalina Hernández dirigen la serie con una calma engañosa, como si dejaran que la historia se desplegara sola, aunque cada plano encierre una tensión que avanza poco a poco. Desde el primer minuto se percibe que la producción de Netflix y Estudios RCN aspira a mostrar la vida de una mujer que decide construir sus propios márgenes en un entorno que exige definiciones tajantes. Todo respira una normalidad aparente: calles bogotanas, oficinas de diseño, apartamentos llenos de plantas, una iglesia que parece inofensiva. Pero bajo esa superficie se acumula una energía que empuja hacia el límite a su protagonista, Verónica Orozco, que encarna a una mujer enfrentada a la difícil tarea de sostener dos amores y dos matrimonios con la misma entrega. El tono visual evita el exceso de artificio y confía en la proximidad: una luz cálida en los interiores, la cámara atenta al rostro de Alicia cuando se enfrenta a sí misma, y un tempo narrativo que se ajusta al ritmo cambiante de su vida.

Alicia Fernández organiza su existencia como quien mantiene una coreografía precisa entre dos mundos. Con Alejo, un escritor que transforma la intimidad en literatura, comparte el territorio del pensamiento y la complicidad intelectual. Con Pablo, un ex sacerdote volcado en causas sociales, se refugia en un afecto que confunde la ternura con la salvación. Cada relación responde a una necesidad distinta, y la protagonista las vive sin jerarquías, como si ambas fuesen piezas esenciales de una misma estructura emocional. La trama avanza mostrando el peso que implica esa elección. El relato enseña cómo el deseo de conciliar lo imposible obliga a crear un sistema de mentiras que se retroalimenta hasta volverse insoportable. Alicia alterna agendas, disfraza horarios, cambia anillos, inventa excusas, y cada uno de esos actos se convierte en una pequeña declaración sobre el esfuerzo que exige mantener una apariencia. La serie no utiliza la moral como látigo, sino como espejo, de manera que las consecuencias se filtran a través de las miradas de los personajes, de la fatiga que deja la duplicidad y del miedo constante a que el equilibrio se rompa.

El desarrollo de los episodios combina la ligereza del humor con un trasfondo ético que nunca desaparece. La vida doméstica, los encuentros furtivos, las conversaciones con su amiga Susana, interpretada por Cony Camelo, sirven para revelar la trastienda emocional de la protagonista. Susana actúa como conciencia externa, alguien que observa el caos ajeno con una mezcla de afecto y exasperación. Esa relación femenina, más que las historias de pareja, construye el verdadero sostén de la serie. Desde ahí se percibe la crítica a las convenciones que aún exigen que las mujeres se definan por el vínculo con los demás. Alicia encarna la voluntad de elegir sin permiso, pero también la trampa de creer que la libertad consiste en acumular experiencias sin medir sus consecuencias. En su figura se concentra una tensión entre la independencia y la necesidad de afecto, entre el impulso de desafiar las reglas y la incapacidad de vivir fuera del reconocimiento amoroso. La escritura de Marta Betoldi y Esteban del Campo Bagu no la presenta como heroína ni como culpable, sino como alguien que intenta sobrevivir a su propio deseo, y ahí reside la fuerza de la narración.

La dirección mantiene un pulso constante entre la comedia y el drama. Martínez y Hernández entienden que la risa puede convivir con la incomodidad moral, y que una historia sobre engaños puede transformarse en una radiografía del modo en que se construyen los vínculos en la actualidad. La cámara acompaña a Alicia en sus desplazamientos, casi siempre apresurados, como si su vida entera fuese una carrera para evitar que la realidad la alcance. Las secuencias de montaje donde alterna llamadas, correos y mensajes sirven para retratar una época en la que el amor se gestiona como una tarea más dentro de la agenda. En ese retrato hay una lectura social evidente: la necesidad contemporánea de mantener una imagen impecable, de proyectar coherencia incluso cuando todo se desmorona. La serie utiliza ese tema para hablar de la presión que ejerce la idea de felicidad estable, del mandato de tenerlo todo bajo control, y del cansancio que produce fingir permanencia. El drama sentimental se convierte, así, en metáfora de un modelo de vida sostenido sobre la ilusión de que el deseo puede organizarse como si fuese un calendario.

El trasfondo político y moral se revela sin discursos explícitos. 'Simplemente Alicia' trata de una mujer que desafía una norma que se da por sentada: la monogamia. Su historia no celebra la transgresión ni la castiga, la expone como un fenómeno social que pone en evidencia el doble rasero con que se juzgan las conductas femeninas. Cuando un hombre mantiene dos relaciones, el relato suele centrarse en el carisma o la conquista; cuando lo hace una mujer, el relato gira hacia la culpa o la pérdida. La serie juega con esa asimetría y la invierte, mostrando cómo la protagonista busca una forma de plenitud que el entorno considera inadmisible. A través de ese conflicto, los directores plantean una lectura sobre la libertad emocional en tiempos donde las normas cambian más rápido que las costumbres. Cada escena donde Alicia se enfrenta a la consecuencia de sus actos muestra el coste de romper la frontera entre deseo y deber. El resultado es una exploración de las contradicciones humanas, contada desde una cercanía que evita el juicio y se sostiene en la observación constante del detalle.

Las interpretaciones sostienen el conjunto con una naturalidad que refuerza la credibilidad del relato. Verónica Orozco encarna una Alicia llena de energía, capaz de pasar de la ironía a la tristeza en un solo plano. Michel Brown aporta a Alejo una mezcla de inteligencia y vanidad que lo vuelve vulnerable, mientras Sebastián Carvajal construye a Pablo desde la serenidad, un hombre que busca coherencia en un mundo donde ya no la encuentra. Las escenas entre ellos, más que enfrentamientos, son momentos de descubrimiento: el reconocimiento de que cada uno busca en el otro una forma de validación que se les escapa. La puesta en escena refuerza esa idea mediante contrastes: interiores cálidos frente a exteriores fríos, tonos de luz que acompañan los estados de ánimo, y una música que acentúa las tensiones sin sobrecargar el ambiente. Todo se ordena para que el espectador perciba la evolución de los personajes, desde la ilusión hasta el agotamiento, desde la risa inicial hasta la inevitable fractura que asoma en los últimos episodios.

A lo largo de la serie se consolidan varios temas centrales: la responsabilidad afectiva, el precio del deseo, la presión social y la búsqueda de sentido en medio del caos sentimental. Alicia encarna un modelo de mujer que se resiste a renunciar a su autonomía, aunque eso implique un riesgo constante. Cada episodio funciona como una pieza de ese aprendizaje, en el que la protagonista intenta equilibrar amor, trabajo y amistad sin perder la sensación de control. La dirección consigue que esa tensión se mantenga viva, con un ritmo que alterna secuencias de calma con estallidos de acción emocional. En cada gesto se percibe una lectura social: la del agotamiento moderno, la del esfuerzo por sostener un ideal de libertad que muchas veces termina en soledad. 'Simplemente Alicia' retrata esa paradoja sin adornos, dejando que el espectador se reconozca en sus contradicciones. En su conjunto, la serie se convierte en una observación lúcida sobre los vínculos, sobre la manera en que el amor se transforma en un campo de batalla entre la pasión, la rutina y la necesidad de sentirse visible.

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